La primera novela de Elisa Ferrer (L’Alcudia de Crespins, València, 1983), Temporada de avispas (Premio Tusquets Editores de Novela 2019), terminaba con un brindis, que se podía extrapolar de la ficción para explicar el disfrute provocado por su lectura. Siempre hay que celebrar las buenas historias. Las buenas historias bien contadas.
Su segundo libro, El holandés, acaba con una reflexión (in)directa en torno a las virtudes literarias de las páginas que acabamos de leer, en la que la apuesta segura es un sí rotundo.
Ni lo uno ni lo otro son spoilers que afecten a sus lecturas. Ni siquiera Elisa Ferrer, seguramente, escribiera esas líneas con otra intención que cerrar brillantemente las ficciones relatadas. Pero es tal el placer con el que se devoran, es tal la inmersión que se produce, que lo normal es acabar participando, de alguna manera, de esas narraciones.
El holandés está basado en un hecho real, pero es una ficción. Benidorm, finales de los ochenta, el hombre que da título a la novela vende un solar en primera línea de mar por cuatrocientos millones de pesetas. Un solar que no le pertenece. El resto, en las casi trescientas páginas del libro. ¡Buen provecho!
¿Cómo llegas a la historia y cuándo ves que te interesa desde el punto de vista literario?
La verdad es que más que llegar yo a la historia, fue ella la que llegó a mí. Había escuchado muchísimo hablar de esta estafa que se produjo a finales de los 80 en Benidorm porque es muy conocida en L’Alcúdia de Crespins, mi pueblo. Y lo es porque quien vendió el último solar que quedaba en primera línea de la playa de Poniente, a pesar del pequeño detalle de que el solar no le pertenecía, es de la zona y está casado con una mujer de mi pueblo. Él fue quien me inspiró para crear al protagonista de mi novela, Rafael.
Recuerdo la primera vez que oí hablar de la estafa que este señor, llamémosle aquí también Rafael, a pesar de que no es su nombre real, cometió en Benidorm. Yo era una niña cotilla y a veces jugaba cerca de la mesa de los mayores para poner la oreja. La imagen de un hombre que vendía un solar que no era suyo (yo ni siquiera sabía qué era “solar” y pensaba en un trozo de sol, imagina) y luego desaparecía como en un truco de magia, se me quedó grabada.
Un día de verano de 2017, sin avisar, cuando el caso había prescrito y Rafael había vuelto a España, yo estaba de visita en casa de mis padres y él se plantó allí. Por aquel entonces, aún no lo conocía porque estuvo años oculto en Países Bajos mientras estaba en busca y captura por la Interpol. Me preguntó si, de las tres hermanas, yo era la guionista y me dijo que tenía una historia que contarme, la suya, e insistió en que, si la convertía en una película o en una serie, nos íbamos a forrar.
Para mí, en ese momento, su visita fue un marrón. Estaba muy alejada del audiovisual, a punto de irme a Iowa a estudiar porque me habían dado una beca para el Máster de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Iowa y mi cabeza estaba totalmente focalizada en Temporada de avispas. Además, me parecía complicado hablar de una historia tan conocida en mi pueblo.
Pero todo lo que me contó se me quedó grabado y volvía a su relato de manera insistente. Es difícil ignorar una buena historia. Así que cuando en Iowa tuve que escribir algo para un taller de No ficción, en lugar de lanzarme a contar mi vida, rescaté la conversación con Rafael y volví a contactar con él. Fue entonces, en 2018, cuando comencé a escribir El holandés.
Una de las cosas más interesantes de la novela es su estructura. ¿Te costó dar con ella? ¿Estuviste tentada de contar de manera cronológica la historia de Rafael?
Cuando comencé a trabajar la novela en el taller, un primer intento fue el de narrar la historia de manera cronológica, pero en apenas dos páginas me di cuenta de que no funcionaba. Y no funcionaba porque algo así ya se había contado muchas veces y, para mí, lo más importante era tener el contrapunto de quién es Rafael hoy, más de treinta años después de la estafa. Además, necesitaba contarlo desde un punto de vista femenino, el de Alba, pues creo que este tipo de historias se suelen narrar desde la mirada masculina, y yo quería que lo contara una mujer, alguien que tuviera un modo de enfrentarse la vida distinto al de Rafael al pertenecer a otra generación, alguien que partiera de unas experiencias vitales diferentes.
Al principio, me costó mucho dar con la voz para narrar esta historia, construí diversas narradoras, pero cuando llegué a Alba, una especie de alter ego con quien comparto el modo de enfrentarme a la historia y lo generacional, aunque luego seamos muy distintas, sobre todo, en lo que respecta a su situación sentimental y familiar, la novela empezó a fluir.
Precisamente, esa estructura permite que no solo haya un foco narrativo y que convivan varias «tramas»: la estafa de Rafael en Benidorm, Rafael en Utrecht, Rafael en la actualidad, la relación Alba-Dani, la relación de Alba son su oficio… que provocan en el lector la expectativa de saber cuál se va a retomar en el inicio de cada capítulo. ¿Tuviste alguna precaución con ello para que en el fondo todo «remara» en la misma dirección?
Precaución es poco. Trabajé muy duro en la estructura de la novela y le di muchas vueltas. Cuando llegué a Utrecht el año pasado gracias a una beca del Ministerio de Cultura (las Ayudas para la Movilización Internacional de Autores), tenía un manuscrito eterno y un montón de capítulos desordenados. Entonces, lo primero que hice al instalarme en mi piso neerlandés temporal, fue pillar una pizarra blanca gigante, escribir cronológicamente la historia real y luego, al lado, mi ficción, que cuenta con tres tipos de capítulos distintos y estuve trabajando en cómo ordenarlos para que, a pesar del desorden cronológico, se entendiera todo y hubiera un in crescendo en la trama principal que, de algún modo, fuera acompasada por el resto.
A lo largo de la novela van emergiendo algunas de tus herramientas literarias. Esa manera de combinar la escritura de los diálogos en distinto formatos, tu uso de la coma como elemento que impulsa la narración y permite hacer puntualizaciones, el cambio de tono que hay a lo largo de la historia (incluido ese aire de thriller hacia el final, o la importancia del humor, la dosificación de información…), los puntos y aparte que en algunos casos extienden su forma hasta una separación de párrafos…
Para mí, dejar los diálogos incrustados en el párrafo junto a las acciones es un rasgo de estilo ya y una manera de darle dinamismo a la prosa. En El holandés los uso cuando Alba narra desde la primera persona. Mientras que en los capítulos que se cuentan a través de un narrador omnisciente, es decir, los capítulos que escribe Alba a partir de lo que le va contando Rafael, utilizo los diálogos clásicos, con guiones, porque ella escribe así, y ahí ya no soy yo (ríe).
Por otro lado, las comas y los puntos y coma me permiten escribir oraciones muy largas y, al ser esta una novela llena de mentiras, me gustaba que la prosa imitara un poco eso que hacemos cuando mentimos: dar muchas vueltas. Pero al mismo tiempo, me obsesiona que la prosa fluya, sea clara, corra, así que cuando escribo, me leo mucho en voz alta y me grabo para comprobar que el texto fluye sin tropiezos. Es importante para mí.
El cambio de tono era buscado, quería que la segunda parte del libro, en la que la trama de Alba se va diluyendo porque está siendo fagocitada por la historia de Rafael, fuera más oscura, más violenta, nos mostrara otra cara del personaje. En cuanto al humor, siempre lo he tenido claro, esta historia tenía que tener sentido del humor porque la persona en la que está basado Rafael es divertidísima y muchas de las situaciones que me contaba también lo eran y, al final, esta es una novela de personaje.
La dosificación de la información, creo, es una herramienta fundamental para quienes contamos, la manera en la que graduamos la información cambia por completo la percepción que se tiene de una historia. Si te das cuenta, narro la estafa casi al principio, el enganche de la novela está en otro lado.
Los párrafos que se encuentra separados por más de un espacio aíslan ese texto porque ha habido un cambio de lugar, de tiempo o un cambio de tono. Y dejar espacios en blanco en el texto, como en la poesía, también es una forma de expresarnos cuando narramos.
Uno de los «debates» que se están creando en torno a la novela es cuánto hay de realidad y cuánto de ficción. Que se plantee esto habla muy bien del libro, porque de alguna manera, partiendo de que es una novela, se está reconociendo que desde la ficción se ha conseguido un relato muy real (no solo de lo que pudiera suceder, sino un relato creíble). ¿Cómo te posicionas tú en este tema? ¿Crees que tiene alguna importancia en tu novela como tal?
Me hace mucha gracia que haya gente que lee la novela con el móvil abierto por la página de Google en una mano y el libro en la otra para comprobar qué hay de real y qué no. La estafa de la que parte el libro es real y luego hay cosas inventadas y otras que fueron así. Pero para mí, eso es lo de menos. Si ponemos por delante que muchas cosas parten de la reconstrucción de los recuerdos de una persona, creo que cualquier recuerdo ya es una ficción y más cuando está pasado por el filtro de la nostalgia.
Por otro lado, la gente me habla como si yo fuera Alba, pero la verdad es que es un personaje totalmente construido con quien comparto menos cosas de las que podría parecer en un principio.
Yo siempre digo que el libro debe leerse como lo que es, una novela, una ficción pura. Pero entiendo la tentación de buscarlo todo por internet. Incluso me divierte.
Aunque hay matizaciones sobre algunos comportamientos de Rafael, no le enjuicias en ningún momento (ni a él ni al resto de personajes), consiguiendo que quien lee el libro actúe de la misma manera y mientras lee la novela tenga alguna contradicción personal al darse cuenta que le puede caer bien y empatizar con alguien que guarda (o puede guardar) algún punto oscuro en su vida (sobre todo al final de la historia). ¿Lo hiciste con ese objetivo? ¿Qué relación sueles tener con tus personajes (estén inspirados o no en personas reales)?
Como lectora, no me gusta que los autores o las autoras juzguen a sus personajes, me gusta que me den hechos, acciones, palabras, y juzgar yo. Esa es una de las cosas que más me interesan de la ficción, que nos ponga en un lugar incómodo. Por ejemplo, una de las series de mi vida es Los Soprano precisamente por eso, porque conseguía que empatizara con alguien que hace cosas moralmente muy reprobables como Tony Soprano. Y yo quería mostrar a mi personaje, Rafael, y que quien leyera sus hazañas lo juzgara. Si me hubiera entretenido en juzgarlo yo, no sería un personaje completo, estaría muy limitado por mis opiniones. Eso, obviamente, no quiere decir que me parezca bien lo que hace, eso ya es otra historia.
A mí me gusta tratar de comprender a mis personajes, buscarles la vuelta, entender su psicología (sean reales o no, aunque para mí siempre lo son) y dejarlos actuar. Y luego ya, quien los lea, que los juzgue. Hay que respetar la inteligencia y la sensibilidad de nuestros lectores.
¿Qué relación guarda El holandés con Temporada de avispas? ¿Interactúan de alguna manera en algún sentido en esa reconstrucción de la vida de alguien?
En ambas novelas he intentado construir personajes que parezcan reales, situaciones que puedan olerse, tocarse, vivirse. Y, a pesar de que son historias muy distintas, en ambas las lectoras y los lectores están muy dentro de las cabezas de Nuria y de Alba que son personajes diferentes, que parten de otras vivencias, de otras experiencias, pero tienen muchos puntos en común a nivel generacional.
¿En qué medida ha afectado a esta novela el premio que ganaste hace 4 años? ¿Por qué tanto tiempo sin libro nuevo? ¿Qué importancia tuvo y ha tenido el premio?
Bueno, después de un premio hay cierta presión, pero no es sólo eso. Durante esos años me saqué el máster de profesorado, estudié unas oposiciones, me mudé, hubo un confinamiento en el que me costó sentarme a escribir… Además, y sobre todo, era una novela que empecé en 2018 y a la que le di muchas vueltas porque quería dar con la estructura justa, con la voz adecuada, y eso requiere mucho trabajo. Para mí, las novelas son una carrera de fondo y requieren de tiempo y esfuerzo (y luego se cuela la vida, lo doméstico, ganarse el pan, esas cosas).
El premio ha sido fundamental porque me ha dado algo muy importante: la editorial Tusquets. Para mí, publicar con ellos es genial por el cariño con el que me editan, con el que tratan mis libros. Es fantástico saber que van a escuchar mis propuestas y van a darlo todo para hacerlas mejores.
En una posible adaptación cinematográfica (o en formato serie), ¿a qué actor verías como Rafael?
La verdad, no se me ocurre ningún actor. Mientras escribía, tenía en mente a la persona real y me es complicado ponerle otro rostro. Eso sí, lo imagino valenciano y para el Rafael joven necesitaríamos a un actor guapo, más que nada porque es la cláusula que el Rafael real pone en el contrato (ríe).