Hay gente que se sigue acercando a Manel esperando que sean los del primer disco, los de Ai, Dolors, En la que el Bernat se’t troba o Ceràmiques Guzman (así se llama su sello, por cierto). Lo ves en sus caras y en sus ganas de pedir el libro de reclamaciones cuando comprueban su error. Sin necesidad de haberlos tenido que enterrar ni de que un cambio de paradigma haya dinamitado su música, Manel son otros. Más de diez años después hasta el Toni que cerraba su segundo álbum debe de ser otro.
Per la bona gent es su disco más reciente. Es del 2019 y ese año estuvieron en el Deleste presentándolo. Entonces, dijimos que Manel se habían abonado al +1 con cada entrega discográfica y que lejos de sentarse en las sillas que aparecían en la portada de su debut a ver la vida pasar componiendo tonadas folk, siempre han ido progresando adecuadamente.
Sumar es lo que hacen Manel sin necesidad de reinventarse. Siguen contando historias, estrechando lazos con su tradición sonora, verbeneando con orgullo y mirando el mundo con cierta incredulidad. Y cuando le dan al más con samples, electrónica, postrock, aires reggae, costuras ochenteras, rap, funky y todos los condimentos que bien sazonados componen un disco que parece no tener fin, siguen siendo Manel.