Marala. Foto: Kerala.

Horitzó País Valencià es, en palabra de sus organizadores, «un acto que combina cultura y activismo». Conciertos, charlas, audiovisuales y alguna sorpresa que se guardan a buen recaudo. Será este sábado, 22 de abril, en la Plaza de Toros, a partir de las 20.30h.

En el apartado musical, siete conciertos que permitirán testar el estupendo momento de salud del que goza la escena de música cantada en valenciano. A continuación te hablamos de cada una de las propuestas:

Lo de Sandra Monfort, Selma Bruna y Clara Fio se queda corto si lo reducimos a que actualizan la música tradicional. Marala es un torbellino sonoro en el que los géneros musicales entran y salen con total libertad, en el que las voces suman y multiplican jugando incluso un papel instrumental en algunos fragmentos, en el que las letras cuentan y se deslizan entre la contundencia y la belleza. Pocas veces la muerte ha sentado tan bien.

JazzWoman (Carmen Aguado) lo dice bien claro, «se ofende quien quiere», en «La Selva», el trallazo con el que abría su inacabable disco Atlantis (2022). Y esa libertad no solo está presente en unas letras que basculan entre la rabia y la cotidianeidad, sino en el amplio abanico estilístico de su repertorio, que en sana e irreverente mezcla puede ir del rap, el hip hop o el trap a la salsa, el merengue o mil ritmos más. La València tropical era esto. Y recordad que quien calla se ahoga.

Los directos de La Fúmiga son como una catarsis festiva en la que el público corea sus letras con emoción. Pero si esa conexión se produce es, además de por las estrofas y estribillos, por su compacto engranaje instrumental. El mismo del que hacían gala cuando comenzaron haciendo versiones. Evolucionaron hacia los temas propios y nunca han dejado de tener presente ese verbo y así años después transitan el saludable camino de no hacer ascos a ninguna melodía, sea más reguetonera o pop indie, haciendo gala de una contagiosa adicción a la vida.

En una canción de La Fúmiga, «Hora Blava», colaboraba Esther. La cantante y música de Vinarós lo apunta en su instagram. Descaradamente pop. También en sus canciones. Entre la epicidad contenida, la intimidad enérgica (sí, eso es posible, y es un mérito), la balada nostálgica, el neosoul, la introspección a pulmón o cierto funk contagioso, por citar algunas pistas de las numerosas que circulan por sus composiciones.

El Diluvi se definen a la perfección en su web, como «un grupo de música de folk moderno que fusiona diferentes estilos musicales, como cumbia, reggae, rumba, folk y música tradicional y de raíz valenciana. Con instrumentos de la zona mediterránea como el violín, la bandurria, el acordeón diatónico, la guitarra flamenca, el guitarró y percusiones de todo tipo, crean así un nuevo estilo al que llaman Mestizaje Mediterráneo». ¿Para qué añadir nada más?

De Maluks dijimos hace tiempo que «buscan en la mezcla su esencia, huyen del conformismo y apuntan hacia la pista de baile y el cerebro. Para ello, meten en la coctelera, electrónica, música jamaicana, latina, dance hall, cumbia, dub, reggae, drum’n’bass, afrobeat, salsa, la música cubana,… lo agitan y gritan, con orgullo, Visca la cultura popular!». Afortunadamente esa sigue siendo su brújula, incluso aumentando la familia sónica, regalando disparos tan certeros (y diferentes entre sí) como «Comença el ball» o «46020».

Las canciones de Colomet (Paloma Aparisi) son como ver pequeñas películas que nos narran historias cercanas y personales, con el amor impregnando cada verso. Los ritmos urbanos son el colchón perfecto para estas composiciones llenas de referencias y guiños populares (de lugares, personas, cosas…) que se adhieren con fuerza a la cabeza, brazos y piernas. Su pop electrónico es de las mejores cosas que le han pasado a la música valenciana (en la lengua que sea) estos últimos años. Su primer disco, 22, es una maravilla.