París era una rave es la primera novela del guionista, autor teatral, actor y director Nacho López Murria (València, 1987). Una historia de la que mejor no desvelar mucho para que la lectura sea pareja en la narración con los personajes. Ona y Leo coinciden en el mismo avión rumbo a la capital francesa. Lo que parece una incipiente historia de amor se torcerá por culpa de Alejandro Jodorowsky.
Para entenderlo tendrás que leer las poco más de 150 páginas del libro, que discurren entre buenas dosis de humor, surrealismo, fantasía, referencias pop y populares (Huevos Kinder, Tinder, Lynch, Vila-Matas, Avecrem, Netflix, Ryan Gosling, Luis Tosar, Smog, Ikea, Mortal Kombat, «Waka Waka» de Shakira, «I,’m so free» de Beck, «Africa» de Toto…), algún haiku cómico y ese aire descontrolado en ascenso de Aventuras en la gran ciudad (Chris Columbus, 1987) o ¡Jo, qué noche! (Martin Scorsese, 1985).
López Murria, que actualmente trabaja como guionista en L´Alqueria Blanca, publicará «con total seguridad el año que viene» la novela gráfica Canciones para la chica que al final se muere (La Cúpula) con la ilustradora María Simavilla.
La primera versión (o una de las primeras) se titulaba Yo jodí a Jodorowsky. ¿Cómo se produce el cambio a París era una rave?
Pues se produce un poco por miedo. Está claro que es un libro pequeño, con una tirada muy concreta y publicado por una editorial independiente… vamos, que teníamos claro que la difusión no iba a ser muy grande. A mí me entró la paranoia de que el libro llegara a oídos del mismísimo Jodorowsky y que le pudiera molestar que le anduviéramos “jodiendo”. Al final uno de los capítulos del libro adoptó ese título tan sonoro… algo es algo… hablando ya en serio… tal y como está el patio, y al currar en tele, es muy fácil indignar al personal sin ni siquiera pretenderlo. Fue una decisión mía de última hora la de cambiar el título por el de París era una rave y hacer esa referencia al famoso libro de Hemingway, que no me enganchó en absoluto en su día, y al París no se acaba nunca, de Vila-Matas. También ayuda a que los lectores que se acercaran al libro por la mención a Jodorowsky no se sintieran estafados. La versión alterna que aparece en la novela de Alejandro es una versión extrema y más estrafalaria aún si cabe. De hecho, fue curioso cómo en redes le daban like a las publicaciones donde se anunciaba el libro seguidores del movimiento de la psicomagia creada por Jodorowsky. En resumidas, la idea es que el libro funcionara por lo que es, una aventura romántica-discordante de dos seres incapaces de controlar su destino.
¿Por qué París? ¿Por qué Jodorowsky? ¿Cómo nace la novela?
Bueno, la premisa del libro viene de una historia real: estando de visita en París donde había ido para asistir a la boda de unos amigos, un colega me contó que uno de los invitados fue vecino de Jodorowsky. Vivía en el piso de arriba del autor chileno y se dedicaba a montar fiestas muy locas que enturbiaban las energías del anciano. Harto, Jodorowsky se ponía a dar golpes al techo para mostrar su desagrado. Me pareció tan curiosa la anécdota que sentí que tenía que hacer algo con ella, aunque no tenía claro el qué. Por aquel entonces, hablamos de 2019, estaba planteándome escribir una novela. Tenía un compendio de relatos, unos pasables y otros un tanto mediocres, que no terminaban de encajarme. Así que decidí empezar de cero. Me apetecía volver a los inicios de cuando daba los primeros pasitos escribiendo teatro. Regresar al juego de transitar por un concepto y dejándome llevar con él sin pactar demasiado el trayecto. Sí que moldeé la idea de dos personas que, a través de una serie de coincidencias acaban enamorándose, aunque luego su romance se tuerza hasta los límites de lo imprevisible. También me gustaba desarrollar una historia en una ciudad que no controlara del todo. Aunque he visitado París en varias ocasiones, me parecía un reto complicarme la vida a la hora de caminar por un paisaje diferente. Añadí al saco muchos ideas o personajes anecdóticos que me fui encontrando durante mi última estancia allí. Detalles que me llamaban la atención y que luego pudiera transformar al gusto, exagerándolos en favor de la historia y que me ayudaron a complicarle la existencia a los dos protagonistas del libro.
¿Por qué esta historia tenía que ser contada en una novela y no en cualquiera de los otros formatos de ficción que has cultivado?
Cuando empecé la novela, llevaba casi dos años alejado del teatro, que ha sido el medio recurrente en el que me desarrollé principalmente. Pero en mi última época con CanallaCo fui volviéndome más inseguro, perdí confianza e ilusión… no sé… estaba rodeado de gente increíble, pero al final sentíamos que no avanzábamos. Luego me vine a Madrid para trabajar en la tele y la inseguridad se mantuvo durante unos meses hasta que cambié un poco el chip y perdí ese miedo, que se mantiene en cuanto a teatro se refiere. En muy poco tiempo me vi absorbido por los ritmos de trabajo de las producciones televisivas. Absorbido por ese ritmo, noté que necesitaba una vía de escape para reencontrarme, para escribir una historia donde pudiera pasármelo bien y mantener vivos mis “mundos”. Llevaba unos cuantos años iniciando manuscritos que acababa dejando a medias. Cuando me puse manos a la obra con la premisa de una fiesta que jode a Jodorowsky… de pronto me vi de nuevo disfrutando como cuando tenía veinte años y empezaba a escribir. Sin duda ha sido un pequeño gozo. No sé si fue un proceso catártico, lo que está claro es que recuperé esa esencia surrealista, esos planteamientos inconexos y esos personajes torpes que son salpicados por un humor algo grosero, pero simpático… una fórmula para mí demasiado importante y que creía totalmente perdida.
En trabajos anteriores, y en esta novela también, luces habilidad para los diálogos, para describir y recrear esa fase previa del enamoramiento en el que se van generando sentimientos y expectativas y para los personajes algo “exóticos”. ¿Cómo ves desde dentro esta triada imaginativa tuya?
Sinceramente, no lo sé. Siempre fui muy caótico en los procesos… nunca planteaba bien mis estructuras y sé que a veces fallaba al no acatar las normas básicas de escritura. Obviamente con los años no te queda otra que currarte un buen esquema que, a la hora de la verdad, te hace la vida más fácil. Aunque aquí me propuse ser un personaje más de la historia, casi igual que un lector que no sabe qué ocurrirá al cambiar de página, aunque en el fondo sabía los pasos a seguir. Realmente me cuesta mucho explicar cómo veo mis propios planteamientos o mis truquitos… No digo que escribir me resulte fácil ni mucho menos. No lo es. Pero este relato, al moverse dentro del surrealismo mágico fue sencillo de imaginar. De hecho, en muchos tramos pensaba, “nadie va a querer publicar semejante locura”… pero bueno, ahí está. Creo que precisamente gusta porque es inesperada y es muy sencilla. No tiene grandes artificios. Es lo que es. Una aventura de dos personajes fáciles de reconocer que se adentran en un viaje extraño y en muchas ocasiones, quiero pensar, divertido.
La novela se podría decir que es un anti-mumblecore. A partir de lo que podría considerarse una historia dentro de esos parámetros la vas mutando hasta casi explosionar en la ciencia ficción o la fantasía, lo más alejado a lo que en definitiva es. ¿Hay un especial disfrute en dejar pizcueto al lector, que no sepa (ni se espere) nunca lo próximo que se viene encima? ¿Y en “deformar” esas historias de personajes y situaciones naturalistas, que se presentan en un inicio?
Es cierto que me gusta ese concepto que utilizas de “mutación”. Desde hace tiempo vivo algo obsesionado con la deformación de la realidad, o de la imposibilidad de adentrarnos en los mundos oníricos que se proyectan cuando te vas a dormir. Me fascina lo que se genera dentro de los sueños, que a veces son muy reales y a la vez está lleno de detalles carentes de sentido. Quería que los personajes tuvieran la sensación de decidir si continuar con esta travesía en la que se va torciendo todo en plan, ¿y ahora qué? ¿Qué viene a continuación? Hay una mención en el libro a una peli que me encantaba cuando era pequeño: Aventuras en la gran ciudad, donde una canguro (Elizabeth Sue) tiene que cuidar a los niños de los que se hace cargo todos los fines de semana. Pero una noche la cosa se va de madre y se ven implicados en mil tropelías. Ese planteamiento de ir saltando de casilla en casilla, donde impones unas reglas que se deben acatar en un tablero completamente nuevo, me parecía interesante.
También hay mucho implícito en cuanto a cómo nos sentimos actualmente… la ansiedad que nos generan los estatutos clásicos e invisibles de seguir la estela de generaciones anteriores: tener una hipoteca, crear una familia, y todo eso… esa agonía también la sufren los dos protagonistas, ya que se mueven en la treintena, viven como pueden, su ilusión o su esperanza de crecer sin obstáculos está ahí, aunque en el fondo saben que es una meta imposible, pero de repente se encuentran inesperadamente en un avión. Se llaman mutuamente la atención y como confían todavía en el amor romántico de las pelis… pues se obligan a enamorarse la una del otro, a pesar de vivir en los tiempos de Tinder donde el amor casi siempre sale mal… si a eso le añades que se ven inmersos en una aventura que mezcla la fantasía con lo pesadillesco… cuando sufren el maleficio de Jodorowsky, el personaje de Ona quiere continuar despierta, dejándose llevar por lo que le deparará la noche, casi como si estuviera dentro de un Scape Room, mientras que Leo quiere irse a su casa y olvidar todo lo sucedido. Él quería besarla, pasar una noche emulando a Ethan Hawke y Julie Delpy, cuando su circunstancia es ir de mal en peor por haberle potado en la alfombra de Jodorowsky… como digo, le doy mucha importancia a los sueños, tanto a los que se sienten como un recuerdo como a los que parecen una visión disparatada y alterada de la realidad, en los que sientes que dominas o que ocurre en cada instante.
València (casi) siempre aparece presente en tus textos, aquí también.
No hay mucho que decir al respecto… dentro de las normas que me autoimpuse para exigirme algunas dificultades y que no me resultara un proceso facilón, uno no puede abandonar ciertos ingredientes que funcionan siempre… que Ona y Leo fueran valencianos afincados en Madrid me ayudaba a generar esas conexiones que para ellos dos son señales del destino y que potencian ese romanticismo primigenio que sienten al conocerse… cuando se ven por primera vez, para ellos todo cobra un sentido mayúsculo: los dos leen libros del mismo escritor, sus nombres están compuestos por tres letras, etc. Lo de València me venía muy bien para potenciar ese enamoramiento. Luego creo que los valencianos tenemos un tipo de humor muy concreto. Podemos llegar a ser brutos, pero elegantes (esto se me acaba de ocurrir, ojalá que más de uno piense lo mismo) y que casa genial con las acciones y demás fauna que aparecen en la historia.
En el capítulo “Esporádico Rewind”, hablas de que “no somos conscientes de la cantidad de escenarios paralelos que provocamos al dudar si pedir una cerveza o una copa de vino en un bar o al elegir ducharte por la noche y no por la mañana”. ¿Qué escenarios paralelos se han abierto y quedado en el camino durante la escritura de la novela?
Está muy de moda el tema de los multiversos y las ramificaciones que abren diferentes futuros dependiendo de si te haces un huevo frito para comer o unas lentejas… la verdad es que no dudé mucho en cómo quería que acabara la novela. Es lo que más claro tenía cuando empecé a escribirla. Hay alguna opinión de lectores que hubiesen preferido otro final, pero me parecía gracioso (y de eso se trata, de reírse de las desgracias) que después de todo lo que les ocurre a los protagonistas, nada podría ir a peor y, sobre todo, teniendo en cuenta de a qué generación pertenecen, parecen adaptarse fácilmente a las inclemencias del azar. Así que, en este caso, no tenía otros destinos planeados.
¿Tomaste algún tipo de precaución para controlar en todo momento la historia y que no se te escapara y se desmadrara teniendo en cuenta los caminos que toma en muchos momentos?
Técnicamente pacté unos veinte capítulos y que no fueran demasiado largos. Me gustan las novelas con ritmo, con capítulos que te permitan detenerte fácilmente en un punto (al menos me pasa a mí que si un capítulo tiene veinte páginas, lo paso mal) para continuar cuando te venga bien. En cuanto a las situaciones y conflictos, los tenía muy medidos. Hay un par de capítulos que me excedí con las descripciones como es el caso en de «Intermezzo» o incluso el de «Esporádico Rewind», que tuve que reescribir desde cero porque no estaba plasmando lo que pretendía, pero que al final, creo que son dos capítulos que vienen bien para descansar de tanto trajín.
¿Tuviste en mente algún referente (literario, audiovisual…) a la hora de escribir?
Por supuesto. En cuanto a libros, me encantó Los Huerfanitos, de Santiago Lorenzo, que tiene una prosa magnífica y jugona. Parece que que esté escrito hace cuarenta años… es increíblemente divertido. Me encanta la crueldad de Amelie Nothomb, una experta en atizar a sus personajes. Hay un libro descatalogado que me marcó mucho y que encontré de casualidad en la librería París-Valencia hace muchos años: El artista torturado, de Joey Goebel. Me parece desternillante y con un humor negro muy fino. Y otra que me marcó durante el proceso fue Mejor productor, de James Robert Baker, que entró de cabeza en la lista de libros favoritos. Me parece súper importante que los libros te hagan reír. Actualmente hay una gran apuesta por la publicación de novelas que retraten con fiereza los tiempos en que vivimos y que narran el terror y la precariedad de nuestros días. Lo veo súper necesario y recalco que no es una crítica en absoluto, pero creo firmemente en la importancia de proponer otras lecturas que nos ayuden a escapar un poco de esa realidad tan dura por la que transitamos, que desconectemos de los dolores de nuestro tiempo, que no todo sea un reflejo constante de la actualidad.