1- Borja Catanesi nació en València, pero ahora vive en Holanda. Allí y aquí, con la guitarra en la calle. Hace casi un mes obtuvo el reconocimiento al mejor músico callejero en el Roma International Buskers Festival. «Cualquier reconocimiento, especialmente si se produce en el ámbito en el que uno se desenvuelve, es siempre grato y un motivo de alegría. En este caso, siendo en un festival de estas características, en el que participan tantos artistas, es también un honor». Era la primera edición del RIBF, durante tres días se realizaron las actuaciones en distintos lugares de la ciudad italiana, «no se trataba propiamente de una competición», al finalizar el evento fue cuando la organización «tuvo la atención de concederme la distinción, que me halaga y me estimula a seguir en este camino». Su repertorio fue ecléctico, sus actuaciones se desarrollaron » en base a riffs muy variados, versiones de clásicos, pero sobre todo con la improvisación como eje siempre presente». Le pregunto por sus guitarristas favoritos. Duda unos instantes. «No es una pregunta fácil de responder. Probablemente, los primeros que me deslumbraron fueron Django Reinhardt y Jimi Hendrix. Un indudable maestro de más de una generación ha sido y es Eric Clapton. Pat Metheny, Chuck Berry, Jimmy Page, B.B.King, Pat Martino… Con casi todos ellos, todos los guitarristas tenemos alguna deuda, consciente o inconsciente. Todos nos han prestado un acorde, una cadencia, un modo de pulsar o de tensar una cuerda».
2- Borja ya ganó en 2015, con solo 20 años, el Feeling the street, en Nueva Zelanda. Y en 2018, el Universal Street Games, en Minnesota, Estados Unidos. Ha viajado por más de treinta países tocando por sus calles. ¿Qué le atrae de la calle como escenario? «La actividad de un músico callejero, y hago extensivo el comentario también a los artistas callejeros en general, conlleva, en la vida de la ciudad, la sorpresa como atributo siempre vinculado a la propia práctica. El músico, el artista, irrumpe de forma inesperada en el espacio público, en el ritmo de la ciudad, provocando una pausa de sensibilidad, de color, de alegría. El artista callejero debe atrapar y conquistar a su público, alejarlo por un momento de su vida cotidiana con su propuesta; crear momentos singulares de proximidad y complicidad con quienes van de paso, quienes pagan una entrada voluntaria a su espectáculo. Esto no sucede en el caso de los músicos de sala o de concierto, cuyos públicos acuden expresamente a ver una función por la que previamente pagan. Cada modalidad tiene sus pros y sus contras. Yo tomé una opción que me resulta más independiente, más cómoda y se adapta mejor a mi modo de vida, más bien errante».
3- No deja de ser curioso que un valenciano sea reconocido como mejor músico de calle y en su ciudad le multaran por tocar en ella. «España tiene una importante tradición de música en la calle. Sin ir más lejos, en València hay una gran cantidad de bandas y de orquestas que actúan en las numerosísimas fiestas que hay en nuestra comunidad. Desde la edad media, o quizá antes, ha habido muchas manifestaciones de arte en la calle. Hoy, dejando al margen la extraordinaria circunstancia de la pandemia, quizá no sea el mejor momento por el que atraviesa esta actividad. Las normas para desarrollarla se han vuelto muy rigurosas y han provocado que en esta profesión subsistan pocos artistas en España. Otros países, como Holanda, Italia, Alemania…, son más flexibles y considerados hacia esta actividad que, según mi criterio, hace un aporte significativo a la vida cultural y social de las ciudades. Se trata de adaptar los distintos tipos de oferta de artistas a las circunstancias y posibilidades del espacio público, con sensibilidad y amplitud de miras; es una tarea para legisladores y constructores de normas del siglo XXI». Siglo XXI, nada más que añadir.