Amar duele, repite Chavela Vargas en el inicio de la canción que así se titula, para a continuación confesar, con esa voz que lo ha vivido todo, que «vivir sin amor no conviene (…) no se puede». Cuatro estrofas que podrían resumir, perfectamente, el libro «Vamos a follar hasta que nos enamoremos» (Arrebato Libros), de Ana Elena Pena. Sería un error hacer una lectura del mismo en clave morbosa o buscando, desesperadamente, la provocación de determinado vocabulario. Seguramente, el que lo intente lo encontrará, pero estará desaprovechando una estupenda oportunidad para leer a una de las voces que mejor escribe sobre el amor.
En Ana Elena se respira en cada verso, en cada frase, la libertad que otorga no tener que rendir cuentas a la impostura. Su madurez palpita en su estilo. La rotundidad del lenguaje no es ningún exotismo gratuito, sino el combustible necesario para avanzar en cada una de las historias que narra. Precisamente, en aquellas en que se permite algunas licencias más naif (y utiliza palabras como piruleta, flan de vainilla, melocotón fresco,…) parece que el libro vira perdiendo cierto rumbo, pero apenas ocurre en un par de ocasiones. Ana Elena escribe desde las tripas, desde muy adentro, pero haciendo el check out en la cabeza. Así puede pasar de la ternura al desgarro pasional sin perder la coherencia.
Sus poemas (porque también habría que calificar así sus textos en prosa, dado el lirismo que desprenden) transpiran mucho trabajo y reescritura detrás. Necesarios ambos para encontrar la palabra perfecta, el ritmo necesario o el desarrollo acertado, más alla de una inspiración concreta o como punto de partida. Su descripción de los celos asusta de lo precisa que es, acierta sazonando con humor cuando y donde debe, resulta valiente apostando por el optimismo en determinadas escenas y no dejándose llevar por la comodidad y el efectismo del malditismo, se (y nos) divierte con algunos juegos formales. Pero por encima de todo, regala una de las más bellas historias de amor («Piñata») escritas en mucho tiempo, a partir de la desgracia máxima que uno puede vivir. Seis páginas que valen por muchos libros.