A Bukowski hay que leerlo cuando se es joven o al menos, mientras se mantiene la capacidad de sorprenderse intacta. Sólo así se acabará absorbido por su prosa y su contexto no literario. Después ya nada será igual. Cuesta encontrar evolución alguna en una obra que gira en torno a los tres verbos que mejor conjuga el escritor de origen alemán: Follar, beber y escribir. Sobre ellos, pero también con escapadas a otros amigos del diccionario gravita «Charles Bukowski. Retrato de un solitario», de Juan Corredor, editado por Renacimiento.
Si alguien busca una detallada biografía sobre él, mejor que lea, por ejemplo, «Hank. La vida de Charles Bukowski», de Neeli Cherkovski (Editorial Anagrama) o, incluso, aquella joya firmada por Howard Sounes sobre su vida en imagenes (Salamandra se encargó de ponerla en el mercado y es habitual ver ejemplares tirados de precio en la librería París Valencia), porque este libro aún recorriendo la existencia del escritor (no)maldito, tiene mucho de interpretación y eso se agradece.
Corredor no elude todo aquello que ayuda a comprender mejor, tanto a Bukowski como al conjunto de su obra. El lector adolescente prolífico, su atracción por el nazismo, la pasión desorbitada por la música clásica, su supervivencia a un padre maltratador, la admiración por John Fante y pocos escritores más, su escándalo en televisión que hoy sería carne viral, la estrecha vinculación con Los Ángeles o la investigación de la que fue objeto por parte del FBI, así como, por supuesto, su relación con el alcohol y las mujeres y su trayectoria literaria. Pero va más allá.
El autor ya lo avisa en el prólogo. «Me propongo ofrecer al lector mi particular visión sobre el personaje, pues nunca hemos creído en las biografías al uso». Y así, la vida y la obra de Bukowski es perfilada atendiendo a sus contemporáneos, pero también dando cancha y citando a autores que a simple vista poco tienen en común con él, más allá de haber estampado en papel sus libros. Y es ese, precisamente, uno de los mayores logros de este volumen. Como lo es no acabar obnubilado por la figura errante de su protagonista. Juan Corredor no oculta su querencia hacia el escritor, pero ello no le impide mostrarse crítico con lo de bucle argumental que tiene su bibliografía. O desmontar esa percepción, que el tiempo parece no erosionar, de su vida bohemia, cuando durante buena parte de su carrera antepuso la seguridad de un trabajo, que odiaba, a apostar por su talento literario. Brecha que fue aumentando cuando abrazó la comodidad burguesa que sus ingresos le permitían.