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Fotografía de Pau Mon, para su fanzine «El Porqué de subir una montaña» (Bizco Books).

La montaña mágica, la montaña trágica. El enganche de preguntarse siempre cuál será la siguiente montaña, y la paz de la cumbre. ¿El descenso es más peligroso que el ascenso? Lo desconocemos todo de ella. No hay elemento estático más poderoso de la naturaleza, misterioso para el que no la practica pero también para el montañero. Diferentes perspectivas sobre la montaña pueblan el imaginario de cuatro creativos valencianos que acuden a la cumbre para disfrutarla de forma nada invasiva. Un símbolo que tiene imán y que en sus manos se transforma para cobrar otras vidas en la subida. Cordilleras de talento en las que el azar, y no tanto, puso a la montaña como testigo.

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Ilustración de Claudia Torán para el libro «Subir hacia abajo» (Editorial Círculo Rojo).

Es el caso de Claudia Torán (Valencia, 1991) que nació «un año capicúa en una ciudad sin montaña». Ha ilustrado el libro de su padre, Daniel Torán, «Subir hacia abajo» (Editorial Círculo Rojo) y ha sido el devenir más lógico. «Desde pequeña, mi hermano y yo éramos los típicos niños asilvestrados que hacíamos cabañas con palos, subíamos a árboles descalzos y nos revolcábamos por el suelo con mi perro. Más que a la montaña, que también, en mi familia siempre hemos estado muy cerca de la naturaleza. Mis padres nos han inculcado desde pequeños el valor de la Naturaleza, nos han querido vincular a ella», detalla la ilustradora. Sus dibujos se han puesto al servicio de un cuaderno de viaje y de reflexión sobre la desmotivación laboral, las carencias y los hábitos rutinarios, que son el arnés al cuello en el día a día, mientras el protagonista, su padre, asciende por tierras nepalíes. Viaje exterior e interior, subir a lo más alto para bajar a lo más bajo. Una historia de desarrollo que exigió sobre el papel una dedicación muy especial, como nos cuenta: «Ha sido el encargo más especial que he hecho nunca, en el que más cariño he puesto, eso seguro. En cuanto al proceso, fue muy largo, y a trompicones… un proceso de tiempo, inconformismo y dudas, de llenar papeleras de bocetos arrugados y probar mil cosas. También me sentí muy libre y empecé a experimentar. A dibujar en trocitos de papel, manchar y juguetear digitalmente con el escaneado. Ha sido un proceso muy sincero, a fuego lento»

Todo un desafío para Claudia, casi como un ascenso al K2, «¡un enorme reto! Como si hubiera subido con él al campo base del Everest (risas). Supongo que mucha auto-exigencia y autocrítica, demasiada. Nunca me parecía estar a la altura… Al fin y al cabo, un padre no escribe su primer libro todos los días. Es algo muy valioso». Un libro que impele a asumir nuevas situaciones de cambio para crecer, ¿ocurre eso también en tu trabajo de ilustradora?: «Creo que en la vida nos enriquece salir de las zonas de confort, deberíamos hacerlo más a menudo. He tenido la oportunidad de ilustrar poesía, música y artículos cercanos a la filosofía; son los proyectos que más me atraen y con los que más simpatizo. Convertir en imagen ideas intangibles, metáforas, ritmos o acordes siempre supone salir de la zona de confort. Para un ilustrador podría ser, hacerle un retrato a un amigo en una servilleta».

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Fotografía de Claudia Torán, ilustración para el libro «Subir hacia abajo».

¿Y ante la sempiterna (y odiosa) pregunta de playa o montaña? «Confieso ser de las que elige playa. Me encanta respirar las montañas, pero tengo una debilidad muy fuerte por el mar. Aun así, siempre me ha gustado mucho ir a caminar, el olor a tierra seca, el bocadillo envuelto en papel Albal, el esfuerzo físico y la recompensa, que al fin y al cabo te la vas encontrando por el camino. El ascender por la montaña no solo hace que te sientas muy vivo; si vas acompañado también da para muchas conversaciones, de las que valen la pena. De las que suelen surgir frente al mar, o a oscuras». Claudia Torán reside en la actualidad en Londres, y la naturaleza le sigue acompañando. «Vivo en un barrio cualquiera y me cruzo constantemente con cuervos, ratas y zorros nocturnos, que corretean hurgando en restos de kebab y latas de cerveza. Me dan lástima. Quizás lo mejor de Londres sean los parques enormes que tiene y algunas colinas a las que me gusta asomarme y ver la inmensidad de la civilización, respirar un poco de aire húmedo y sentirme minúscula. Luego coges el metro y vuelves a sumergirte en la civilización, y si lo que buscabas de la pseudo-montaña era el aislamiento, lo mejor que puedes hacer es ponerte música con los auriculares. Así es como yo subo hacia abajo…».

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Back to the Mountain (escultura-instalación), Lola Bonet. Fotografía: Lola Bonet.

La artista Lola Bonet (Valencia, 1983) aunque «hija de la mar y de la huerta», imagina también montañas como otros pintores imaginan su Arcadia. Una obra pictórica y escultórica muy influida por el símbolo de piedra. «Las montañas se nos aparecen rompiendo el horizonte, imponentes y poderosas. El entorno va cambiando pero ellas siempre están ahí, siempre han estado ahí. Tienen ese pacto con el tiempo. Eso las hace atractivas. Pero no sólo eso, su carga simbólica también. La montaña ha sido durante la historia de la humanidad una de las representaciones máximas de lo divino; me interesa el misticismo que contienen». Aunque la relación tiene matices: «He de confesar que mi trabajo no se centra o inspira en la montaña en sí, sino que la montaña representa el paisaje y la naturaleza, que es en torno a lo que estoy trabajando últimamente».

En su serie «Déu és una Muntanya», de cerca, el paisaje son bucles infinitos, que se simplifican al alejarse. La pregunta es obligada, ¿qué reflexiones te aporta la visión de la montaña?: «Este proyecto tiene mucha mística. Se trata de un trabajo muy meticuloso, muy lento y paciente. Trato de relacionarme con el espacio en blanco que ofrece el papel, de iniciar una convesación con el silencio del vacío. De añadirme al silencio poco a poco, respetando que ese vacío, ese espacio en blanco, estaba primero y que no se trata de invadirlo sino de formar parte de él. Es un trabajo que requiere concentración y mucha paciencia, pero sobre todo mucha fidelidad. La producción de «Déu és una Muntanya» se convirtió en algo casi religioso. Cada lámina que terminaba era como una ofrenda».

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«Déu és una muntanya», Lola Bonet.

Una complejidad íntima y tan esforzada como el periplo de un escalador, pero que la distancia difumina. «A nivel formal siempre me ha interesado la contradicción, el hecho, en este caso, de combinar silencio y ruido hasta que se formen en uno, trabajar la mancha sin mancha. De lejos ves una mancha, pero si te acercas tiene su trama. Lo mismo pasa con la montaña, de lejos ves una mancha gigante, montañas enlazadas que forman cordilleras, pero luego si te vas acercando hasta adentrarte en ella pierdes de vista la montaña y descubres la naturaleza, toda la trama que la forma: piedras, rocas, caminos, bosques, fauna… De lejos vemos La Montaña Sagrada pero si nos acercamos se nos aparece El bosque animado». Una animación presente también en su obra escultórica «Back to the mountain», en la que vemos a una multitud uniforme de hombres que forman parte del paisaje. «Es un guiño al pensamiento romántico de reconciliación entre hombre y naturaleza. Esa reivindicación de la necesidad de volver a la naturaleza. Yo soy persona de ciudad, habito en aquello contrario a lo que me ofrece el medio natural y por tanto lo anhelo y lo acerco a mi a través de las obras que produzco».

Un zoom, de lo particular a lo general, del elemento al paisaje global, «amplío el concepto de paisaje a todo elemento natural que lo evoca y por eso mi reflexión se basa en entender como paisaje todo aquello que lo provoque: la lluvia es paisaje, el relámpago, el dibujo de la corteza de un árbol es paisaje, una piedra, una hoja… Porque todo lo que no se ve, se sugiere y, entonces, permite abrir nuestro imaginario». Y en ese cambio de foco sigue con dos proyectos en paralelo: «Uno se llama «La catedral del marbre» y se inspira en un paisaje de las costas de Chile que lleva ese nombre y a partir del cual reflexiono sobre el devenir del tiempo, la materia, la huella, el azar… El otro se llama «Piedra / Rayo / Niebla» y hace referencia al fenómeno atmosférico. En este caso aparece de nuevo el concepto de paisaje, naturaleza, sublimidad, etc… Se sirven del paisaje más que de la montaña de manera individual para reflexionar en torno a la vida. Al final la montaña es un código poético».

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«El porqué de subir una montaña», Pau Mon (Bizco Books).

La obra de Pau Mon (Valencia, 1982), «El porqué de subir una montaña» (Bizco Books) nos ayuda con una sublime belleza a responder las claves de la atracción. Un zine en su primera edición agotado que ya va por la segunda. Suya es la idea, los textos, fotos y diseño de una publicación que nace de su misma afición por la montaña. «Tengo recuerdos desde bien pequeño, pero la relación ha sido intermitente a lo largo del tiempo. Desde hace unos siete u ocho años se ha intensificado, no sabría decir de dónde viene exactamente la afición, supongo que uno vuelve a los lugares donde se siente bien, a gusto».

«El porqué de subir una montaña» tiene su gérmen en un máster de fotografía enfocado al arte contemporáneo, y a la influencia de artistas como Hamish Fulton o Richard Long. «Surgió la necesidad de llevar al cabo el proyecto para dar respuesta a algo a lo que no encontraba explicación satisfactoria. Una respuesta muy personal». El resultado, una publicación con imágenes, textos y mapas que son «un diario de una experiencia» sobre cuatro montañas diferentes, «es el retrato de una experiencia subjetiva. Un mensaje propio que pretende ser comunicado y explicado a través de las imágenes. La idea de los mapas y las rutas que muestro tienen que ver con eso, es importante plasmar la experiencia real y el lugar donde fueron tomadas las imágenes, pero las razones por las que elegí esta o aquella no creo que sean muy relevantes. Lo importante es el mensaje. Aunque es cierto que la idea nació en el Toubkal en Marruecos, revisando las fotografías que me traje de allí me di cuenta de que había algo diferente, había cambiado algo la mirada, ya no había fotografías clásicas de paisaje. Había comenzado algo, aunque en ese momento no me di cuenta. El resto son en Pirineos, y en la Tinensa de Benifassà, al norte de Castellón».

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Fotografía de Pau Mon, para su fanzine «El Porqué de subir una montaña» (Bizco Books).

Montañas fotografiadas con cámara analógica (35 y 120 mm) porque «te obliga a ir mas despacio y a pensar muy bien los encuadres, lo que te obliga a reflexionar más. Cuando subes a 3000 metros con una cámara de medio formato, más el trípode, y sólo tienes 30 disparos, uno se lo piensa muy bien antes darle al botón». La duda para el que no ha estado ahí arriba es, ¿cómo se dejan fotografíar las montañas? «Bien y mal y depende de lo que vayas buscando. Personalmente iba huyendo de la imagen clásica de montaña, de la foto-postal, de la silueta del relieve o la cima. Cuando uno se enfrenta a sacar una fotografía de la montaña tiene que asumir el hecho de que ésta es inabarcable, nunca va a quedar contento en relación a la sensación subjetiva que uno tenía al estar allí. Mi estrategia pasaba por la fragmentación, intentar huir del concepto de horizonte, que es la base de la fotografía de paisaje clásica». Una fragmentación para formar el todo, que también aplicó para el diseño de la publicación: «Va en pliegos sin grapar, se puede montar y desmontar, se podría decir que es un poco interactiva y hay un aparente desorden que no es tal. Hay códigos para guiarse como en un mapa».

Además de la fragmentación, la geología y el tiempo son las nuevas claves que para él, explicarían la experiencia en la montaña. «Mi intención era ir mas allá de las explicaciones tradicionales relacionadas con lo sublime o lo salvaje. Cuando vamos a la montaña asistimos en directo y de una forma muy real a una experiencia de tiempo que esta muy lejos de la escala humana, me refiero al tiempo geólogico, a los millones de años que necesita una montaña para nacer y erosionarse hasta la forma actual por la que podemos caminar o escalar. Esa experiencia temporal genera un desajuste, probablemente inconsciente. El alpinista en su experiencia entra en contacto con el “tiempo profundo”, la actividad amplifica la percepción en un viaje a los orígenes de la historia de la tierra. Este tipo de sensaciones difusas y díficiles de identificar son las que he tratado de explorar en el proyecto. Una fuerza etérea pero muy presente que trae humildad y claridad y que quizá por eso nos ayuda a entendernos a nosotros mismos. Una especie de (re)conexión».

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Miquel Gilabert ascendiendo La Serrella (Benasau, Alicante). Fotografía: Xepo WS.

No se nos ocurriría asociar montaña y gastronomía, o al menos no en un primer vistazo. El montañero come y lleva lo justo, se alimenta más bien, pero con la visión de Miquel Gilabert (Pedreguer, 1987) todo cambia. Su instagram es uno de los más apetitosos (y seguidos) made in Valencia, con un amor por la cocina que nació en su casa y en el bar de sus padres. «Ha sido mi mejor escuela. Donde aprendí que la patata se pela, se chasca y se fríe al momento; a secar la bacaladilla/lirio y el pulpo, para hacer capellans y pulpo seco a la llama; a preparar tomates en conservas o a trabajar la sepia, comprándola sucia, limpiándola y cocinándola».  Y que continuó con estudios de cocina que le llevaron hasta el Basque Culinary Center. Una devoción que refleja en imágenes de mucha potencia, y que comparte con su, también, pasión por el montañismo. «He crecido entre las montañas de la Marina, el Montgó y Segaria y los fines de semana solía realizar alguna que otra excursión con el Centre Excursionista de Pedreguer por diferentes sierras del País Valencià. Pero mi auténtica vocación la despertó mi compañero de cordada Xepo. Cuando compartíamos casa me animó a ir a los Pirineos a hacer alpinismo y fue ahí donde descubrí sus montañas, su nieve y el placer de poder alcanzar la cima. De pequeño solía ir con mis padres a los Pirineos, Galicia, Asturias… durante las vacaciones familiares, pero lo bonito de ahora es que puedo llegar a donde un día ya estuve e intentar hacer cima con nieve».

Dos actividades no extentas de puntos en común porque como aclara el montañero-gastrónomo, «subir una montaña conlleva un esfuerzo y una estrategia a estudiar para conseguir el objetivo de llegar a la cima, disfrutarla y volver. Con la comida me pasa lo mismo. Cuando hago una paella estoy durante toda la cocción sufriendo y mimándola ya que tiene que salir perfecta y una vez llega a su punto de cocción, hasta que no reposa unos minutos y la pruebo no empiezo a disfrutarla y estar tranquilo». Y va más allá en la comparación, «tanto en la montaña como en la cocina tengo presente la frase del alpinista francés Lionel Terray: «La cima de la montaña está en el valle, porque lo importante en el alpinismo es volver sano y salvo». Has de planificarlo todo al detalle para prevenir las desgracias, y cuando ocurren analizar dónde hemos fallado. Con la cocina, la cima está en el plato deseado, cuando no lo logramos estudiamos el fallo para superar ese reto».

Una montaña que para él es máximo exponente de la naturaleza, respeto, esfuerzo y placer. Que le ha proporcionado experiencias humanas y gastronómicas inolvidables. «Al final de una subida muy prolongada entre Bratang y Upper Pisang en los Annapurnas, nos encontramos una barraca de madera donde una madre y su hija únicamente vendían samosas y refrescos. Terminé comiéndome cinco, eran las que mejor había probado hasta el momento y a día de hoy, no he encontrado ningunas que las superen, así que si queréis comer una autentica samosa preparaos la mochila».

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Samosa deliciosa entre Bratang y Upper Pisana. Fotografía: Miquel Gilabert.

Y en el futuro próximo, Miquel Gilabert seguirá fiel a sus dos amores con un proyecto que los auna, «un sitio web que recogerá tanto fotos gastronómicas como recetas. Con el testimonio de la cocina que existe alrededor de las cordilleras más importantes del planeta que se inaugurará en junio con el reportaje de los Annapurnas. Y seguirá este verano porque me gustaría viajar a Chile y desde allí darle la vuelta a los Andes». Planes de futuro que pasan por la cima, por muchas cimas, con el objetivo de conocer cada lugar y sus gentes, con ese ingrediente que hace que todo sepa mejor, «ver el amor que le ponen a la comida, las técnicas de cocción y conservación y sobre todo poder ser por unos minutos uno más de su cocina».

Cuatro formas de entender y explicar la montaña que la transforman en diferentes entidades llenas de creatividad y energía. Cuatro experiencias que merecen el esfuerzo de la escalada.