Me gustan las ciudades que en su callejero homenajean nombres propios poco comúnes. Encontrarse con vías, plazas o parques a la mayor gloria de John Lennon, Fofó o Joe Strummer dice mucho, a favor, de esos lugares. Valencia no es especialmente atrevida en esos asuntos. Ni ahora ni antes. Viendo el listado de personalidades que cuentan con calle abundan los médicos, historiadores, científicos o literatos. Este dato podría transmitir la falsa imagen de una ciudad en la que el saber y su difusión está presente en su día a día. Con la cultura, Valencia (como ente) mantiene una relación extremadamente peculiar, por no decir triste. Basta darse una vuelta por algunas de esas arterias bautizadas con nombres de poetas para comprobar el desprecio y la dejadez que sufren. Calzado cómodo, queridos amigos, que hoy toca patearse la ciudad y descubrir que le importa un rábano la poesía.
PLAZA DEL POETA MIGUEL HERNÁNDEZ
Encontrar la plaza dedicada al poeta oriolano es más complicado que buscar una aguja en un hospital público. Salgo de casa con la información mínima para saber si los vecinos son capaces de guiarme bien. Mis coordenadas son la Avenida de la Plata y Arabista Ambrosio Huici. En Músico Óscar Esplá me encuentro, en unos bancos, con lo mejor de cada casa: una mujer con pocos dientes y la camiseta arremangada como si fuera un top, un joven con la orientación propia del que se está quedando sin pilas y deambula de aquí para allá con cara de estreñimiento, otro chaval que fuma algo que no venden en los estancos, un señor mayor y un cartero. Me intriga saber qué pintan estos dos últimos, pero prefiero buscar otras amistades menos nocivas. Me cruzo con un hombre que ya debió jubilarse hace una década y al margen de convertir al arabista en Ambrosio Whisky, me recomienda que me dirija hacia un callejón por el que no pasaría ni con Chuck Norris de aliado. No sé si conocéis los bajos laberínticos propios de La Plata. Esto es todavía peor.
Sigo dando vueltas y me topo con un dúo sin par. En uno de ellos veo por primera vez los estragos que hace el alcohol o la droga en unos labios operados. Lleva una botella de sangría Don Simón. A su lado, un tipo de edad indefinida con aspecto de haber desertado del ejercito ucraniano. Driblo a ambos varones que intuyo ni se han percatado de mi presencia y aparezco en la Plaza del Poeta Badenes. Me recibe un nuevo tipo de juego infantil: el columpio sin columpios. Pregunto a una mujer que pasea a su perro y ni idea de Miguel Hernández. A otra señora que viene del Más y Más y «el caso es que me suena» Entro en la Pastelería Dulzumat y mientras me devuelve el cambio por un donut de chocolate, confiesa que no lo sabe. Ojo, que estamos hablando de la Plaza de Miguel Hernández, uno de los poetas más importantes que ha habido en este país.
Al final, un golpe de suerte me lleva a ella y casi que hubiera preferido que no. Ya se encargó él de dejarlo escrito: «El mundo es como aparece / ante mis cinco sentidos». Ninguna placa conmemorativa, ningún busto, nada relacionado con su obra. Todo el entorno degradado, como la propia zona de juegos para niños (foto de cabecera de este artículo), cuyo suelo parece haber sido atacado por Luis Suárez. Podría llamarse perfectamente Plaza de una Mierda Pinchada en un Palo que nadie notaría la diferencia. E igual así, todo el mundo recordaría donde está ubicada. Es muy pronto y la hostia muy grande, pero sigo la ruta de la vergüenza poética.
CALLE DEL POETA AL RUSSAFÍ
Resulta curioso comprobar el aprecio que tenía el poeta Al Russafí por Valencia (ciudad en la que nació, aunque luego marchó a Málaga), presente en alguno de sus poemas, y cómo se lo pagamos. Un callejón al que se accede por una deformidad urbanística y una calle convertida en aparcamiento. Si viniera alguien de otro planeta sacaría la conclusión de que en lugar de escribir versos, trabajaba de gorrilla.
Sí, hay una biblioteca que lleva su nombre (y en cuya inauguración la alcaldesa afirmó que ¡¡¡Al Russafí ya hablaba valenciano en pleno siglo XII!!!), pero no es suficiente para compensar la lamentable situación del entorno. En la confluencia con la Plaza de Peris se acumulan los solares en ruinas. Las recientes obras realizadas en Ruzafa hubieran sido una estupenda oportunidad para relanzar una vía que parece escondida del esplendor de un barrio emergente. «Valencia, tanta dulzura en mi boca al pronunciarte / hace que no pueda respirar» escribió en su día. Si visitara el trocito de ciudad que le rinde tributo, tampoco podría respirar, pero por otros motivos. Por supuesto, ninguna placa o estatua que explique al visitante o transeunte porqué tan insigne persona merece este reconocimiento urbano.
AVENIDA DEL POETA FEDERICO GARCÍA LORCA
Nunca había estado en la avenida dedicada a García Lorca porque nunca había querido estar. Desde el 89 ó el 90 (me refiero a los autobuses, no a los años) la había avistado e intuía que no me iba a gustar. Y que la indignación se apoderaría de mí. Llego desde Ruzafa apurando Peris y Valero. Dejando a un lado ese puente que parece una imitación barata del Scalextric y que no se ha sabido integrar en la ciudad. Hay veces que pienso que las construcciones caen del cielo y por eso nadie se plantea cambio o reutilización alguna. En la calle Murla me hace sonreír el eufemismo de El Cisne Blanco, local que, como los más cercanos, se dedican a la prostitución y que en lugar de como club es anunciado en su cartel como café. Unos metros más adelante se produce el shock.
No deja de ser escalofriante que Lorca no se exiliara de España cuando estalló la guerra civil y que el callejero de Valencia sí lo haya hecho con su recuerdo. Que nadie se lleve a engaño y piense que dedicarle una avenida es un reconocimiento mayor. No es una avenida, es un trozo de tierra, salvaje, árido, apenas asfaltado. Un gran solar alargado que linda con el muro que blinda las vías del tren. Es como una de esas urbanizaciones que el estallido de la burbuja inmobiliaria se llevó por delante, en el que parece que todo está a medio urbanizar. Una vergüenza. Que cuando entras en la calle, el cartel esté casi tapado por el de una aseguradora habla a las claras de lo que significa la palabra respeto para algunas personas. Por supuesto, no hay ninguna placa especial (si ni siquiera hay un mantenimiento mínimo de las normales, como para pedir filigranas), ni ninguna escultura, nada. Es como si aquella avenida fuera un homenaje a «El rey de Harlem», pero quienes desprecian la obra de un poeta de la dimensión (internacional) de García Lorca, dudo que la hayan leído. Pienso en la cara de algún turista extranjero que decida buscarla y visitarla. Ese daño a la ciudad no lo borra, aunque les cueste entenderlo, ni cinco estratosféricas construcciones de Calatrava.
Mientras ando por ella contemplo los grafitis que llenan todo el muro. Hay auténticas obras de arte. ¿Tan descabellado es reunir a algunos de esos artistas y pedirles que pinten algo relacionado con una obra de Lorca? Convertir ese papel infinito en un homenaje (de verdad) al poeta. Y que la gente lo vea y lo lea. Acercar la cultura a la calle. Reivindicar esta como algo más que un lugar de paso. Parece mentira que no se aproveche el potencial de la misma, y lo económico que resultaría articular una política cultural que buscase la interactuación con la gente. Eso sí, integrado en su rutina habitual. Desacralizándola. Hay que echarle imaginación y ganas. Justo lo que se echa en falta en este paraíso de los asesores sin función. Es verdad que es un trabajo a largo plazo y no tiene la apariencia que proporciona un gran evento. Pero visto, donde han ido a parar estos últimos, igual ha llegado el momento de trabajar primero por los ciudadanos y no por los turistas (esta frase me provoca una dualidad enfermiza que sólo puede ser curada con unas cuantas Trufas Martínez, aviso por si alguien se presta a facilitarme el remedio). Estoy seguro que cuando se consiga un hábitat ideal para los primeros, la llegada de los segundos es cuestión de minutos.
CALLE DE RAFAEL ALBERTI
Un par de autobuses me llevan desde Malilla a Campanar. Cuando General Avilés parece que se va a dar de bruces con el fin del mundo, se cruza con Luis Buñuel. Unos metros más adelante, la calle que lleva el nombre del cineasta aragonés se choca con la de Rafael Alberti. Si el poeta viera que le han confinado a uno de esos barrios residenciales asépticos tan ajenos a él, volvería del más allá y les cantaría las cuarenta a los responsables. Cuando se decide ponerle el nombre a una calle hay que tener un criterio distinto al de elegir la ropa interior un día con prisas. Lo malo es cuando sospechas que igual todo esto no es casual.
Como que esa alquería blanca y preciosa que parece estorbar en un lado de la calle, esté allí. La mente enseguida la asocia con las casas gaditanas del Puerto de Santa María, donde nació y murió Alberti. Por supuesto, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Pregunto a la única vecina con la que me cruzo (porque aquí todo el mundo va en coche a todos los sitios y nadie pone un pie fuera del acorazado de la urbanización que conforman la vivienda y las lujosas zonas comunes) y me explica que se suele alquilar para comidas y celebraciones de alto copete. De nuevo, un puñetazo en el costado a la memoria del poeta. Eso sí, seguro, que si resucitara, haría chanza sobre sí mismo, trucando aquel autorretrato burlesco que escribió y dejándolo así: «Por la calle, ¿de quién? / De aquel / Del Tonto de Rafael».
Para no perder la buena costumbre, ni placa explicativa, ni busto. Eso sí, un par de solares (en uno de ellos se ha plantado alguna vez la falla de Nou Campanar) al principio y al final de la calle para que nadie olvide que la poesía importa lo mismo que las botellas allí abandonadas. Y para que la belleza no esté tentada de aparecer como en los versos del maestro, se completa la vía con un par de edificios grandes, feos y antipáticos, que parece que en lugar de la Fundación Oftalmológica del Mediterráneo y algo relacionado con el Imserso, sean la carcel de Brubaker. Dan ganas de ponerse a galopar y escapar de allí.
CALLE DEL POETA BLAS DE OTERO
En Benimaclet coinciden varias calles dedicadas a poetas. Desde la insípida que homenajea a los Poetas Anónimos a otras con nombre y apellidos. Imagino que pensar en dedicar todo un distrito a las letras y agrupar escritores por género y difundir su vida y obras, hacer actividades, generar rutas, atraer turistas y monetizarlo, es algo que se escapa a la cabeza del político de turno (insisto, de ahora y de antes), más preocupada en otros menesteres como la paz mundial o el abre-fácil de las latas de cristal.
Decir que Blas de Otero tiene una calle en Valencia tiene algo de cachondeo. Lo que no tengo muy claro es si quien lo decidió era un gran admirador de su obra o la detestaba por completo. En el primer caso, quedaría justificado que los escasos metros que la conforman estén ocupados por bajos sin entrada. Sí, han leído bien. Todo un cántico al místicismo y al existencialismo que se sucedieron en la trayectoria del poeta. También se entendería que la vía tuviera el solar pertinente (ya saben, la analogía poesía vs basura) y que el final de la misma coincidiera con unos huertos urbanos, por aquello de la etapa social que vivió el literato. «Imaginé mi horror por un momento» escribía en «Basta». Seguro que se quedó corto al pensar en su calle. Lo que no sé es puestos a despreciarle, ¿por qué fueron tan generosos? ¿Por qué no le pusieron su nombre a un semáforo averiado en alguna calle sin trafico alguno? ¿O a un contenedor de reciclar cristal?
CALLE DE MAX AUB
Muy cerca de la dedicada a Blas de Otero y de la de Jorge Guillén (más insulsa que una comida de hospital), se encuentra la calle de Max Aub. Como las otras dos, se trata de una vía pequeña, no más de ochenta pasos contados. Parece que la ubicación de las calles las decida un gorila que, después de pimplarse dos botellas de anís, deja caer uno de sus dedos morcillones sobre un mapa de la ciudad y solucionado. Sólo así se puede entender la decisión de recluir a estos poetas y titular como el pueblo Real de Gandía una más larga, frondosa, ancha y viva, prácticamente al lado.
Como siempre mi subconsciente tiende a creer que detrás de cada decisión hay un razonamiento, y puesto que Aub tenía cierta predilección por los poemas cortos, se le ha buscado un emplazamiento recogido como esos versos que mencionaba. Es más durante unos segundos, me pareció ver hasta un busto con su efigie. Luego resultó ser un columpio. Que las aceras estén llenas de desconchones y que las raíces de uno de los árboles amenacen con hacerle la zancadilla a todo aquel que se acerque, sólo hace que aumentar mi malestar. Teniendo en cuenta que el colegio que también lleva el nombre del poeta (en la calle Padre Urbano) tampoco goza de las simpatías municipales, estoy empezando a pensar que alguien se ha tomado demasiado al pie de la letra aquello de «Nada te pedí / ¿qué me podías dar que dar pudieras? / Nada me diste…».
Cuando estoy a punto de irme, una mujer me pregunta qué fotografío. Le empiezo a explicar el motivo y me interrumpe indignada con que en esta ciudad le dediquemos calles a extranjeros y encima a alemanes, que nos tienen envidia y se están portando muy mal con nosotros. Antes de que su discurso descalabre más, finjo una llamada (bendito móvil) y la dejo plantada. Las piezas del puzzle van encajando.
Son sólo 6 ejemplos, pero hay más. Pasando por el vertedero (ahora parece que, por fin, lo han vallado y están limpiándolo) en que se había convertido la calle del Poeta Sanmartín y Aguirre, no puedo dejar de preguntarme por qué asociar un estercolero con la poesía. ¿Qué necesidad hay, con tantas palabras en el diccionario con las que poder bautizar una vía? No es la única pregunta. ¿Tanto esfuerzo suponía dedicar una calle a cada Hermano Machado y no una avenida conjunta como si fueran un grupo de música ligera? Ojalá en la Verlanga del futuro no hagan falta más artículos como este. Y a quién corresponda, que arregle este desaguisado, por favor.