Albania, 1999. Foto: Gervasio Sánchez.

La exposición antológica de Gervasio Sánchez (Córdoba 1959), Premio Nacional de Fotografía 2009, en el Museu Valencià d´Etnologia, es la coherente obra global de uno de los fotoperiodistas españoles más importante de la actualidad.

Se fotografía con los ojos con los que se vive. Si decía Kapucinski que los necios no sirven para este oficio, la mirada de Gervasio a través de su cámara no puede ser más implicada, digna y serena, pese al horror. Toda una vida dedicada a plasmar el conflicto de la guerra, de los desaparecidos (más de 25 años con viajes de ida y vuelta a América Latina, Balcanes, África…) le ha llevado a un profundo conocimiento del derrotado, el amputado, el lisiado física y vitalmente. Pero hay un destello en sus fotografías, en los fotografiados, una mirada de dignidad hacia las víctimas, incluso en aquellas a las que se les arrancó su niñez y juventud. La serie de retratos de los jóvenes niños soldado de Sierra Leona, entre los que ya nadie sonríe, solo una niña, con los que se abre la exposición, es demoledora. Casi un homenaje a la desesperanza sino fuera por un brillo que sorprende en la mirada de todos ellos, como si el fotógrafo hubiera captado la ventana de un futuro que está por escribir.

Y así en todas sus fotografías. En todos sus viajes maratonianos reflejando vidas que no se interrumpen pese a las guerras. Hay adultos en sus fotografías inmersos en su rutina dentro de la barbarie, y hay niños, muchos niños como las dos pequeñas refugiadas que miran desde el interior de un carromato (Albania, 1999). O los pequeños abrazados, a los que vemos por la espalda, caminando entre calles de escombros (Kosovo, 1999). El horror se puede retratar de mil formas. Como en África donde una persona es igual a un número, o posiblemente ni eso. Y nuevamente allí, Gervasio pone en valor la enseñanza, la poesía de los juegos infantiles siempre presente como un grito al futuro. Los juegos de niños en los campos de desplazados de Sierra Leona. La madre que da de mamar a su niña amputada. El futuro, siempre, como una vía de escape. Él, que nunca hizo un curso de fotografía especializado, consigue que su cámara no sea percibida como enemiga y pese a la negatividad del que ha visto tantos conflictos, se intuye en la totalidad de esta antológica, la confianza en que el comportamiento humano puede mejorar.

Jugando con paraguas en Sierra Leona, 1996. Foto: Gervasio Sánchez.

El final de la muestra, contiene sus “Vidas minadas”, ese exhaustivo trabajo documental que se inicia paradójicamente, como un encargo de una revista del corazón; y al final se ha convertido en su obra más personal y comprometida. El seguimiento desde 1997 (que se renueva con fotografías en cada lustro) a un grupo de personas que han sufrido el drama de las minas antipersona. Un trabajo que al no estar “guiado por la ruleta mediática” (vas a una guerra, fotografías a las personas, y ya no las vuelves a ver) le ha posibilitado abandonar su yo más pesimista, crítico y taciturno. La foto de Sofia Elface (una de las vidas minadas), dormida junto a su hija Alua es la confirmación de que el Periodismo con mayúsculas o es comprometido o no tiene sentido. En 2022 se cumplirá un cuarto de siglo de “Vidas minadas”, Gervasio espera que en esa fecha el comportamiento humano no caiga en los mismos errores. Fotoperiodistas como él siempre serán necesarios para recordárnoslo. La muestra se dedica a otros ocho periodistas asesinados o que murieron mientras ejercían su oficio en esa delgada línea que separa la vida y la muerte. La misma línea invisible que puede separar la honestidad y la deshonestidad de un oficio no apto para cínicos.

Gervasio Sánchez. Antología. Hasta el 9 de octubre del 2016, en el Museu Valencià d´Etnologia.