Veo a Merce Tienda en El camino de las cabras, en Cabanyal Íntim. Actúa a escasos metros del público y dan ganas de empezar a aplaudirle desde el primer minuto. Desde ese mismo instante en el que aparece y te olvidas de la actriz porque estás viendo a su personaje. Lo bueno de las distancias cortas es que se aprecian más aún los detalles. Por ejemplo, cómo, cuando no tiene texto, da la réplica silenciosa y gestual a su compañero, Dani Machancoses. Una masterclass.
Le pregunto a Merce por ello. Me dice que un actor no sólo interpreta cuando habla o cuando es el foco de atención, sino todo el rato que está en escena. «En mi caso, yo no mido exactamente cómo van a ser mis reacciones a lo que está pasando. Simplemente intento estar en la escena en presente y cuando un compañero me habla o acciona, escucho activamente como si fuera la primera vez. Siempre hay una pequeña gama de libertad dentro de todo lo fijado. Si piensas desde el personaje, no existen los vacíos, todo vale, también no hacer nada. Es una cuestión de estar. Estar de verdad. Eso te hace presente para el resto». Lo cuenta con la humildad de quien parece no estar haciendo nada especial. Cualquiera que haya visto naufragar a intérpretes zangoloteando por el escenario o muriendo de sobredosis de histrionismo cuando no tienen texto y tienen que estar, sabe de la dificultad del asunto.
¿Y los silencios? «Los silencios están llenos de información. La escucha produce cambios en el personaje. Trabajamos con el otro. Es importante saber escuchar, tanto en el teatro como en la vida. Buscar la verdad en escena para mí es lo ideal, aunque como no somos máquinas, no siempre tenemos el mismo grado de atención y consciencia del todo. Es ahí cuando tiras de la técnica, intentando ser orgánico, conociendo el camino de antemano y la paleta de colores que tienes para accionar o reaccionar».
«El camino de las cabras», escrita por María Cárdenas, transcurre en el interior de un camerino, mientras que los espectadores estamos fuera de él. Desde nuestros asientos no siempre se ve a los dos protagonistas mientras hablan. En algunos momentos solo enfocamos a Merce callada. No para de contarnos cosas sin necesidad de la palabra.
Merce consumía cine de pequeña como quien devora Phoskitos. Todas las semanas iba con su padre a ver los estrenos, al tiempo que disfrutaba de los clásicos y «de películas bastante más adultas de lo que en teoría debería consumir una niña pre-adolescente. Me fascinaban las historias, los actores e incluso los planos y las bandas sonoras y me podía pasar horas imaginando mis propias películas. Quise ser la teniente Ripley saliendo del ascensor, bailar y silbar en las calles de Nueva York e incluso tener miedo a las serpientes si eso me convertía en Indiana Jones».
Jamás le llevaron al teatro. Tal vez, por eso, la intepretación «nunca se consideró una opción laboral en mi familia, el camino me llevó sin casi darme cuenta a estudiar y a verlo como una posibilidad de futuro. Los escenarios me atemorizaban debido a mi experiencia con la rigidez del ballet clásico pero fue fácil cambiar esa idea».
¿Cuándo te sentiste actriz por primera vez? «Me sentí actriz casi desde el primer momento que pisé un escenario en esa nueva etapa. Después de dar bandazos en periodismo, encontré mi lugar. Un lugar en el que me sentía cómoda y donde todo fluía. Un lugar en el que crecía como persona. Descubrí el teatro, afortunadamente y un tipo de vida perfecto para mí. Cuando encuentras eso, no hay dudas». Cuando ves a Merce Tienda encima de un escenario no hay dudas, tampoco.