Pablo Martínez de Pisón es editor de Libros de Trapisonda.
¿Somos lo que leemos?
No me atrevería a afirmar tanto pues por esa misma razón podríamos programar la personalidad de un individuo mediante la aplicación de un método selectivo de lecturas y eso me suena un poco a delirio distópico. Creo más bien en el sentido lúdico e incluso estupefaciente de la lectura, únicamente un libro es capaz de mejorar nuestra vida sin necesidad de movernos de un sofá.
Un libro de tu infancia.
Fui lector tardío, ni siquiera me llamaban la atención los tebeos que tanto hacían reír a mis hermanos mayores. Fue en quinto de EGB cuando sentí la llamada: Capitán Trueno, Jabato, las Joyas literarias de Bruguera que hacía más llevadera la lectura con la proliferación de historietas. En esta y otras colecciones de la misma casa leí a mis primeros clásicos y entre todos ellos recuerdo con especial cariño Las aventuras de Tom Sawyer, al que rápidamente quise adoptar como modelo de vida. Y aquí quizá esté más cerca de responder la primera pregunta de si somos lo que leemos, creo más bien que en ocasiones nos gustaría ser lo que leemos.
Un libro de tu adolescencia.
El descubrimiento de Emilio Salgari, fue crucial, se puede decir que la lectura me atrapó para siempre. Un plazo fijo en una cuenta de ahorros en Bancaja fue la clave para adquirir un hermoso lote de libros encuadernados en un cartoné naranja chillón con letras doradas, o eso al menos creía yo en su momento. Ahí descubrí a Sandokán, y de su mano la India misteriosa, pero fue sin duda la lectura de La Montaña de luz y La estrella de la Araucania las que mejor recuerdo me traen. En ese momento me di cuenta de que los lectores éramos unos seres afortunados, mitad humanos mitad sueños. Luego algo de Verne, de Stevenson por supuesto. Y los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving.
Un libro de tu juventud.
No puedo hablar de uno, sería injusto. Frecuenté mucho Baroja y sus novelas de ambiente vasco, Zalacaín y Santi Andía, luego sus novelas urbanas y pesimistas, El árbol de la ciencia, César o nada, y como colofón su trilogía de La lucha por la vida, con sus descripciones sórdidas de los bajos fondos de Madrid. Recuerdo con nostalgia a ese lector que no sabía muy bien cómo metabolizar esa mezcla de horror y de delectación malsana de mirón que sentía ante la visión de la fealdad humana. Las novelas de Panait Istrati y su alter ego Adrian Zografi, El oro de Cendrars, La reliquia de Eça de Queiroz, Lope de Aguirre de Ramón J. Sender y La forja de un rebelde de Arturo Barea, sobre todo la primera parte, las novelas de ambiente valenciano de Blasco, fueron obras que por diferentes razones dejaron huella en mi currículum de lector. Por no hablar de los Tolstoi, Dickens y Dostoyevski.
Un libro actual.
No soy lector de libros actuales. Me gusta tener siempre a mano libros de buenos prosistas: Umbral, Valle-Inclán, Miró, Azorín. A Umbral con su desprecio por lo levantino le chocaría aparecer alineado junto a Martínez Ruíz.
Un libro de siempre.
Los clásicos, la prueba es que se siguen leyendo.
Un libro por leer.
Todos aquellos que descansan en los anaqueles de mi biblioteca y me recuerdan cada mañana que el tiempo huye. Y ateniéndome más al sentido que creo averiguar en la pregunta, cualquiera de todos esos libros que como lectores/feligreses de la iglesia de la letra impresa nos creemos en la obligación de tener que leer como el que va a Santiago o a La Meca. Sobre todo clásicos: Griegos y latinos, nuestro Siglo de Oro, los románticos alemanes y franceses y alguna figura totémica, llámese Musil, Mann, Foucault, y mucha poesía.
Un libro que no pudiste acabar de leer.
Santuario de Faulkner, por dos veces, quizá fruto de una mala traducción, quizá incompatibilidad con el autor al que no he vuelto a intentar leer.
Un libro que te gustaría haber editado.
El hombre que plantaba árboles de Jean Giono, una obra sencilla, una alegoría, un canto de amor a la la tierra, al hombre y a la grandeza de su obra minúscula.
Un libro que te gustaría que existiera.
Libros los hay para todos los tipos y gustos, quizá la respuesta que no tengo se encuentre en algún estante perdido y no lo sepa.
Tres cosas que te gustan más que leer.
Escuchar hablar a un hombre sabio, sentir el calor de tus seres queridos y admirar la obra de Dios.