Naranjas dwomo

Las versiones son la primera pata sobre la que se apoyan los grupos cuando empiezan. Los hay que nunca las abandonan y convierten su «carrera» en un tributo constante hacia aquellas bandas a las que veneran en su Olimpo particular. Es casi una relación enfermiza, como la de esas pintadas que juran amor eterno en el viejo cauce del Turia. Otros las utilizan como guiño hacia sus fans e, incluso, algunos para epatar y divertirse cuando la canción escogida dista kilométricamente de lo que puede ser su estilo.

Durante unos años los discos tributo se convirtieron en algo similar a una epidemia. Cualquier excusa era buena, desde intentar ayudar a algún músico con problemas financieros hasta airear y desempolvar viejos catálogos, de un sello, a través de recreaciones que muchos se aprendían en el estudio. Se produjo una fiebre que consistía en acelerar canciones pretendidamente mainstream y cuanto mas friki fuera el tema elegido, mejor. Eran discos que tenían (parece ser) buena salida comercial, aunque en ocasiones la originalidad y el riesgo brillaban por su ausencia y acababan como meras fotocopias descafeinadas del original.

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Los mejores y más interesantes eran los que supuraban pasión, diversión, respeto y ganas por compartir y difundir la obra de algún grupo. Hoy en día, sigue siendo así. Todas esas premisas se conjugan y disparan en un álbum que debería haber brillado más en las numerosas listas de lo mejor del año que han pululado por ahí. Sin embargo, flota la sensación que «Electroshock taronger» (Hall of Fame Records) de Dwomo ha sido entendido más como una curiosidad extravagante, que por el valor de arqueología musical (que no hay que olvidar, lo ha hecho un grupo que no nació aquí, con la complicación investigadora que ello supone) que tiene. Tal vez se echa de menos que se hubiera respetado cronológicamente el orden de las canciones, pero acaba siendo una menudencia a medida que se van sucediendo las versiones. Porque, por ejemplo, lejos de explotar el lado exótico que supone escoger temas de Francisco o Vídeo, Dwomo opta por redibujar ambas y convertir «Latino» en un ejercicio crooner que haría las delicias de los fans del mejor Jay-Jay Johanson y «La noche no es para mí» en una pieza (con letra en inglés) que cabalga en el folk más vibrante. No se detienen en los nombres más conocidos, sino que excavan en el underground valenciano y recuperan a Esgrima, R.C.Druids, Amor Sucio o Felón y su Mierdofón. Una auténtica lección, en todos los sentidos.

Sin salir de Valencia, y también con fecha del año pasado, se publicó «Chitty Chitty Big Fan!» (del que estrenamos una canción en estas páginas), un sentido y chispeante homenaje al primer y único disco de Meteoro, editado por Spicnic en 1994 (sí, ahora se cumplen 20 añitos), «Chitty Chitty Big Bang!«. Por él desfilaban Los Ginkas, Los Caramelos, Los Urogallos, Espanto, Apenino, M.A.L, Hidrogenesse, Parade, Lidia Damunt y La Monja Enana, estupenda reunión de talento que redimensionaba el álbum tributado y que en ocasiones lo superaba (ojo a las revisiones de Espanto y Lidia Damunt). Una necesaria reivindicación de una escena casi siempre ninguneada por publicaciones especializadas y festivales, pero cuyas propuestas nunca caen en el peor de los enemigos: el aburrimiento. El disco (editado por Rubén Blanco) agotó todas sus copias. Señal optimista donde las haya.

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El mismo entusiasmo que contagia el disco anterior se puede encontrar en «Fan#3», tercer álbum (en vinilo) que The Yellow Melodies consagran a las versiones. Como en las dos entregas anteriores, el grupo de Rafa Skam combina grupos cercanos a sus planteamientos (Teenage Fanclub, The Wedding Present, The Delgados) con otros nombres (Madonna, A-ha) que en principio no casan, tan directamente, con su propuesta. También hay lugar para el tributo nacional con Décima Víctima, Automatics o ese guiño a los añorados Vacaciones y reverencias a nombres imprescindibles como The Velvet Underground o Pink Floyd. Doce canciones en total (sumen The House of Love y Dire Straits al listado) que acaban componiendo una pasional carta de amor hacia la música. Sin prejuicios, como siempre nos deberíamos acercar a ella.

Cuenta Caballero Reynaldo que todo comenzó con una versión de «Singin’ In The Rain». Era el año 2010 y ese cover acabaría formando parte del primer volumen de «Los Antojos», serie que vivió su momento de gloria gracias al reality «Un principe para Corina» y de la que ahora llega su tercer capítulo (en 2012 y 2013 no hubo) en formato digital. «Los Antojos» se idean y graban en un tiempo máximo de 2 horas para buscar la espontaneidad de los mismos. Y precisamente ahí es donde radica su principal encanto. Se trate de la pegajosa «Save your kisses for me» con la que Brotherhood of Man ganaron el Festival de Eurovisión o una balada («She») de Roy Orbison. Una saludable mezcolanza en la que se dan la mano Robert Palmer, Pink Floyd o Cole Porter con esos hits europeos («Solo tú», «Da Da Da») que la memoria no consigue borrar de nuestra memoria de aquellos tiempos en los que la radio y el programa «Aplauso» eran nuestra Pitchfork de andar por casa. Alguien debería revisar la definición de la palabra «divertimento» después de escuchar estos «antojos».

La rutina del verano pasado fue rota por un disco digital (de descarga gratuita) bajo el auspicio de la recomendable web musical La Voz Telúrica. Se trataba de rendir homenaje a la música ligera. Etiqueta bajo la que se podían encontrar nombres como Palito Ortega, Paloma San Basilio, Mocedades, Juan Pardo o María Jiménez. Un legado musical que contó, entonces, con maravillosas producciones que acabarían ocultas por las tristes intenciones de las discográficas. Para llevar a cabo tan valiente aventura se contó con el apoyo de un buen número de bandas que accedió acometer aquellas canciones con el respeto que merecen. Especialmente estimulantes son las versiones que hacen Sokolov («Cállate Niña» de Jeannette), Linda Mirada & Francisco Nixon («Juventud» de Tiza), Pinocho Detective («Sólo pienso en ti» de C.R.A.G.), Cuatro Latas («Señor» de Los Pecos) o Tea Baggers («Dime» de Luis Aguilé). Una auténtica delicia.