«Reflexiones en torno al pasado, presente y futuro de la Plaza del Ayuntamiento de València». Es el subtítulo del libro La Plaza, editado por la Fundación Goerlich y Eina Cultural, y el mejor resumen del mismo. Porque de ello se nutren sus más de doscientas páginas, acogidas por la magnífica ilustración de Virginia Lorente que ocupa la portada y la contra. Opiniones, sugerencias, críticas, recuerdos… de los participantes, entre los que hay profesionales de la arquitectura, el periodismo, el derecho, la historia…, así como cargos políticos o responsables de entidades sociales de la ciudad.

Sobre la plaza apunta, con acierto, Daniel Benito Goerlich en el prólogo que «ha de perdurar el carácter antiquísimo, pero vertiginoso y rebosante de vida con vocación de futuro, de la ciudad que habitamos». Sin duda la (parcial) peatonalización está ayudando a ello. Sobre todo a recuperar un espacio que, como buena parte del centro histórico, se había ido perdiendo entre el silencio absoluto de todos, en pro de las franquicias, de la globalización mal entendida y del turista frente al ciudadano. Cuando superemos la pandemia debería replantearse la situación para no caer en los mismos errores.

La Plaza, el libro, con una ración generosa de fotografías (hay incluso un epílogo con todos los edificios de la misma), tiene mucho de paseo personal de cada una de las persona que escriben en él. Hay quien busca en su infancia, quienes optan por acercarse desde planteamientos profesionales o los que aprovechan la circunstancia para una crítica política facilona. Entre el más de cententar de colaboradores destacan los textos de Francisco Ballester y Vicent Molins, lanzando preguntas que ya deberían tener respuestas a estas alturas. También la iniciativa (¿dónde hay que firmar?) de César Guardeño Gil (Presidente de Círculo por la Defensa y Difusión del Patrimonio Cultural) de recuperar la Tortada, desmontada en 1961. O las propuestas interactivas que aconseja la historiadora María Borja Ortiz. Debates, ideas, proyectos… que no deberían nunca olvidar la máxima que apunta el arquitecto Mariano Bolant Serra, de que «no debe ser un parque temático».