Contaba el exfutbolista Fernando Gómez, el otro día en la Librería Dadá, que ahora no se da tiempo a que los jugadores crezcan. Las prisas provocan que una mala temporada les condenen a la salida del club cuya camiseta defendían. Son los tiempos que corren y la literatura no es ajena a ellos. Un primer libro, que debería ser como una credencial, como unos primeros apuntes de la carrera que puede desarrollar un escritor, es muchas veces una moneda al aire. Y teniendo en cuenta el volumen de obras que se editan, puede que ni siquiera aterrice para poder ver qué ha salido.
Muchas veces nos quedamos omnubilados ante las primeras páginas de un autor. Tampoco es garantía de nada. Ni siquiera de una carrera longeva y exitosa. Siempre hay múltiples factores que la pueden obstaculizar. Desde la falta de inspiración a la tentación clónica. También los hay que consideran que no tienen nada más que decir. E incluso los socios del inexistente club que preside Wells Tower. Una ópera prima, por mucho que lleve el marchamo de una editorial, difícilmente será una obra maestra. Los tres títulos de este artículo son buenos puntos de partida, con muchas satisfacciones y algunas cosas que revisar, que, ojalá, no se queden en eso.
«Anotaciones circulares», de Iban Petit, dobla la apuesta. Una primera novela que además inaugura el catálogo de una editorial, Expediciones Polares. El cuidado diseño del libro es toda una declaración de intenciones del nuevo sello. Lo mismo que su primera referencia (a la que le han seguido una historia ilustrada del rock and roll a través de sus anécdotas, una biografía de Serge Gainsbourg y la novela «Hambre a borbotones», de Álber Vázquez), de marcado sabor pop introspectivo, como esas canciones del Donosti Sound que tan buenos momentos nos legaron.
Una playa. Un encuentro casual o no. Un amor entre un treintañero en crisis y una artista. Una historia de amor que podría parecer corriente, pero que se revela como poco convencional. Y ahí está el gran mérito de Petit. En el punto de vista narrativo, en la historia y en su facilidad para construir atmósferas. Sabe sobreponerse a un inicio titubeante, más fluido cuando lo protagoniza el personaje femenino, para ir creciendo a medida que avanza la trama. La necesidad de escapar, de recuperar los sueños perdidos y los peajes que se pagan al crecer se convierten en la columna vertebral invisible del relato. «Anotaciones circulares», sin ser una novela generacional, está salpicada de referencias musicales y literarias que no llegan a ensamblarse bien con la acción, trasmitiendo la sensación que más que a los personajes definen al autor. La parte final es la que mejor detalla el pulso creativo del escritor con unos continuos y bien labrados giros, que, lejos de querer epatar al lector, demuestran la valentía que siempre debería ir fijada a una tarjeta de presentación.
Toni Garrido Vidal es conocido en la escena musical valenciana como Toni Gominola. El programa de radio que hacía, «Gominola Soul», y el estupendo fanzine, Combustión, que editaba son sus mejores credenciales. «Crawfish» (Cutaway Books), su primer libro, fue publicado por entregas en la revista digital Cutaway Guitar Magazine, entre 2009 y 2013. Y ese es precisamente el principal hándicap al que se enfrenta, porque por mucho que se haya podido revisar el texto para su edición en papel, nadie es la misma persona (y menos, el mismo escritor) cuatro años después. Empieza con una prosa preventiva, excesivamente explicativa con el lector, para traspasado el ecuador de la novela, justo cuando la tensión sexual (a partir del capítulo «Miss you») aparece en la misma, encontrar el ritmo endiablado que exigía la historia.
Garrido tiene algo por lo que suspiran muchos escritores. Una iconografía propia, en su caso muy vinculada a la cultura popular estadounidense. El libro se convierte en una suerte de road movie, en la que no faltan el alcohol, las mujeres fatales, las gasolineras, un predicador, asesinatos, huidas, un torpe inspector, leyendas urbanas, pasajes desiertos, peleas, tienda de licores y una galería de secundarios tan inquietantes como atractivos. Regados todos esos elementos por música, mucha música que como en el caso de Petit ejerce de freno en algunos pasajes, desde Johnny Cash o Howlin’ Wolf a Nick Cave o Jane’s Adiction, pasando por Roy Orbison o Elvis Presley. Poder leer, algún día, ese universo personal trasladado a nuestro entorno más cercano sería muy interesante y un segundo paso natural en su carrera de escritor.
El problema del humor es que muchas veces dice la verdad. Y después del efecto anestesiante de la risa o la carcajada, llega la punzante reflexión. Pedro Mateo sabe de ese poder sobrenatural de la comedia y lo utiliza en su debut literario, «Funeral tropical» (Fractal Poesía), una suerte de prosa poética que como bien se indica en una de las solapas interiores es un tour de force playero-funerario. Su mirada escarba una realidad que la tontería cotidiana ha acabado por sepultar, sustituyendo y desenfocando lo que vemos por lo que nos inducen a creer que vemos. La sonrisa forzada narcotizando a la angustia.
Mateo, programador del festival Abycine, es una persona muy vinculada a contar historias. Lo ha hecho en el audiovisual, en monólogos, en programas de radio,… y controla a la perfección las estructuras y ritmos del proceso creativo. Sin embargo, hay momentos en que su ansiedad narrativa desborda y se acaba autoengulliendo, provocando un atasco en la fluidez del texto. Un exceso de violencia verbal, a ratos psicodélica, a ratos post-apocalíptica, que resulta inasumible y provoca el efecto contrario. «Funeral tropical» se abre con una ilustración de Miguel Noguera que sintetiza muy bien este viaje desopilante por litorales de todo el mundo, cuyo capítulo final, empujando a codazos al Dúo Dinámico del final del verano, certifica la destreza del autor con las palabras.