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Foto: Eva M. Rosúa.

Pocas cosas hay más nostálgicas express que revisar los resultados de la jornada sabatina de baloncesto un domingo por la noche. El periódico se convierte en una inútil máquina del tiempo con la que atrapar el mismo resulta imposible. Uno acaba plegándolo y prometiéndose que el fin de semana próximo exprimirá al máximo cada minuto. No hace falta ser cum laude para saber que eso no ocurrirá y que la escena se repetirá cuando la cena dominical ya esté en plena digestión.

Esos propósitos y, también, esa nostalgia extraña, me invade cada vez que se acerca la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Valencia. Creo que todos lo años, desde que tengo uso de razón, la he visitado, y siempre con unas expectativas que, a medida que me he ido haciendo mayor se han ido apagando antes, apenas las primeras casetas visitadas. Siempre me juro que en la siguiente cita iré con un listado y revisaré, uno por uno, todos los ejemplares que están expuestos. Nunca lo hago. Sería ingrato no reconocer que en ella he descubierto algunos escritores y publicaciones importantes, pero tengo la sensación de que las posibilidades de sorpresa y hallazgo se van reduciendo así pasan los años. Lo que no sé es si el problema es mío o de la Feria.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Rebuscar entre libros siempre es algo placentero, arqueológico e, incluso, está impregnado de ese halo ludópata que tienen ciertos vicios. Pasear por stands como el de la Librería Codice, donde todo está perfectamente ordenado y bien cuidado, con bolsitas protectoras, y los responsables mantienen el equilibrio perfecto entre atentos y amables, sin hacerte sentir en momento alguno que estás profanando su vivienda, es una gozada. Como ir leyendo los cartelitos, llenos de ingenio, con los que la Librería Sekhmet va señalando las distintas secciones. O encontrar dos entregas de «Picardías mexicanas» y que la mente los relacione, ipso facto, con la editorial Media Vaca. Dejarte atrapar por ese micromundo es de las experiencias más agradables que se pueden vivir allí. Más de una vez he fingido que miraba, y volvía a mirar, algunos volúmenes con tal de poder escuchar una conversación, capturada furtivamente, entre libreros o presenciar transacciones en las que las cifras marean.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Sin embargo, ese halo romántico ha ido perdiendo el partido en esta edición. Que los dedos apenas estuvieran negruzcos al terminar el paseo es la mejor prueba de ello. La feria está dejada a su suerte como al chiquillo que cuando llega al verano no hace falta vigilar y puede corretear por donde quiera. Una sensación de abandono que no merece. Que uno de sus propósitos sea el libro antiguo no significa que tenga que sobrevivir aferrada a una tradición inmóvil en la que nada cambia. Hay un margen de mejora y no aprovecharlo es, una vez más, tirar por la borda un reclamo económico, turístico, cultural y muchas más cosas.

¿Cómo es posible que no haya ningún cartel del certamen en todo el recinto ocupado? ¿Cómo es posible que casi nadie sepa que edición se celebra? ¿Cómo es posible que el polvo y la tierra cuando sopla un poco de viento sigan azotando a lectores, libros y libreros, si se reformó el paseo hace poco? ¿Cómo es posible la desgana con que se juntan unos carteles de películas de Josep Renau y se habla de exposición? ¿Cómo es posible que en algunas casetas se vendan novedades o libros recientes a precios actuales? ¿Cómo es posible que no se edite un mapa o un plano con los nombres de las librerías participantes y su ubicación? ¿Cómo es posible que no se habilite un espacio y se programen actividades paralelas sobre los ejes del encuentro? ¿Cómo es posible que no se busque la interacción con negocios de la zona y se habiliten zonas para que la gente pueda refrigerarse sin abandonar el paseo? ¿Cómo es posible que la cultura sea siempre dejada a su suerte y se tenga que buscar ella la supervivencia? ¿Cómo es posible que no se aproveche las fechas en que se celebra para atraer al visitante que busca algo más que petardos, alcohol y fiesta? ¿Cómo es posible que algunos libreros marquen los precios sobre las cubiertas de los libros? ¿Cómo es posible que algunos libreros no indiquen los que valen los libros que tienen a la venta? ¿Cómo es posible que haya gente que entable conversaciones domésticas, con sus acompañantes, delante de los puestos, privando al resto de poder navegar entre mares de papel? ¿Cómo es posible que no se planteé la posibilidad de que la Feria sea fija y se extienda esa opción a otros encuentros como la Fira Alternativa, apostando por los pequeños eventos e innovando ene se sentido respecto a otras ciudades? ¿Cómo es posible que la Feria no tenga una página web y la que existe en facebook sea de la edición del 2013?

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

A pesar de todo, este año también pasé por caja: «El humor y la novela española contemporánea», de Santiago Vilas y «Valencia en el recuerdo», de Jose Mª Gimeno Tichelly, se vinieron conmigo. Y sí, como todos los años, aún haré una segunda visita. Sin lista, por supuesto.