1.- El día que se adelanta la hora parece que el tiempo se convierta en Ben Johnson dopado. Las horas avanzan a una velocidad inusual y no importa lo mucho que se madrugue, para comprar la prensa, porque la sensación de ver diluirse la mañana será constante. Ayer fue Domingo de Ramos, aunque la gente paseaba por el centro con ramas. Lo hacían con una normalidad apabullante. La misma con que un gitano, guitarra en mano, se sentó en una terraza de Cánovas a parlotear con el único ser vivo que había allí. Poca gente en las calles. Como si todo el mundo estuviera en la cama, cobrándose con intereses la hora que nos acababan de robar de madrugada.
2.- Hay personas que se manejan muy bien en la calma. Es envidiable la capacidad para abstraerse de todo lo que les rodea. En una parada del autobús hay una de ellas. Sombrero Panamá, americana, gafas de sol y zapatos y calcetines negros. A finales de los ochenta – principios de los noventa ese perfil protagonizó muchas historias de ficción. Hombre maduro, inteligente, que acaba enamorando o apasionando a la actriz de turno. El de esta mañana se parece a José Luis Gómez. Tiene un minúsculo cuadernillo entre las manos. Con un lapiz colorea un dibujo que reconozco como el Miguelete. Ahora pinta el azul del cielo. En otra hoja hay algo escrito. Llega el 2 y se sube. Imagino que irá a la playa, a seguir viviendo al margen de nuestras prisas, y cumpliendo el guión previsto.
3.- Al PP le han entrado las prisas y ha puesto la ciudad patas arriba. Asfalta calles, arregla parques, elimina fincas molestas, limpia aceras, … Si hay gente que aprende chino en dos meses, ¿por qué no intentar en ese tiempo ganar unas elecciones que todos dicen perdidas? Hacer en dos meses lo que no se ha hecho en cuatro años para volver a estar cuatro años sin hacer las cosas. Tremendo lo del cerebro de los humanos. El domingo toda esa Valencia en mutación sale al descubierto. Las obras están paradas e inacabadas. Es como cuando te pillaban en el comedor del colegio escondiendo un trozo de merluza petrificada en una servilleta. En mi calle parece que se ha celebrado un botellón de farolas tullidas. Las hay que ya no funcionan, otras nuevas esperando foco, algunas que por ahora son meros palos y las que iluminan a mitad de sus posibilidades. Lo peor es que llevan así dos semanas. Empiezo a pensar que son ninots de una falla experimental que alguien olvidó quemar.