Teresa Cebrián. Foto: Miriam Reyes.

Teresa Cebrián es la comisionada del Año Berlanga por el Ajuntament de València. Un paso más en su extensa trayectoria profesional. «Desde siempre, el recuerdo que tengo de mí misma es trabajando. Mucho. Vine al mundo el primer lunes laborable del año a las ocho de la mañana. Creo que está claro cuál es mi karma. He trabajado siempre mucho y disfrutado siempre mucho con mi trabajo. Tengo la gran fortuna de que me lo paso bomba con lo que hago».

Empezó en el audiovisual de casualidad, «para unos pocos días», y ahí sigue. «Nunca decidí que me quería dedicar a gestionar cultura en ese terreno, fue la vida la que me puso allí y allí me quedé. Igual que caí en este mundo podría estar trabajando en cualquier otro. Eso sí, gestionando, que yo soy muy de organizar».

Ha organizado festivales, seminarios, foros, ae hecho producción en cine, en televisión, en radio. Ha trabajado para la Fundación Municipal de Cine, para Presidencia de la Generalitat llevando el programa MEDIA de la Unión Europea, ha pasado por la Conselleria de Cultura, durante años organizó mil actividades para la Fundación para la Investigación del Audiovisual, ha trabajado en RTVV, en RNE, en unas cuantas productoras… «En 2013 recalé en la asociación de guionistas de la Comunidad Valenciana, EDAV, que es donde más he notado que mi trabajo era de verdad útil, donde más sentido le he encontrado y a donde espero volver cuando termine el Año Berlanga, si los guionistas quieren, claro».

«Cada vez que me digo que ya está bien y me propongo bajar un poco el ritmo y trabajar menos, llega la vida y me pone un reto nuevo por delante, de esos que no puedes negarte a ti misma, pero claro, eso siempre supone dar de ti un poquito más, trabajar con un poco más de intensidad. Qué le vamos a hacer, es lo del karma que decía antes. Y en esas estamos ahora mismo. Cuando yo ya me veía a punto de retirarme para irme al campo a plantar lechugas, llega el Año Berlanga y otra vez al lío».

Nadie mejor que ella para protagonizar esta sección en la que hay que compartir el Berlanga favorito de cada cual.

El Berlanga de Teresa Cebrián

Podría decir que el Berlanga que más me gusta, en estos momentos, es el del centenario, el que me permite idear y poner en marcha propuestas para difundir su figura, su obra, para que lo revisitemos, para que lo conozcan las nuevas generaciones y que tan merecido tiene todos los homenajes que se le están rindiendo este año. El Berlanga que ha conseguido tener el consenso de todos, el que es profeta en su tierra. Y sí, claro, ese es un Berlanga que me gusta muchísimo.

También podría decir que mi Berlanga favorito es el que se declara heredero de su valencianía en voz muy alta. El del barullo y el destarifo. El de esas secuencias en las que nadie escucha a nadie en medio de ese caos tan medido. El que construye escenas llenas. Llenas de personajes, de situaciones, y de ruido, sobre todo de mucho ruido. Ese Berlanga fallero, casi pirotécnico. Me encanta ese Berlanga.

Mi Berlanga favorito podría ser también el que ha conseguido que su nombre se convierta en adjetivo, que ya tiene mérito la cosa. El Berlanga berlanguiano, el de las situaciones esperpénticas, ridículas. El de las comedias absurdas y descabelladas en las que con un tono ligero y festivo no deja títere con cabeza y devuelve a los personajes a su realidad más amarga.

Si tengo que elegir uno, sería quizá el Berlanga de Plácido. El de las ollas Cocinex, el carromato con la estrella en víspera de la Navidad -para mí una imagen inolvidable- la subasta de las artistas de cine, el reparto de pobres y de ancianitos, en una España en blanco y negro que ahora parece pura ficción, pero que es la España en la que yo nací.

El Berlanga de esa campaña de Navidad inolvidable que lo llevó a Hollywood con una nominación a Mejor Película Extranjera en la 34 edición de los Oscar, en 1962. A ese Berlanga me hubiera gustado verle por un agujerito en los cócteles, paseando entre las estrellas, entre burlón y deslumbrado.

Me encanta cómo describe, en la biografía de Antonio Gómez Rufo, esa experiencia:

“En los cócteles a los que nos llevaban estaban los directores de Hollywood con los que deseabas encontrarte: King Vidor, William Wyler, Billy Wilder… Directores que se te acercaban, te hablaban y comentaban tu película, algo de tal escena o de tal secuencia. Aquello ya era para morirse de la emoción: en aquel momento, en plenos años sesenta, un directorcillo español llegaba a Hollywood y el señor Frank Capra le saludaba y hablaba; o el señor Zimnneman… Te preguntaban cómo se había rodado tal o cuál secuencia, o te comentaban que les gustaba un determinado final. Era todo una maravilla”.

Me hubiera encantado conocerle entonces, aunque no me quejo, tuve la fortuna de cruzarme con él más de una vez. Y aún así, ese no es mi Berlanga favorito.

Con Berlanga tuve mi primer contacto con las gentes del cine, fue el primer cineasta que conocí y que traté, en mi primer trabajo serio, una Mostra que lo trajo a València en los 80. Y ahora, cuando ya no queda mucho -espero- para terminar mi vida profesional, Berlanga vuelve. Con él empecé entonces, en el Ayuntamiento de València, y con él asumo ahora uno de los mayores retos profesionales de toda mi carrera, en el mismo Ayuntamiento, al que he vuelto después de tantos años, gracias a Don Luis. Ese es el Berlanga que más me gusta, el que, de alguna manera cierra un círculo vital que nunca hubiera imaginado que empezaría y terminaría en Luis García Berlanga.

Ese es mi Berlanga favorito.