La elegancia, según la RAE, es la forma bella de expresar los sentimientos. Una definición que también podría servir para las ilustraciones, dibujos y cuadros de Carla Fuentes. Eso sí, afortunadamente, su belleza creativa no se ajusta a los canones habituales. Carla sabe que la fealdad y la imperfección tienen su encanto, su estilo, su atracción. Ella los combina en las dosis exactas, capturando historias, personajes, lugares, en los que o ha ocurrido algo o va ocurrir, aunque ya tendrá que ser el espectador de su obra el que los imagine. Esos moteles sin presencia humana, tan cinematográficos, tan adictivos, pero al mismo tiempo tan inquietantes. La vitalidad que casi se escucha de los carteles de peluquerías africanas. O la fuerza narrativa y compositiva de Los Sentados.
Carla Fuentes se dio a conocer como littleisdrawing. Eran los tiempos de myspace. Sus dibujos pronto encontraron cobijo en algunas de las revistas más importantes. Afortunadamente, no optó por el camino fácil de repetirse una y otra vez. Creció sin por ello dejar de lado un estilo personal, lleno de referencias culturales, protagonistas a los que uno pagaría por escuchar el relato de su vida o espacios en los que la banda sonora ideal podría ser el último disco de Sufjan Stevens.
Da la sensación de que cada vez eres menos littleisdrawing y más Carla Fuentes.
Es que lo de little es de los tiempos de messenger. Una amiga me llamaba así en el colegio. Era la época de los nicks, de tener un seudónimo. Al darme de alta en fotolog, little ya estaba cogido, así que añadí lo de is drawing y así empezó la historia. Pero llega un momento en el que de little, poco. Hace unos tres años, me di cuenta de que la gente no sabía cómo me llamaba. En Madrid, iba a alguna exposición y la gente se dirigía a mí como little. Eso no podía ser (risas). Me cansé. Ahora estoy como en una fase de cambio. Little dirigida a colaboraciones más comerciales y Carla es un camino más personal, de colecciones mías.
¿Cuál es tu primer recuerdo de tener un lápiz en la mano y estar dibujando algo?
Mi primer recuerdo de estar haciendo algo creativo es en la guardería con la plastilina. Y pintar lo he hecho toda la vida, con colores, témperas,… Iba al colegio Gençana y fomentaban mucho ese lado creativo.
Y al margen de esos primeros contactos, ¿cuándo nace tu interés, consciente, por el arte?
Desde siempre. Mis padres nos lo fomentaron mucho, a mi hermano y a mí, desde pequeños. Luego también en el colegio. Y a nivel profesional … es que yo no quería ser ilustradora. El dibujo siempre ha formado parte de mi vida como ocio, siempre estaba pintando y dibujando con mis amigos. Pero yo no quería dibujar profesionalmente. Yo quería coser, ser modista. Y aquí estoy (risas).
¿Por eso estudiaste moda?
Sí. En 4ª de ESO o 1º de Bachiller empecé a ir a Confección y enfocaba mi futuro hacia la moda. De hecho, me matriculé en la EASD. Al año siguiente, me apunté también a Bellas Artes y como que la escuela me gustó más. Seguramente fue por la relación con los compañeros, que yo la veía más cercana. Y acabé llevando el dibujo a la moda, con prendas serigrafiadas, estampación digital,…Estuve tres años en Bellas Artes.
¿Se podría decir que tu formación fue autodidacta?
Sí. Las técnicas las fui descubriendo en el bachillerato artístico. Pero, por ejemplo, todo lo relacionado con el ordenador, a nivel Photoshop, Illustrator, InDesign,… y todos estos programas, lo he aprendido sola.
¿Cómo se produce tu profesionalización?
Yo empecé de una manera muy inconsciente y sin ninguna pretensión a través de las redes sociales. Hacía un montón de dibujos en clase y los iba colgando en el Fotolog. A partir de ahí fue la gente la que me propuso que aplicara esos dibujos a otros soportes. Lo primero que hice fue la imagen de Polock, que llevo con ellos desde que empezaron. A partir de eso fue cuando empecé a recibir encargos más profesionales de marcas. Y siempre lo digo, pero es que es verdad, hasta hace dos años, yo pensaba que esto se iba a acabar. No era consciente de que era mi trabajo. Ahora ya lo tengo claro (risas).
¿Recuerdas la primera vez que viste un dibujo tuyo en una revista?
Creo que la primera vez fue en el Nylon México. Nylon era un revista rollo adolescente, de Estados Unidos, que me encantaba. Lo mío se publicó en la edición mexicana y me hizo mucha ilusión.
Has hecho referencia antes a que cuando empezaste, simplemente compartías tus dibujos en internet. Una de las redes sociales que más utilizabas es el hoy olvidado myspace.
Algún día se escribirán libros sobre myspace, porque fue una revolución total a nivel redes sociales. Me acuerdo que, al principio, se podía modificar totalmente con código html. Era increíble, como una de estas webs que hay ahora con todo predeterminado, pero aplicado a las redes sociales. Me vi mil tutoriales y lo tuneaba todo, era una experta total en modificar los myspace (risas). Me llegaron a premiar por el que les hice a Polock. Y de ahí, me salieron encargos de remodelar myspace (risas). El mío me lo curraba mucho. Como herramienta era genial, más allá de las posibilidades para los grupos de música. Mucha gente que hoy se dedica profesionalmente a hacer cosas creativas empezó allí. Un buen número de mis amigos actuales, muy buenos amigos, los conocí en myspace.
Tu participación en las redes sociales, ¿la consideras una parte más de tu trabajo?
Totalmente. Es una ventana que te da una visibilidad muy importante. No hay fronteras. Antes era imposible, pero ahora puedes trascender a cualquier parte del mundo. De hecho, mis primeros encargos fueron internacionales. Por eso, con las redes sociales y el blog siempre he sido muy constante. También los consumo mucho y me da mucha rabia cuando entras en un blog y compruebas que hace siete meses que no se actualiza. Por eso los tengo al día.
Al principio acompañabas tus dibujos de una frase. ¿Lo hacías simplemente porque te gustaba lo que decía o para ayudar a comprender las ilustraciones?
Funcionaba un poco al revés (risas). Una frase, un fragmento de un libro o una estrofa de una canción me inspiraba a hacer un dibujo. Ahora ocurre lo contrario. Hay temas, pero no frases concretas. También es que en aquellos años se puso muy de moda lo de poner frases moñas. Y me cansé. Yo es que me canso de todo (risas). Necesito estar en constante movimiento, por decirlo de alguna manera. Y, como digo, me cansé de las frases… La verdad es que no había pensado que las dejé de poner… Escribía muchas cosas. Pero es que todo el mundo empezó a hacerlo. Y todo muy moña, frases de amor, de gente que le han dejado, ¡uf!
En tu obra tiene mucha importancia la estética. ¿Es intencionadamente? ¿Crees que está relacionado con tu interés por la moda?
Muchas cosas me llaman la atención, primero, a nivel estético. Por ejemplo, mi serie sobre el Tour de Francia surge un día viendo la tele, empezaron a poner fotos de carreras antiguas, de los años 50 y me flipó. ¿Por qué esto no sigue siendo hoy así de chulo? Está claro que todo evoluciona y se ha ido modernizando, pero tengo nostalgia por lo antiguo. Mi madre me dice que visto como lo hacía ella cuando tenía 20 años (risas).
¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Dibujas a mano y luego retocas con el ordenador?
Siempre a mano. Trabajo sobre papel. Ahora he vuelto al lienzo, pero es que en Bellas Artes acabé muy quemada de la obsesión que tenían por la técnica. Para las cosas personales, cuido mucho el material, el papel, el soporte… Y para lo que comparto en las redes, lo dibujo en papel, lo escaneo y lo acabo de trabajar con el ordenador.
¿Dibujas todos los días?
Sí. Llevo un bloc siempre encima. No solo porque tenga que cumplir con los encargos que tengo, sino por necesidad. Si en verano estoy una semana sin dibujar, noto que pierdo mano. Es algo con lo que siempre insistían en clase.
¿Cuando dibujas algo necesitas una segunda opinión?
Claro. Ese papel lo juegan las redes sociales. Es muy inmediata la reacción de la gente. Y también se lo enseño a mi entorno más cercano, mi pareja, mis padres, mi hermano.
¿Haces caso de sus opiniones?
Sí … o no (risas). A mi madre le gusta todo, pero mi padre es muy sincero y me indica lo que le gusta y lo que no, o cómo mejorar algo. Mi hermano, que es escultor y pintor, nunca dice nada. Se queda mirando lo que le enseño y se calla, nunca sé lo que opina (risas). Los artistas son un poco así. Nunca les gusta al 100% lo que hacen otros.
Tus ilustraciones han estado, y están, vinculadas a la música. Has hecho portadas de discos, carteles, … ¿Es necesario que te guste la música del grupo para trabajar con ellos?
Claro. Suelen ser grupos indies y tenemos en común que nos gusta marcar cierta diferencia estéticamente. Por ahora, me gustan todos con los que he colaborado. Para mí es más sencillo porque utilizo, entre otras cosas, su música para inspirarme.
Otro soporte en el que has trabajado son los murales.
Es muy agotador, pero es uno de los soportes que más me gusta. Suelo mandarles un boceto a los que me han hecho el encargo, para que sepan qué es lo que voy a hacer, pero luego cuando estás delante de la pared improvisas un montón de cosas.
También has dibujados portadas para dvd’s. Concretamente, “Noche en la tierra” (Jim Jarmusch, 1991) y “Gato negro, gato blanco” (Emir Kusturica, 1998).
Cuando me encargaron la de “Noche en la tierra” casi me desmayo. Es una de mis películas favoritas. Todo fue porque dos años antes había dibujado un retrato de Jim Jarmusch. Me había ido con unos amigos al Festival de San Sebastián y le perseguimos en plan fans totales. Parecíamos groupies (risas). Y mira que yo no soy así (risas). Solo he hecho la groupie dos veces en mi vida, con Jarmusch y Nick Cave, y ambas fueron desastrosas. Cuando le encontramos, le pedimos hacernos una foto con él. Nos miró con cara de asco y nos dijo que la hiciéramos rapidito. Por eso, en el retrato suyo que dibuje puse la palabra “Fast”. Se me cayó el mito totalmente. Pero bueno, lo subí a flickr y la gente de Avalon lo encontró, les gustó y me propusieron hacer la carátula. Fue una colección que salió en la que diversos ilustradores nos encargábamos de las portadas.
Tus obras transmiten una seguridad inquietante, una especie de luminosidad oscura, de perfección imperfecta, como si fueran muy confortables, pero a la vez hubiera que estar alertas por si pasa algo.
Es así. Ahora que estoy pintando con óleo, hay veces que me sorprendo diciéndome que lo que hago está demasiado bien hecho, como si fuera el cuadro típico de Bellas Artes. Y borro un ojo, o lo cambio de lugar, o lo deformo,… Todos los dibujos cuanto mejor hechos están, no están. Porque esos dibujos los puede hacer cualquiera. A mí me gusta que estén mal, deformes, feos, que sus caras digan algo, pero que al mismo tiempo tengan cierto atractivo.
Sientes atracción por cierta iconografía extranjera (boxeadores, vaqueros, carteles de peluquerías africanas, el Tour de Francia, los moteles,…) ¿Crees que en tu obra alguna vez se reflejará alguna de aquí?
Tiendo más a esa iconografía de fuera porque creo que se ha cuidado más lo estético que aquí. Me llama más la atención. Cuando estuve en Estocolmo me encantaba que fuera así siempre. Los niños suecos tienen gusto desde que nacen. Me da mucha rabia ver como nosotros no respetamos determinadas cosas. Por ejemplo, los carteles de las tiendas antiguas. ¿Cómo es posible que se permita que desaparezcan? Basta irse a Portugal para ver cómo cuidan eso. Los mantienen. Las tiendas nuevas no eliminan los rótulos de los anteriores negocios. Aquí no. Te plantan una sonrisa de una mujer bien grande, de tres metros por tres metros, para anunciar un dentista y se cargan lo que había. Eso me da rabia de España. Porque hay cierta iconografía de aquí que es interesante, Almodóvar en sus películas o Eduardo Arroyo y las moscas, pero no sé… También creo que cuando eres más joven buscas y miras lo que se hace fuera, y ya cuando te haces más mayor es como que regresas y vuelves a lo que eres. Yo estoy en esa primera parte del proceso, de querer ir a todas partes para descubrir cosas. Imagino que dentro de unos años será lo contrario. E igual hago retratos de los diez mejores cocineros de paella (risas).
¿Cómo ves el panorama de la ilustración en Valencia?
Siempre he tenido la sensación de que Valencia ha sido, y es, una ciudad muy rica a todos los niveles artísticos. Lo que pasa es que nos tiramos piedras contra nuestro propio tejado. Yo conozco ilustradores de Barcelona que son ultraamigos, suelen quedar a comer, se visitan en sus estudios, … y aquí, la verdad, es que a mí casi ni me saludan por la calle. Y no solo no saludar, hay unas movidas y unos piques… No lo entiendo. ¿Qué he hecho mal? ¿Dedicarme a lo mismo que tú pero tener más seguidores en instagram? No sé. Es muy triste. En otras ciudades no pasa. Se apoyan más.
¿Cuando te marchaste a Madrid fue porque pensabas que desde Valencia no podrías desarrollar tu carrera profesional?
Me marcho a Madrid porque ya tenía suficientes ingresos para independizarme. Nunca había vivido en una ciudad porque yo soy de Godella y elegí Madrid. Una vez allí busqué agencias, un representante,… pero no me marché de Valencia porque no tuviera trabajo aquí. Justo lo contrario. Y ese trabajo había surgido gracias a internet, no por estar en Valencia o Madrid. Visto ahora, creo que fue una buena decisión. Me vino muy bien a todos los niveles, tanto personal como profesionalmente.
Ahora has vuelto a Valencia.
Quiero hacer cosas más personales y eso implica más espacio, disponer de más dinero, tener un estudio,… y eso en Madrid es imposible. Me tuve que volver por el tema económico, pero no descarto marcharme más adelante. No me gustaría irme, pero si hay que hacerlo, no es un problema.
Agradecimientos: Pepita Lumier.