València cuando llueve por la mañana, si se anda, tiene algo como de canción de Heavenly. Si uno se concentra puede pensar que solo existe para él. Todo está más vacío y ayuda. Es una mezcla de euforia contenida y expansiva. Edificios insignificantes y con la arquitectura más desganada parecen renacer por unos instantes. La gente resulta más guapa, lo verde es más verde y hasta los balcones pierden esa tristeza discreta que diría la poeta catalana Maria Cabrera Callís. Si ocurre un domingo se tiene la sensación de que hay algo de reivindicativo por las loas que se suelen llevar, merecidamente, los sábados. València cuando llueve es la reina de los stories de instagram.
Este domingo llovió un poco. Menos de lo esperado. Saliendo del IVAM y con un paraguas de tamaño medio daban ganas de ir a esos sitios para los que nunca se encuentra momento. No importaba bañarse las sandalias en charcos clandestinos. Este verano, en Jávea, ya hicimos un divertido máster al respecto. Cerca del museo está la Plaza Maria Beneyto (escritora) que inauguró septiembre con un nuevo jardín. Sin el bullicio del Cervantes o el típico ajetreo diario, con la complicidad de unos chubascos inofensivos y con la calma que transmite una biblioteca cerrada por festivo, allí, en el medio de la plaza, parecía escucharse la voz de la poeta valenciana: «Caldria anar amb peus de neu, petits / a saludar l’intacte de l’aurora. / A deixar-li la pau dels rams més tendres / caldria anar amb passos fets de flor».
La plaza es, ahora, uno de los rincones más acogedores de la ciudad al que no le hace falta ni wifi. La nueva vegetación, los nuevos juegos, pero sobre todo el inmenso muro final pintado por Cachete Jack. Pura alegría. Colorido. Recuperar los muros sombríos, grisáceos y agrietados debería ser una obligación de cualquier gobierno mundial. Y que no se limitara a los barrios más populares porque la periferia existe. Si alguien sigue pensando que hacerlo es política de gestos debería continuar con su cabeza sumergida. Es recuperar ciudad. El trabajo de Nuria Bellver y Raquel Fanjul es, como siempre, magnífico, lleno de humor y mensajes. En el suelo también han dejado su huella. Celebrarlo saltando en su sambori con forma humana, haciendo equilibrios con el paraguas, es lo mínimo que se puede hacer.