Lapso, según la RAE, significa «tiempo entre dos límites». Detenerlo en estos tiempos ultra acelerados que vivimos es una actitud vital. Cuando los dos conceptos confluyen en una propuesta artística hay que celebrarlo y prestarle mucha atención. El lapso se detiene aquí es un proyecto de Claudia Pastomas (València, 1998) que nace «por la necesidad de explicar mis intereses y mi trabajo pictórico de una forma diferente. Huyendo de lo curatorial vi la forma de explicar estos conceptos captando el tiempo del propio espectador».

Formado por cuatro libritos compuestos por hojas de papel de calco y folios, con textos de Teresa Juan, es una propuesta que, tal y como se puede leer en uno de ellos, «comienza en la autora y espera una activación por parte del/a receptor/a». «Es decir, una experiencia que se activa y coge más significado cuanto más tiempo le dedicas», nos explica Claudia que apunta con acierto que esto se trata de un «acto al que estamos cada vez menos acostumbrados».

Detenerse para observar, para mirar alrededor, para fijarse, para pensar, para conectar, para reconocer rastros y huellas de esa otra narrativa invisible que no puede estar más unida a nosotros porque somos quienes la generamos. Las marcas como revulsivo contra la tiranía de la postal. El arte en continua creación, activado, sumando registros, sin lamentar lo provocado por el azar o la involuntariedad. El accidente como materia prima.

El lapso se detiene aquí «se presenta como la punta del iceberg de mi trabajo plástico. Los cuadros que hago, suelen atender a estos aspectos azarosos o imprevisibles que encuentro en nuestro entorno y que generalmente no percibimos». Durante la adaptación a su nuevo espacio de trabajo en un taller de carpintería, entre el caos y el estado contemplativo, a Claudia le surgió una serie pictórica con «cuadros que giraban en torno a los objetos predominantes del lugar: carros y mesas de trabajo. Analicé estos tableros con ruedas y observé que era su función dinámica la que permitía elaborar, mover y trasladar cada una de las piezas que se producían y salían de este taller, por lo que fue el propio objeto, su constante repetición y la multitud de gestos y facturas encontradas en sus superficies, lo que me llamó la atención para proceder a su traslado a la pintura».

Las marcas que los traslados dejaban, como una casual prolongación de las huellas que se pueden detectar en las ciudades, tuvieron su proyección en sus cuadros, y después, por extensión, en los libros, en los que el papel de calco «va imprimiendo en los folios siguientes una serie de manchas debido a la acción de pasar las páginas, generando así marcas similares a las urbanas, en sentido estético». Se cierra el círculo sin necesidad de tener que recurrir a eso de arte conceptual u otros lugares comunes del academicismo.

¿Cómo traslada ese «descubrimiento» provocado por el ajetreo dinámico de carros y mesas a sus pinturas? Claudia responde: «Trato estos soportes como grandes planchas de grabado y me sumerjo en el particular proceso que hace posible la extracción de estos registros. Trabajo por capas, capas de agua que aposentan la tela a la superficie seguidas de diversas manos de pintura. Su lento secado y sus resultados inesperados fueron los que hicieron abrirme, valorar y jugar con el propio objeto como recurso compositivo, tratar el error como posibilidad plástica, los gestos como reflejos del tiempo y los pequeños matices dentro de los aparentemente pocos recursos».

Una técnica de trabajo en la que se mezclan en perfecta y desordenada armonía la acción que se realiza, el lugar donde se lleva a cabo y «la memoria temporal». Una experiencia que atraviesa lo exclusivamente artístico, «poder visibilizar un tiempo pasado con un material/objeto, en este caso los carros, que en un principio no se ofrece como recurso plástico ha sido un descubrimiento y una puerta abierta a seguir trabajando con los recursos que nos aporta cada espacio o experiencia plástica. Como ha sucedido posteriormente con el libro, un testimonio del tiempo».

Porque, como apunta Claudia en el párrafo anterior, los libros son un eslabón más en la evolución creativa del proyecto artístico. No solo desde el punto de vista de fondo, heredando y adaptando la columna vertebral de la idea propuesta, sino también desde el cuidado con que se han realizado, siendo «producidos de forma exhaustiva, uno a uno, prestando la atención procesual que merecían. Cada uno de los materiales se ha escogido respondiendo a las coordenadas conceptuales que les dan sentido, así la rigurosidad en este sentido es clave y justifica la elección de materiales humildes. Los cuatro libros se encuentran rodeados por una faja que los retiene, una pieza troquelada y blanca que no solo cumple la función de contener unidos los cuatro fragmentos de la obra, sino que es el primer escenario dispuesto a recibir la mancha y expuesto al movimiento, a la marca, a la velocidad, a la fricción».

Autoeditados y hechos todo a mano, la primera edición de El lapso se detiene aquí se agotó el mismo día de su publicación. La artista valenciana no descarta una segunda remesa más adelante.