Las canciones siguen siendo las absolutas protagonistas en esto de la música. Con estribillos, sin ellos, tarareables, impactantes, pegajosas,… Pasan los años y la única medida que perdura para calibrar algo (felicidad, sentimientos, tristeza, desidia, euforia,…) son ellas. A continuación, nueve discos que elevan su poder a la máxima potencia.
Bill Ricchini abrió la temporada musical de la ciudad con un delicioso concierto acústico en Calypso, cuando el mes de agosto se despedía. Allí nos embelesó con un repertorio que suena a clásico, incluida versión a capella de The Zombies. Patrones sobre los que descansa su segundo álbum como Summer Fiction, «Himalaya» (Autoeditado), en el que el pop poliédrico que despliega remite tan pronto a The Beach Boys como a la banda sonora de alguna producción mumblecore imaginaria. Hits instantáneos como «Dirty Blonde» o «Genevieve», las ensoñadoras cuerdas de la canción que da título al álbum o la rotundidad melódica de «Lauren Lorraine», le colocan dentro de ese priviliegiado grupo de trovadores en el que militan Jens Lekman o Ron Sexsmith.
Sorry Kate es un cuarteto de Madrid que se acerca a la música como deberían hacerlo aquellos que aún no han cumplido la treintena, con un deje hedonista, con descaro y reconstruyendo el concepto de canción en cada paso que dan. A mitad camino entre los experimentos sonoros (tal vez sea pronto para hablar de música experimental), la electrónica y la nueva psicodelia, han repleto su autoeditado debut, «Haven hood», de destellos abruptos, chasquidos originales e impulsos líricos que les hace compartir punto de partida con Animal Collective, para inmediatamente escapar huyendo de cualquier rumbo trazado. Si siguen creciendo sin miedo pueden dar muchas alegrías en el futuro. Estén atentos.
El peor mal del power pop es caer en la complacencia y estirar hasta la eternidad la plantilla de hacer canciones. Jugárselo todo a la fórmula estrofa + giro + estribillo y olvidarse de la melodía es poco menos que morir de pie. Y matar de aburrimiento al público. Justo todo lo contrario de lo que hacen Flipping Colors, que ya desde los primeros compases de «Katana», el tema con el que abren el hipervitaminado «Selfish Shellfish Selfie» (Mascarpone Discos / Carmen Records / Discos de Perfil), dejan bien claro que no va a haber lugar para el descanso ni para el sopor. Con la actitud con que creíamos que The Young Fresh Fellows se comerían el mundo, con la vitalidad de Buzzcocks, con la querencia pop de Matthew Sweet y la punk de Ramones, se marcan diez (con sorpresa oculta al final) bombas de aire fresco comprimido que se adhieren al cerebro con la intención de no abandonarlo en mucho tiempo.
El costumbrismo juvenil existe y Girlpool (que ya contaban con un ep de siete temas) se han sacado una tesis doctoral de la manga en formato disco. Una oda lofi, «Before The World Was Big» (Wichita), como sólo se pueden grabar a los veinte años. Sin necesidad de batería, Cleo Tucker y Harmony Tividad, se bastan de una guitarra, un bajo y sus voces para en menos de veinticinco minutos facturar diez pelotazos que unen con nervio y frescura a The Moldy Peaches, Beat Happening, Shampoo y Hefner. Bienvenidos al punk del siglo XXI.
The Flaming Lips fueron los primeros en rescatar y quitarle el polvo a la psicodelia, en conseguir que dejara de ser sólo objeto de culto de aficionados entendidos o nostálgicos estancados y que la bailara un amplio público. Su gran acierto fue hacerlo actualizando su discurso, aunque este se les acabó yendo de las manos. Luego llegaron Arcade Fire, Animal Collective, Tame Impala y cada uno aportó su granito para luego soplarlo. M.O.R. vienen de Cadiz y en su debut, «The Magic Boooooom!!!«(Familia Palmer), aúnan todas las enseñanzas anteriores. Ponen en marcha una batidora con la que digerir todo tipo de texturas, borran del diccionario la palabra límite y agitan con contagiosa habilidad la bandera del space rock.
Entre las malas fotocopias de Manu Chao que han ido aflorando estos últimos años y ciertos prejuicios enquistados en algunos oídos, la llamada música mestiza ha sido muchas veces arrinconada como al amigo pesado que te quiere contar siempre la misma historia. La Peluquera esquiva en «Km.0» (Mésdemil),con frescura y buenas canciones, esos estigmas. El costumbrismo de sus letras casa a la perfección con el esqueleto sonoro en el que se barajan la rumba, los aires balcánicos, el swing galáctico y el r’n’b agitanado. La versión acústica, casi susurrada, de «Gigantic» de Pixies con guiño inicial al «Joselito» de Kiko Veneno y letra adaptada al castellano, reincide en ese factor diferencial que se apuntaba y en el que, seguramente, mucho han tenido que ver Antonio J. Iglesias y Jorge Loran (Dwomo) que firman la producción.
Toda fobia tiene su excepción y la de los recopilatorios salta por los aires con este de The Parson Red Heads (editado por el exquisito sello You Are The Cosmos, pariente pequeño de Grabaciones en el Mar), «In a Hazy Dream», una retrospectiva de los trabajos que grabaron entre 2004 y 2014. Un chute de folk sin sufijos, prefijos, o acompañamientos que marcan en exceso. Como si The Byrds hubieran surgido en el siglo XXI. Con el convencimiento pleno de que la mejor música la producen los instrumentos tocados sin experimentos. Con la dulzura de unas voces a las que les gustaría apellidarse Wilson. Con canciones tan preciosas como «Out to sea
«El comportamiento privado» (Limbo Starr) es el quinto disco de Tachenko, aunque podría ser el primero por lo que tiene de inicio de una nueva etapa. No sólo por los cambios que se han producido en la formación (la marcha final de Edu Baos a León Benavente, su sustitución por David García y la incorporación definitiva de Rafa Domínguez a los teclados), sino por la apuesta por temas de largo recorrido. Que nadie busque, como en el pasado, hits instantáneos («Mentes maravillosas» es lo más parecido), ahora las canciones emprenden viajes sin destino definido y van mutando a medida que se desarrollan. Es uno de esos álbumes que se dice que crece con cada escucha.
Han pasado casi treinta años desde que Cómplices grabaron su magnífico «De espías, policías y ladrones». En ese tiempo han añadido un tres a su nombre, 3Cómplices, y han visto como algunas arrugas curtían sus caras. Pocos cambios, afortunadamente, más, como lo atestigua el contundente «Aviso: se lee 3 Cómplices» que han editado con Subterráneo Records. Siguen siendo aquellos chicos de barrio con denominación de origen, fieles a The Clash y Ramones (han vuelto a grabar su himno «Ramones for you»), las guitarras afiladas, los coros melódicos y eufóricos y la frescura compositiva. Sin tonterías, sin ataques de nostalgia, mirando al futuro y al frente como siempre han hecho.