A veces horroriza la facilidad del ser humano para cansarse de las cosas. La novedad despierta el interés al mismo tiempo que la indignación. Un cadáver de un niño en la orilla de una playa basta para rellenar cientos de muros de facebook. La segunda víctima ya no tendrá ni nombre. Ni nuestro tiempo. Con los informativos pasa lo mismo. Las tragedias afectan la primera vez. Después el mando a distancia o un simple pestañeo hacen el resto. Es incluso saludable por una cuestión de supervivencia. La misma por la que agonizan aquellos de los que huimos. Nos llevamos la mano a la cabeza y al ratón por las atrocidades del Estado Islámico. Antes lo hicimos por la Guerra de los Balcanes. Giramos la cara en aquella ocasión y ahora el cuello ya ha empezado a moverse.
Por eso es imprescindible la exposición World Press Photo 15, que recoge los trabajos más destacados de fotoperiodismo del 2014, elegidos por un jurado especializado, entre los enviados porprofesionales de todo el mundo. Una de esas muestras (se puede visitar hasta este domingo 13 de marzo en la Fundación Chirivella Soriano) por las que más de uno viajaría a otra ciudad y haría cola, que ha aterrizado por cuarto año en Valencia. No se trata de autoflagelarse por la situación del mundo, sino tomar conciencia de la realidad que viven millones de personas y no olvidarla tan fácilmente. Para ello, nada mejor que el trabajo de fotoperiodistas de, y por, todo el mundo para acercarnos y recordarnos que aunque determinados conflictos acaben naufragando en las escaletas de los telediarios o en la sección de breves de un diario, siguen existiendo.
Una de las mejores cosas que le puede pasar a una fotografía es provocar al instante la necesidad de imaginar o pensar qué fue lo que ocurrió un segundo después de la imagen capturada. La mayor parte de las 140 instantáneas (no importa cual ha sido premiada y cual no) que conforman la exposición lo consiguen. Seguramente haya quien se blinde pensando que lo que ocurre en Ucrania o en algunos paises asiáticos, el auge de la homofobia o el ébola, el maltrato animal o los delitos sexuales, se encuentran a años luz de su día a día. Pero, precisamente, la sensación de cercanía que transmiten esas obras es su mayor grandeza. Globalizan (por fin sirve para algo esta palabra) los sentimientos. Humanizan lo que cuentan, sea la relación del fotógrafo Sarker Protick con sus abuelos enfermos y el entorno que habitan en Bangladesh; la mirada de Messi después de un fracaso; los baberos de algunas niñas secuestradas por Boko Haram o las curas al gorila Angelo de las heridas ocasionadas por la expansión del cultivo del aceite de palma.
Las fotografías de World Press Photo 15 inciden en dos máximas que nunca debería abandonar el periodismo: cuentan historias y ayudan a entender el mundo. Y, sinceramente, si hemos llegado a convertirlo en la lancha atestada de inmigrantes que retrató Massimo Sestini (foto de cabecera del artículo) igual deberíamos pensárnoslo la próxima vez que vayamos a quejarnos de alguna nimiedad.