Hay canciones que no saben la carga premonitoria que pueden tener hasta que pasan los años. Algo ha cambiado para siempre era el segundo corte del segundo disco de Tulsa, Espera la pálida (2009). Allí la forma de cantar de Miren Iza se distanciaba de lo que había sido hasta entonces. El teclado se encargaba de marcar un ritmo que instrumental y vocalmente avanzaba de manera sincopada. Algo había cambiado para siempre.
La calma chicha (2015), su tercer trabajo, se valía de la electrónica para ahondar en esas interferencias melódicas, pero sin embargo era un álbum que disparaba en muchas direcciones y en algunas (Casa, Bosque) el tiro parecía perderse en el camino. Nada de eso ocurre con Centauros, su disco más reciente. Iza canta como nunca, con la seguridad y templanza suficiente para quebrar las estrofas como quiere, para driblar lo evidente, para alargar los versos con la libertad con la que lo hacen los cantaores de flamenco, como si de un desplegable infinito se tratara. La música de Tulsa parece estar en permanente búsqueda, huyendo de los patrones clásicos y básicos de la canción pero sin renunciar al hit introvertido, la americana de los inicios se ha evaporado y la sombra de PJ Harvey ya no es tan alargada.