Los Hermanos Cubero.

El 2018 nos dejó el disco Quique dibuja la tristeza, de Los Hermanos Cubero, y después, a un lado, todos los demás. Un álbum de los que rompen por dentro, pero al mismo tiempo reconforta. Enrique Cubero escribió sus canciones como terapia por el fallecimiento de su mujer, Olga, a causa de un cáncer. No tenía previsto que formaran parte de ningún trabajo del dúo. Al final, fue Roberto, el otro 50% del grupo, quien le convenció. El disco les alejaba, aunque manteniendo su esencia, de su bluegrass alcarreño, virando más hacia la americana, con ciertos aires pop e incluso algún guiño de ranchera. Un parentésis en su carrera. Mucho más que un parentésis en sus vidas.

Quique dibuja la tristeza no necesita a Sufjan Stevens ni a Nick Cave para que se reconozca su grandeza. Las letras golpean con precisión en cada verso, sin entrar en los lodos del morbo, con un tono confesional que rasga y un hombre que intenta no perder el equilibrio, el vital y el físico. Las canciones duelen porque no hay otra opción, hablan de la muerte, de la vida, son la vida, la de verdad. La que reconoce a esa juventud, ya lejana, embestida por un toro al que creía tener sujeto. La que descubre que se ha hundido el lugar que habían construido en pareja. La que desearía poder rezar para agarrarse a un reencuentro.

«¿Cómo podré ordenar lo que pasa en mi cabeza?» canta Enrique al inicio de Lo que ni yo soñara. Y eso, en parte, es este disco. El camino que recorre para ello, para asimilar la tragedia. Para asumir la que califica como su «mayor derrota». Un hecho personal que convierten (y aquí la ayuda de Oriol Aguilar al contrabajo y Jaime del Blanco al violín es fundamental) en universal. Y que alcanza a todos, por haberlo vivido o por pensar que podría ocurrir. Así, entonces, cuando cuenta que no ha quitado su nombre del buzón, que espera tenerla al lado al despertar, que su hija Abril le ha dibujado en el colegio cuando le han pedido que pintara la tristeza (dibujo que es la portada del disco), cuando recuerda tantas cosas que dejó empezadas o cuando canta «No tuvimos el valor de despedirnos / como habría sido conveniente», la garganta se convierte en un nudo. En un gigantesco nudo.

Es un disco triste. Y duro. Pero no es oscuro. Tampoco optimista. Ni poético. Es bello a la manera extraña de un amanecer crepuscular. Un disco que arranca lágrimas y acompaña en la resignación. Pero sobre todo es un disco que advierte. Que avisa que todo es efímero. Y que no siempre hay segundas oportunidades. Y esa es su otra grandeza (la primera es la que consigue desde el punto de vista creativo), desde la devastación transmitir ganas de vivir, de querer, de sentir, y eso lo convierte en algo inmenso. Lo convierte en una obra maestra.

🔴 Los Hermanos Cubero en Verlanga: Los hermanos que te harán bailar (entrevista, 2015).