Una coral de mujeres está a punto de disolverse porque han perdido la subvención municipal que les permitía mantener el local de ensayo. Ahora el grupo tiene que decidir si acepta o no el patrocinio, que les garantizaría la supervivencia, de una de las empresas que más contamina en el valle donde residen. Este es el estimulante punto de partida de Cuerdas, mediometraje dirigido por Estibaliz Urresola Solaguren, que participa en la Sección Oficial de La Cabina (sábado, 12 de noviembre, 18h, La Filmoteca).

Una ficción bañada de realidad que no solo pregunta a las protagonistas de la película (actrices no profesionales), sino que indirectamente traslada ese dilema ético y moral, también, al público. ¿Qué harán? ¿Qué haríamos?

¿Cómo conociste la realidad que se cuenta en Cuerdas?

Estibaliz Urresola Solaguren: Cuerdas nace inspirada por Sara Ibáñez, que es una médico ya retirada, una ginecóloga que trabajaba en el valle de la zona minera de la provincia de Vizcaya. Detectó hace muchos años que existía un índice de pérdidas y abortos muy alto en aquella zona y eso le llevó a empezar a investigar y a comprender que podía estar estrechamente relacionado con los altísimos índices de contaminación que sufrían en la zona, porque en este valle hay instalada una gigantesca refinería que está a escasos metros del núcleo urbano. Este pueblo al que hacía referencia quedaba muy cerquita de mi pueblo natal y para mí fue una sorpresa descubrir este relato del que hablaba Sara. Me puse en contacto con ella para seguir profundizando, me presentó a diferentes personas de la zona, realicé algunas entrevistas sin saber, inicialmente, hacia dónde iría este proceso de  documentación. No sabía si haría un documental o una película de ficción.

Pero sí es verdad que al final de todas estas entrevistas que me ofrecían matices y ángulos muy distintos sobre la problemática que vive este pueblo, me dí cuenta de que había muchas capas interesantes y que quizás hacer una ficción me permitía construir un ambiente, una premisa dramática y unos personajes que me posibilitaran hablar de muchas de estas cosas al mismo tiempo. Sin embargo, para mí, la profunda realidad que estaba viendo en los testimonios me generaba un poco de conflicto plantearlo como una ficción pura y verdadera porque perdería por el camino esa verdad. Ahí fue cuando empecé a considerar la posibilidad de trabajar con personas reales de la zona. La idea de que hubiera un coro en la película era una fijación, sé lo que supone para muchas mujeres a partir de una cierta edad un espacio como este de aprendizaje, de conocer nuevas personas, de viajar por primera vez, una vez terminadas esas obligaciones familiares a las que se han visto abocados. La idea del coro surgió como una imagen muy poderosa porque me permitía literalmente poner las distintas voces que pueden dar lugar a un canto al unísono o a un debate. Me puse en contacto con dos grupos distintos, uno era un coro real de uno de los pueblos del valle y el otro un grupo de teatro amateur de mujeres y decidí juntarlos para crear un único coro ficticio.

Cuerdas es ficción, pero como apuntas en la pregunta anterior, con una fuerte carga documental.

Por esa voluntad de que no pareciera una ficción, una invención mía, sino que tuviera arraigo y despertara conciencia de que estamos hablando de algo de verdad, escogí un dispositivo de rodaje que tuviera más que ver con lo documental para ciertos momentos como la cámara en mano, un uso de la iluminación muy naturalista… que me permitía subrayar o dar una atmósfera o comunicar a través de la luz y el color ciertas intenciones, pero no quedaran demasiadas evidentes, que fueran siempre naturalistas. Todo lo que corresponde con el rodaje sí está decidido voluntariosamente para que pueda tener ese aspecto documental.

Hay un secuencia en la que las mujeres discuten sobre si aceptan o no la subvención en la que cuesta creer que no sean actrices profesionales. 

Fue un proceso precioso. Como he dicho antes, muchas de estas mujeres no se conocían entre ellas. Hubo un trabajo, por una parte, de casi dos meses de ensayos porque había distintas líneas de acción a abordar. Por una parte, las del grupo de teatro tenían que aprender a cantar, así que iban dos días a la semana al pueblo de las otras a ensayar el Ave María y el baile que aparece a final de la película, y a través del arte, fue un camino muy eficaz para hacer grupo, crear vínculos y generar un espacio de confianza que les permitiera ponerse a discutir después al nivel que necesitaba la historia. Que puede parecer sencillo cuando se ve el resultado final, pero no lo es. Las del coro bajaban una vez por semana al pueblo de las del teatro para ensayar cuestiones relacionadas con la puesta en escena o de generar situaciones paralelas o situaciones que están en off en la película. Una cuestión interesante fue que no tenía muchas mujeres dispuestas a hacer claramente una defensa del sí a la subvención y por lo tanto tuvimos que hacer un trabajo con las dos que más presencia tienen de construir sus personajes, porque ellas en el fondo, en la vida real, serían defensoras del no. Fue complicado cuando se lo planteé, pero fue interesante construir dos personajes que a ellas les valían para desidentificarse con su propia posición.

En el mediometraje incluyes algunas escenas de archivo relacionadas con la empresa contaminante.

Inicialmente no había considerado la posibilidad de introducir este tipo de material en la película, pero cuando ya estábamos en montaje surgió la necesidad de reconstruir toda esa dimensión sonora que tiene Cuerdas y que es ese telón de fondo de la empresa, muy ruidosa, algo con lo que tienen que convivir estas vecinas. Para esta reconstrucción sonora tanto de las alarmas que suenan cada jueves como del propio sonido de las antorchas o del sonido normal que emite, que sin que haya incidentes es ensordecedor y constante, para eso tiramos mucho de imágenes de archivo que me facilitaron los ciudadanos de allí. Surgió la magia de que en uno de los vídeos había una apertura de una ventana en el que se escuchaba un sonido de explosión que me venía perfecto porque estaba planteado en la narración, era muy natural introducirlo en la historia. Funcionaba tan bien que decidí apuntalarlo con otros vídeos más a lo largo del metraje dándole una fuerza brutal porque ahí creo que es incontestable la realidad que estamos plasmando.

En las películas, como en los libros, el inicio suele tener un papel crucial de cara al posible espectador. En Cuerdas, con la protagonista cerrando una ventana, recogiendo restos de cenizas o similares y colocándolos en trocitos de papel de aluminio que luego guarda en una bolsa de plástico, consigues captar la atención y generar la necesidad de querer saber más de esa historia.

Me encanta que me hagas esta pregunta (ríe). Ese inicio era, en un principio, una escena del mediometraje, pero que estaba en el nudo del mismo, aunque se ajustaba literalmente con lo que había como arranque el guión. El inicio real era una escena muy similar, pero distinta porque había una subtrama que acabó desapareciendo en la que la propia protagonista cuidaba de un bebé de una vecina y con ese dinero ayudaba a la economía familiar, para mostrar que esa mujer no solo se hacía cargo de todo los cuidados del hogar y de su manutención, sino también contribuía modestamente económicamente. Y entonces, el inicio de la película era Rita (Begoña Suárez Ereño) cuidando de este bebe, cortando los papeles de papel de aluminio generando cierto misterio sobre lo que estaba haciendo y mientras los cortaba se producía una explosión, el bebe se ponía a llorar y Rita, agobiada, apuntaba en su cuaderno el horario de la explosión y guardaba los papelitos. Era como más misterioso, como más detectivesco, generaba más intriga. Pero en el montaje vimos que la duración de la película podría ser un problema, así que decidí quitar esa subtrama y para eso necesité adelantar la secuencia que al final acabó siendo el inicio. Y nos dimos cuenta que funcionaba superbien, generaba no solo la misma intriga sino que nos llevaba un paso más allá desde el principio y ayudaba a conectar mucho. 

¿Cómo fue el trabajo con esas actrices no profesionales?

Fue una de las cosas más bonitas del proceso. Con las del grupo de teatro hubo una parte previa en la que quería hacerles entender que no quería que hicieran teatro. Era necesario otro código y hubo que encontrar la forma en que ellas entendieran lo que yo buscaba y que se dieran cuenta cuándo había un artificio o una impostación. Deconstruir el hábito en el que estaban instaladas, desconectarlas del texto y llevarlas al cuerpo y a la reacción más visceral, generando situaciones que no tuvieran nada que ver con la película, que conectaran con el cuerpo para que sintieran dónde reaccionaban y por qué, qué hacían, cómo…hicimos, por ejemplo, sesiones de danza para fomentar la vivencia corporal. Y esa parte fue muy interesante. A todas nos llevó a un aprendizaje interesante. Hicimos unas sesiones de cinefórum y vieron unos cortos y la película Rosetta (1999), de los hermanos Dardenne, que les recomendé y hablamos de ella para que comprendieran el código de naturalidad que estaba buscando y cómo muchas veces menos es más y que no hace falta ni siquiera hablar para que estén llegando mensajes y sensaciones. Luego generamos situaciones de improvisación con escenas que no tenían que ver con la película. Así fui viendo cómo se comunicaban entre ellas, qué filias tenían, con quienes eran mas reactivas… para aprovecharlo en la película.

Después, empezamos a entrar ya en materia de la película e hicimos sesiones de improvisación de más de una hora, muy largas, donde discutían. Les había dado algunos tips para que tuvieran donde agarrarse,» tú eres la mejor amiga de esta, tú te acaba de quedar viuda y la coral ha sido para ti como un salvavidas, tú tienes un hijo trabajando en la empresa y te ha terminado de pagar la hipoteca de tu casa…» les iba dando como unas indicaciones de construcción de los personajes que no a todas les servían, pero iban interiorizando los peajes. 

En estos ensayos lo que iba intentando avanzar era que se fueran familiarizando con el hecho de que a veces les voy  a interrumpir y les voy a pedir que retomen desde un momento concreto y no se pisen y tenían que mantener la misma energía. Tenían que familiarizarse con las propias necesidades de un rodaje. 

Antes has nombrado a los hermanos Dardenne cuando hablabas del trabajo con las actrices, pero ¿qué referentes tuviste en mente durante la preparación de Cuerdas?

El director Stéphane Brizé y películas como En guerra (2018) o La ley del mercado (2015), eran muy referentes para mí, ambas con el maravillosísimo Vincent Lindon. En En guerra trabaja con actores no profesionales o personas que habían participado en la realidad que se contaba. En mi película la protagonista principal no era una actriz profesional a diferencia de lo que ocurría en este film, pero me interesaba mucho estudiar cómo había conseguido ese código en el que estaba tan bien fusionado la realidad, el código naturalista y las partes interpretativas.

La película dura en torno a los 30 minutos. ¿Fue una cuestión de presupuesto, el tiempo que requería la historia…?

En ningún momento empecé a escribir la historia pensando en un largo. La idea argumental era una premisa muy concreta, que me podía permitir una película de esa duración. A medida que investigaba, hacía entrevistas…iba adquiriendo más matices, añadiendo cosas en el guión, situaciones, conversación para llegar a otro lugar…. el guión fue creciendo y también en el montaje el hecho de decidir introducir más material de archivo hizo que siguiera creciendo. Es un corto que ha ido creciendo, no una película que se ha quedado corta por falta de presupuesto, al revés. Cuando hicimos una primera versión cerrada y armada que incluía la subtrama de Rita cuidando el bebé de la vecina a la que me he referido antes, sí fue goloso pensar que si lo desarrollábamos un poco más podíamos de repente pensar en un largo. Pero no, en el fondo, estas cosas no siempre funcionan y podíamos pecar de dilatarlo y decidimos eliminar esa subtrama y reordenar la historia. Además, yo estaba ya en plena preproducción de mi película 20.000 especies de abejas y no tenía tiempo para rodar nada nuevo. 

¿Cómo fue la experiencia de Cuerdas en el Festival de Cannes?

Nos pareció a todas un milagro. No esperábamos jamás que hubiera podido suceder. Fue una alegría tanto para nosotras las tres productoras detrás del proyecto, para mí como directora, para ellas… mis pedazos de actrices que no se creían que pudieran hacerlo y estaban que no se lo creían… Además pudimos llevarnos a una parte del elenco a Cannes y lo vivimos y celebramos juntas. Obtuvimos el premio Les Rails d’Or, lo que equivaldría al Premio del Público y fue una alegría inmensa. Que algo como muy local y concreto conectara con el público internacional… fue muy emocionante.

En La Cabina, el mediometraje forma parte de su Sección Oficial.

Me encanta estar aquí por una razón, la duración. Por la reivindicación que tiene el festival de los mediometrajes y, por extensión, de los formatos llamémosles raros, no porque lo sean para mí, pero sí raros para el mercado, para el establishment, lpara a norma. Mis cortos son siempre largos y mi primera película tiene pinta de que será larga. Y en ese sentido es muy importante defender un espacio que reivindica que cada historia tiene su necesidad y requiere su tiempo. Y estar en La Cabina me enorgullece porque dan ese espacio a historias que solo por no entrar en lo normativo muchas veces se quedan fuera de todos los circuitos.

La semana que viene Cuerdas estará presente en Zinebi, algo así como jugar en casa, ¿no?

Como dices, Zinebi tiene algo de volver a casa. Hemos estado circulando por un montón de festivales internacionales y, por fin, lo podemos enseñar en casa. Es muy emotivo. Es cierto que la película ya estuvo en el Festival de San Sebastián, pero Zinebi es en Bilbao y está muy cerca del territorio donde se inspira la historia y va a implicar que se acerque más gente, tanto implicados como personas de las zonas colindantes.

Además, Zinebi para mí es superfundacional en mi deseo de hacer cine, porque cuando estábamos en la universidad tenía profesores maravillosos como Iñigo Marzabal, Patxi Azpillaga o Bea Narbaiza que hacían una labor más allá de lo académico y nos incitaban a ir al festival, nos daban entradas para ver los cortometrajes y yo recuerdo ir al Teatro Arriaga y decir “qué maravilla, cuantas historias”. Es algo muy importante en mi trayectoria.