Si es cierto eso de que en verano es cuando más lee la gente, lo suyo sería que para superar el síndrome post-vacacional y dejar de pensar en playas y siestas cada tres cuartos de hora, se siguiera leyendo. Así se haría creer al subconsciente que el periodo estival continúa activo. Aquí van cinco recomendaciones para ello.

El Verano del Cohete, no me cansaré de repetirlo, es una de las mejores noticias que le han ocurrido al mundo editorial español en los últimos años. Con humildad, mucho trabajo y grandes dosis de mimo, están consiguiendo un catálogo al que los adjetivos se le quedan cortos. «Los turistas», de Rui Díaz, con fantásticas ilustraciones de Ana Sender, es un buen ejemplo de ello y no por casualidad fue su primera referencia. La acción se sitúa en un orfanato en el que unos extraños sucesos que apuntan hacia El Monstruo, uno de los tutores del centro, están agitando la insípida vida de los niños que allí residen.

El libro arranca con un adictivo tono de novela gótica (en la que no faltan acertados golpes de humor) y una frescura narrativa que impulsa desde sus primeras páginas no sólo a la trama, sino también a sus personajes y localizaciones. Díaz utiliza las palabras con sabia destreza, huyendo de lugares comunes y apostando por la fantasía, no sólo como género, sino como actitud literaria. El terror, las aventuras, el suspense, todo se mezcla sin minar el camino trazado por la historia. «Los turistas» rompe a golpe de ingeniosas situaciones la barrera entre literatura infantil y adulta, le hace burla a cualquier tipo de corrección, aboga por la imaginación como motor de la escritura y estimula el factor visual (Guillermo del Toro hubiera incorporado más de un detalle a «El espinazo del diablo» de haberla leído) en el lector. Una maravilla.

Wolfgang Herrndorf se pegó un tiro en la cabeza en el verano de 2013. Tenía 48 años y una exitosa carrera literaria en Alemania. Pero, también, un tumor cerebral contra el que se cansó de luchar. Apenas dejó media docena de libros escritos, algunos de los cuales alcanzó cifras de venta millonarias. Siruela, a través de su colección escolar de Filosofía, ha publicado «Goodbye Berlín», las peripecias de dos adolescentes que roban un coche y emprenden viaje hacia la capital alemana.

Con hechuras de novela de carretera, el libro parece guiñar un ojo a «El guardián entre el centeno», de J.D.Salinger, mientras con el otro no pierde de vista a «Las aventuras de Huckleberry Finn», de Mark Twain. Herrndorf se valió de una prosa directa y un ritmo sin interrupción alguna para dotar de gasolina a una historia que podría ser calificada de iniciación, si no fuera porque su personaje principal ya está curado de espanto. Tiene una madre alcohólica que entra y sale de clínicas de rehabilitación y un padre más pendiente de retozar con su amante que de la degradación familiar. El único «pero» al autor germánico es su renuncia a seguir las enseñanzas de Alan Sillitoe y el freno que acaba echando a las revoluciones por minuto, provocando que el relato aún salpicado de robos, sangre, alcohol, inmigrantes y sexo (mayormente) hablado, se cale en algunos capítulos como si se tratara del vehículo de la pareja protagonista.

Mr. Perfúmme escribe como si bailara con un hula hoop. Es capaz de las creaciones más inverosímiles y al mismo tiempo de los giros más imprevistos. Además, como en el ejercicio habilidoso mencionado, el final puede ser inesperado. El mismo magnetismo que ejerce ver girar el aro lo provoca su escritura. Liberado de anclaje alguno abre la espita creativa y deja fluir personajes, situaciones, historias,… con la misma textura que la franela, abrazando un surrealismo en el que no es difícil reconocer lo que cuenta. ¿Contradictorio? Su mérito es conseguir que no lo sea. En «Eso fue lo que pasó» (Malatesta Records) alterna textos y dibujos que sería un error considerar fruto de la improvisación o el automatismo. Disfruten de la lectura y tengan cuidado si se cruzan con una tribu perdida de japoneses adorando una foto de Cary Grant.

Como a cualquier padre, a Miquel Nadal sus hijos le pedían cuentos en la cama antes de cerrar los ojos. Una noche, el pequeño Nacho quiso que esos relatos fueran de fútbol y ahí, sin que nadie lo supiera empezó a escribirse este libro. «Soñar goles», editado en castellano y valenciano por Drassana, y con ilustraciones de Luis Galbis. Una recopilación en la que el soldadito de plomo, Pinocho o el flautista de Hamelín, entre otros, se enfundan la camiseta de un equipo y saltan al terreno de juego a defender sus porterías del rival. Pero si sólo fuera por la originalidad de la propuesta, este volumen no llegaría más lejos que el de esos extremos que juegan de cara a la grada con regates que no llevan a ningún lado. En «Soñar goles»  hay más y no sólo literariamente hablando, porque dejando aparcada la ñoñería va deslizando pequeñas lecciones de educación y compromiso que tantas veces se echan de menos en pequeños y mayores.

Hay escritores que deben caer agotados cuando acaban su jornada creativa. Es tal la intensidad que transpiran sus historias que por fuerza sus meninges necesitan desconectar. Juan Vilá debe ser de esos. Ya quedó patente cuando aquí mismo se reseñó su segunda novela, «El sí de los perros». Todo lo apuntado entonces sobre su vertiginoso estilo se mantiene en forma. En esta ocasión, «Señorita Google» (Jot Down Books), cuenta la degeneración de una relación que surge de un encuentro fortuito a altas horas de la noche en el bar equivocado. Vilá vuelve a diseccionar sin compasión a un sector de la población con el que sufre cierta atracción y rechazo por partes iguales. Es la elite tecnológica, esa que vive enganchada a su trabajo y al sexo rápido y malo. Aunque tampoco salen bien parados los que miran con abstraída devoción sus éxitos. Al autor le bastan 128 páginas para colocar a cada uno en su sitio y lanzar un grito por la supervivencia de la clase media. Con humor, mala leche y un ritmo que les secará la garganta.