Los primeros fotogramas de una de las películas del genio Ang Lee, son de una belleza radical, aterradora, certera y mágica, como la vida. Pero transcurren en una cocina, en un habitáculo pequeño en el que el protagonista a fuerza de repetir, controla absolutamente unos movimientos, que desembocarán en un disfrute de sabor para quién los pruebe. Un buen ejemplo de lo que es el amor. La taberna de hoy, toma de este film su nombre, Comer, beber y amar, y un lema de su director: «Vivir día a día es lo mismo que cocinar, sean lo que sean los ingredientes, al final el sabor es lo último que cuenta».
Aquí los ingredientes sí que importan y mucho. Tomates de Alboraya, pescados elegidos a diario en el Mercado Central, gran carta de bebidas… Porque el que come con gusto y se dedica a este oficio, le gusta ofrecer a sus comensales, lo que su paladar aprecia. Quique Vidal, su propietario cuenta además con una terraza espléndida que acompaña. Enamorado del sur, de sus vinos y de Huelva (en concreto), de allí se trajo uno de sus entrantes de diez, el empedrado, un excepcional sustituto de la ensaladilla, a base de patata y gambas. También las ensaladas recuperan su sabor original en esta taberna que las ama, para no ir perdiendo el mapa de sus sabores. Una, original y refrescante, es la de helado de aceite de oliva con parmesano, piñones y vinagreta de frutos rojos. La mejor sublimación para defenderse de un verano que nos achicharra.
Y en los arroces, el pescado da el do de pecho: la paella de marisco de una capa (como tiene que ser para que la cocción del grano sea homogénea) con el arroz al dente (es la opción más deseable), el arroz a banda, del senyoret, el de cigalas y judías verdes… Junto a una representación cuidada de productos del mar, como el rape con crema de setas, el atún con foie y caramelo de vino tinto, el rodaballo con fondue de queso, el bacalao con salsa de naranja… Y si a los postres quieres seguir debatiendo de qué hablamos cuando hablamos de producto, una torrija con crema inglesa con una copita de Tokaji Dereszla (vino dulce húngaro), derivará la conversación hacia el más terrenal asunto del porqué la cocina se parece tanto al amor y a la vida.
Comer, beber y amar. Paseo de la Alameda, 38. Penya-Roja.