Fotograma extraído de «Allí en París» (Alba Crespo y Antonio Barquero, 2021).

Solo y con mil pesetas en el bolsillo. Así viajó Miguel Vallecillo Mata (Tetuán, 1950) de Jaén a París. El billete se lo pagó vendiendo algunos cuadros que había pintado. Huía de la España gris de entonces atraído por los ecos de Mayo del 68. Llegó a trabajar como fotógrafo para el diario Libération, pero si hoy estamos hablando de él aquí es por los conciertos de flamenco que organizó en la capital francesa.

El primero fue, curiosamente, un mes de mayo, pero de 1983. En el Cirque d’Hiver, que aún funcionaba como circo y donde el olor a fieras flotaba en el aire. Los camerinos estaban instalados en las antiguas cuadras de caballos, eso sí totalmente limpias. Angelita Vargas, Chano Lobato, Enrique de Melchor, Luis de Córdoba… La Paquera de Jerez a última hora dijo que no se subía a un avión y no actuó.

Miguel fue un pionero en exportar el flamenco a París. Hasta entonces o se programaban conciertos para los españoles inmigrantes o para un público elitista nativo. Él se encargo de dar a conocerlo. Y lo hizo sin ayuda institucional alguna. Con su esfuerzo, y su promotora Pomelo Flamenco, llevó a Camarón en 1987. Repitió un año después. Su relación traspasó lo profesional. Se hicieron muy amigos. Incluso intentó ayudarle en sus problemas con las drogas. Camarón se convirtió gracias a esas dos citas en un mito internacional y Vallecillo ganó dinero por primera vez. Fue tal éxito el de la leyenda flamenca que en 1989, esas mismas instituciones (de España y de Francia) que le habían negado subvenciones y apoyo, se lo «quitaron» para programarlo ante 5000 personas, triplicando su caché.

La valenciana Alba Crespo y el sevillano Antonio Barquero han rescatado de la invisibilidad a Miguel Vallecillo (que hoy vive retirado, entre Jaén y París) y todas sus historias (en 1990, por ejemplo, llevó a Morente a la capital francesa) en el documental Allí en París, que se estrena dentro de la sección Amalgama de La Cabina, esté sábado 12 de noviembre, a partir de las 18h, en La Nau. Con ellos hablamos por teléfono.

¿Cómo descubrís la historia de Miguel? 

Antonio: Descubrimos a Miguel por redes sociales, por Youtube e Instagram. No tenía muchos seguidores para el material que subía. En Instagram publicaba fotos desde una perspectiva bastante íntima de los artistas. No eran fotos comunes que se hayan podido ver de Camarón, de Morente, o de otros, sino unas fotos que desprendían haber vivido cosas más personales con ellos, algunas en sus casas o en los camerinos. Y siempre lo acompañaba de anécdotas y comentarios. No sabíamos qué había hecho pero sí que había vivido algo relacionado con el flamenco en los 70 y los 80, pero no hasta qué punto. En YouTube también tenía vídeos grabados en VHS de los camerinos o de paseando por París. Era un material que nos llamaba mucho la atención.

¿Y contactasteis con él?

Antonio: Sí, así fue. Contactamos con él por Instagram. No nos contestó, encontramos un correo suyo y le escribimos, y no sé si fue al segundo mail que le mandamos cuando por fin respondió y nos dio su número de teléfono.

El documental mantiene el equilibrio entre la historia del flamenco en París y la propia de Miguel, interrelacionadas entre sí, pero manteniendo cada una su espacio.

Antonio: Cuando fuimos a grabar el documental no teníamos muy claro cuál era la magnitud de la historia, qué iba a abarcar y que no, y de hecho hubo cosas que se tuvieron que quedar fuera porque tenía muchísimo que contar. Pero luego sí que es verdad que teníamos claro que la historia de Miguel, más allá de lo que hizo con el flamenco, era importante también contarla. Su marcha a Francia, la diferencia que había con España, cómo se marchó de aquí porque su mentalidad no se veía correspondida en España y cómo se sintió realizado tanto en Francia como en el resto del mundo, porque él viajó mucho. Y eso, pensamos, no le iba a quitar protagonismo a la otra historia, sino que le iba a sumar todo lo que rodea al personaje.

Miguel a pesar de todo por lo que pasó no muestra resentimiento alguno y se comporta de forma muy humilde pese a todo lo que consiguió.

Alba: A nosotros también nos llamó la atención esa tranquilidad, habla desde un lugar muy tranquilo, creo que también con algo de resignación por el tiempo que ha pasado. Lo ve desde la distancia de que nunca se le hubiera reconocido el trabajo que hizo a lo largo de los años, y decidió contarlo a través de estos pequeños instantes que subía en Instagram. Al final si te metes en su Instagram ves cómo va contando, poco a poco, todo lo que fue pasando. Creo que esa tranquilidad parte de la resignación, de la impotencia, de «no se me ha reconocido, no creo que vaya a ocurrir, pues ya lo cuento yo». Una de las cosas que nos llamó la atención de cuando fuimos es que él tenía muy claro lo que quería contar, la sensación era como si llevara mucho tiempo queriendo contarlo y ahora que tenía la oportunidad lo iba a hacer. Y eso es algo que nos ha facilitado mucho la construcción de la narrativa porque él tenía muy claro lo que quería decir, en qué orden lo quería decir y cómo lo quería decir. Nosotros no sabíamos si íbamos a hacer un documental o no, era una pieza audiovisual un poco más abierta y gracias a su exposición de los datos, de las anécdotas… cogió un sentido en el propio rodaje. Y fue ahí mismo, en el propio rodaje cuando nos dimos cuenta de que estábamos haciendo un documental. 

Fotograma extraído de «Allí en París» (Alba Crespo y Antonio Barquero, 2021) donde se puede ver a Miguel Vallecillo a la derecha de Camarón.

¿Os facilitó Miguel todo el material de archivo que aparece en el documental?

Antonio: Cuando fuimos a Jaén mucho de esos materiales ya sabíamos que existían. Él era fotógrafo y, también, cuando salió el VHS se aficionó a grabar. Además, hizo reportajes con la televisión, se juntaba con muchos cineasta como Joaquín Lledó. Sabíamos que iba a haber material de eso. Y él además tuvo la generosidad de enviarnos todo lo que le pedíamos, incluso cosas que no le pedíamos. 

Alba: Nos envió un pendrive y lo tratamos con mucho cuidado. Eran materiales únicos, de un valor sentimental y emocional muy grande para él y, también, de gran valor cultural. Él ha ido subiendo en YouTube algunas, pero no todas. Hay muchas que hemos visto nosotros que no han salido a la luz y que nadie ha visto. Y por lo que preguntabas al principio, fue un poco juego, desde el principio, de quién es este hombre, vamos a buscarlo, lo encontramos, nos cuesta mucho hablar con él, le comento una publicación en Instagram y nada, luego un correo y no lo ve, era un poco como una gincana todo (ríe). Pero cuando fuimos allí fue todo tan, tan bien y tan tan rodado, fue todo tan fácil.

El documental está dirigido por vosotros dos, ¿cómo os repartisteis las tareas?

Antonio: Este proyecto nació justo al acabar el confinamiento, que fue cuando Alba y yo entramos en contacto con Miguel. Cuando hubo que ir a grabar a Jaén, contactamos con un compañero mío, Antonio Limones, y fuimos los tres. Principalmente durante el rodaje, Alba y Antonio Limones estaban con la cámara y yo mantenía las conversaciones con Miguel. Aunque Miguel tampoco necesitaba que nadie le diera pie porque tenía bastante claro lo que quería que contar (ríe)

Alba: Al final entre Antonio y Miguel crearon cierto vínculo. Antonio tiene un bagaje flamenco y había como una conexión entre ellos ideal para hacer una entrevista, aunque a Miguel no le hacía falta ninguna referencia. Él iba a tiro hecho, sabiendo lo que quería contar, llevaba mucho tiempo queriéndolo hacer. Antonio se encargó del trabajo más periodístico, Antonio Limones estaba con el plano general y con el sonido, y yo me iba moviendo con la cámara. Éramos tres, pero si lo hubiéramos sabido hubiéramos ido más, pero no conocíamos la dimensión de lo que íbamos a contar hasta estar allí. Luego, en el montaje, hemos estado Antonio y yo mano a mano.

Antonio: Y también hemos contado con muchos amigos que se han sumado de manera altruista al proyecto, porque en ningún momento pretendíamos generar dinero con él, todo lo que hemos hecho ha sido por amor a la historia. Alberto González hizo la música, José Panadero se encargó del color… Cada uno aportando en lo que sabía. Tenemos la suerte de tener muy buenos amigos a los que les gustó la historia y quisieron colaborar.

¿Qué importancia tiene rescatar y contar historias como la de Miguel?

Alba: Poco antes de empezar a hacer Allí en París vimos un documental sobre Mario Pacheco. Él tuvo un papel muy importante en Madrid y como que se le ha reconocido también con el tiempo, porque como en el caso de Miguel son figuras que están un poco siempre a la sombra. Y creemos que sacarlas y ponerlas en valor es algo muy importante porque básicamente han contribuido, por ejemplo Miguel, a que el flamenco hoy en día se reconozca como una pieza cultural a nivel internacional súper importante, ya no solo para entender nuestra cultura, sino para entender la cultura de los pueblos a un nivel lo más universal posible.

Antonio: En el caso de Miguel, además, está esa mala suerte de que las instituciones, tanto en un lado como en otro, siempre le jugaron un poco a la contra. Entonces, al final acaba todo el trayecto sin la gloria, con una sensación extraña. Y contar su historia es importante por eso mismo.

Alba: Si ya de por sí hay figuras a las que cuesta reconocer su trabajo y están un poco invisibilizadas, si como ocurrió con Miguel ya vas a contracorriente y no estás dentro de sintonía con el discurso oficial, vas a desaparecer casi seguro. Darle ese reconocimiento creíamos que era importante y necesario.