Si a un documental hay que pedirle que te traslade al corazón de la historia que te quiere contar, Jalas, dirigido por Olga Arias, lo supera y va incluso más allá. A través del testimonio de tres chicas menores palestinas nos adentramos en la realidad de su país. La sinceridad de sus voces, la reclamación de una vida normal sin odios ni venganzas, el miedo que palpita en sus calles, todo eso alcanza al espectador que (salvando mucho las distancias) siente cada fotograma como un paso más por las calles que no pisa.

¿Empezó todo con el cómic Palestina. En la Franja de Gaza, de Joe Sacco?

Olga Arias- Bueno, siempre he estado muy vinculada a los movimientos sociales y temas como Chiapas, el Sahara, Kurdistán o Palestina, que rara vez consiguen asomarse por detrás de los grandes titulares, han estado muy presentes dentro de este entorno ya sea como ejemplo de resistencia o por la situación de represión, ocupación o vulneración de derechos humanos que viven estos pueblos.

Pero este cómic en concreto me impulsó a viajar a Palestina y ver con mis propios ojos lo que estaba pasando allí. Después de este libro, vinieron muchos más: Orientalismo de Edward W. Said, La limpieza étnica de Palestina de Illan Pappé o El hombre mojado no teme a la lluvia de Olga Cuevas entre otros. Más tarde desarrollé mi TFG (Trabajo Fin de Grado) sobre las personas refugiadas y desplazadas internas palestinas y una vez acabé, decidí comprarme el billete y vivirlo en primera persona. Así que, sí, fue una trayectoria larga en la que podemos situar el inicio en el cómic de Sacco. Es un libro importante para mí por todo lo que sentí al leerlo. Lo he vuelto a leer unas cuantas veces más.

Vuelves de un primer viaje a Palestina con la petición de la gente que vive allí de que contaras lo que habías visto. ¿Nace en ese momento el documental?

Un viaje es una de las herramientas más eficaces para comprender el mundo en el que vivimos. Un viaje a Palestina te cambia la vida. Te cambia la forma de mirar. Uno de los últimos días antes de volver de mi primer viaje, en agosto de 2015, le pregunté a la madre de Baraa, una de las protagonistas del documental, cómo podía ayudarles y la respuesta fue muy clara y contundente, me sorprendió: “Cuando vayas a tu país, cuenta lo que has visto”. Empecé a darle vueltas y surgió la idea del documental. Nunca antes había dirigido ni había escrito un guion. Pero quien me conoce sabe que cuando me propongo algo, lo consigo y contar todo lo que había visto allí me parecía un deber moral y social. Les conté la idea a tres personas que me parecía que les podía interesar el proyecto y empezamos a desarrollarlo.

¿Cómo llevasteis a cabo la pre-producción? ¿Cómo localizasteis a las 3 protagonistas?

Somos un equipo muy pequeño pero tuvimos muchas colaboraciones. Jalas ha sido un proyecto basado en la confianza, en la horizontalidad y en el “desde abajo”. Ha participado mucha gente de maneras muy diferentes y todo de una forma altruista. Una vez escrito el guion, hablé con un amigo palestino que trabaja en ASECOP (Asociación Europea de Cooperación con Palestina) y le conté el proyecto. Lo trasladó a la entidad, les gustó la idea y nos dijeron que nos apoyarían. Contar con gente palestina era imprescindible para llevar a cabo esto.

Por otro lado, en el primer viaje participé como voluntaria en el campamento de verano que organizaba la asociación cultural palestina Ibda’a que está en el campo de refugiados de Dheisheh (Belén) y trabaja con niñas, niños y adolescentes refugiados. Allí conocí a una niña, Baraa. Se convirtió en alguien muy especial para mí. Y cuando surgió la idea del documental tenía claro que ella tenía que salir. En el campamento de verano conocí a varias personas que trabajaban en diversas asociaciones palestinas. Ese fue el principal contacto para encontrar a las otras dos protagonistas.

Las tres son mujeres, menores y representan tres realidades distintas de la vida en Palestina. ¿Fue intencionado o fruto del azar?

Durante muchos años trabajé con infancia y adolescencia y tengo claro que la forma de contar de las niñas, niños y adolescentes difiere mucho de la de las personas adultas. Es clara, natural, sincera e irradia mucha fuerza. Tenía claro que esta historia la tenían que contar ellos y ellas.
El que fueran mujeres fue casualidad. Nos gustó la idea de tratar este conflicto desde la mirada de tres mujeres. Las mujeres palestinas imponen. Su expresividad te cautiva. Las oyes hablar y aunque no entiendes su idioma, comprendes enseguida sus palabras, su mensaje. Están muy presentes en la vida pública y en la organización de la sociedad palestina. Que fueran tres mujeres nos convenció.

Las tres diferentes realidades sí fueron intencionadas. Una de las principales características de Palestina es la nula continuidad territorial. La política expansionista que fomenta Israel está haciendo cada vez más pequeño y fraccionado el territorio palestino. La realidad palestina es muy heterogénea, pero con un sentimiento de identidad muy potente. Esto es lo que quería mostrar en el documental. Lo que vi en mi primer viaje.

¿Qué equipo de rodaje se desplazó a Palestina?

Nos fuimos cuatro personas, Marta Moreira (guionista y producción), Ginebra Pastor (producción), Pepe Ábalos (cámara y realizador) y yo y estuvimos grabando durante 15 días. Allí con la colaboración de ASECOP, contamos con otro cámara, un ayudante de sonido, dos personas traductoras y la figura imprescindible de un intermediario o facilitador que fue Hazem Banoura, un buen amigo y alguien que hizo que esto fuera posible. Sin él, no sé cómo nos las hubiéramos apañado.

¿Contabais con permisos?

No pedimos ningún permiso. Sabíamos que no nos lo iban a dar. Tampoco tuvimos muchos problemas a la hora de grabar pero sí que sabíamos a dónde íbamos y tuvimos bastante cuidado. En muchas ocasiones llevábamos la cámara escondida. Hay escenas que no nos hubieran permitido grabar si supieran el fin. Arriesgamos y nos la jugamos. Había que mostrar ciertas cosas. A veces grabábamos como simples turistas. Llevábamos una cámara pequeña y no dábamos mucho el cante. Lo que sí teníamos claro es que no íbamos a llevarnos las cintas en las maletas de vuelta, cuando pasáramos los controles del aeropuerto. Ahí sí que no nos la queríamos jugar. Si nos las hubieran visto, estoy segura de que no hubieran llegado. Hicimos varias copias y por las noches nos la enviábamos por mail. Las cintas en sí, se las dimos a un amigo y nos las envió por medio de otra persona que no salió por el aeropuerto de Tel Aviv.

A pesar de que no sería un rodaje tranquilo y con libertad absoluta, la imagen del documental está muy cuidada. ¿Cómo fue trabajar en condiciones adversas preservando esa calidad?

Fueron 15 días muy agotadores y muy duros. Éramos un equipo muy pequeño, con pocos medios y muchos impedimentos. Dormimos muy pocas horas, pero lo que estábamos viendo allí fue el motor para seguir avanzando. Queríamos contarlo todo. Un día en Palestina basta para darte cuenta de la vulneración de derechos humanos que sufre esta población. A nivel técnico contamos con un superprofesional. Pepe Ábalos hizo maravillas.

Al empezar el documental se da una información desgarradora, más de 2070 menores palestinos han sido asesinados, desde 2000, por tropas israelíes, guardias de seguridad o colonos judíos, según datos de la ONG Defence for Children International. Además, en la cinta se cuenta que son numerosas las detenciones a menores. ¿Crees que ese ensañamiento con los menores, más allá de generar mucho dolor, puede tener una visión más macabra de ir acabando con los palestinos a largo plazo (en el documental se dice que a este paso en 2020 no existirá el país como tal)?

Los datos son desgarradores y lo que es aún peor, el número de menores palestinos asesinados sigue aumentando. Cada año Israel detiene aproximadamente entre 500 y 700 menores palestinos, algunos incluso de 12 años. Todas las niñas y niños palestinos detenidos son juzgados en tribunales militares y tienen una tasa de condena cercana al 100%. Los datos existen, pero la inoperatividad de los organismos internacionales para que Israel cumpla con la legalidad, es inconcebible. Israel vulnera los derechos internacionales y comete crímenes de lesa humanidad, pero no ocurre nada. Parece que el mundo ha olvidado a las niñas y niños palestinos.
Hace unos años, Ayelet Shaked, ministra israelí de justicia, escribió en su cuenta de facebook
«Tienen que morir y sus casas tienen que ser demolidas. Son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto se aplica igual a las madres de los terroristas fallecidos». Creo que las palabras de la ministra israelí responden claramente la pregunta.

Es común a las tres protagonistas, pero sorprende la madurez, clarividencia y valentía de Baraá Ibrahim Mizher, de solo 12 años, que vive en el campo de Refugiados de Dheisheh. Y que a pesar de todo (presencia constante de policías y colonos, humillaciones como obligarles a derruir la última planta de casa porque les tapa el sol, ser conscientes de las diferencias de las condiciones de juego de los niños palestinos y los estadounidenses) no demuestren odio hacia los judíos, incluso aspiren a vivir en armonía con ellos.

Sí, la coherencia y claridad con que se expresan y hablan las tres protagonistas de un conflicto que lleva alargándose en el tiempo más de 70 años es digno de reconocer. Es algo que me sorprendió muchísimo de las niñas y niños palestinos.

Baraá nació en un campo de refugiados. Es una niña de 12 años que ha vivido situaciones de violencia que ningún niño o niña debería vivir. Aun así, su principal deseo es volver a su pueblo, vivir tranquila, poder estudiar medicina y ayudar a su gente. No muestra ningún ápice de odio hacia los israelíes. Quiere que esta situación se acabe. Quiere poder jugar, ver el mar, poder moverse con libertad…

¿Qué sensaciones recuerdas de cuando entraste en el Campo de Refugiados de Dheisheh?

Me impactó mucho. La primera sensación que tuve fue de hacinamiento. En Dheisheh viven más de 15000 personas en apenas un kilómetro cuadrado . Las calles son muy estrechas y empedradas. Las imágenes de los mártires o de las personas presas. La resistencia y la lucha palestina la notas hasta en las paredes. Pero recuerdo una sensación que me entristeció mucho: no existen espacios para jugar. Las niñas y niños del campamento no pueden jugar. No existen parques, plazas, espacios grandes… es algo a lo que Baraá hace alusión en el documental. Por otro lado, también recuerdo la sensación de impotencia y rabia de ver los casquillos de bala por las calles del campo de refugiados.

El documental finaliza con el encuentro de las 3 protagonistas, ¿cómo fue ese momento fuera de cámara teniendo en cuenta que aunque les une ser palestinas, son de diferentes edades y extracción social?

Fue muy bonito. Nos emocionamos mucho. Fue el último día de rodaje y tenía que salir bien, no teníamos más días, estábamos muy nerviosas y un montón de gente se había desplazado a la localización. Queríamos grabar el momento en el que se vieran por primera vez, queríamos captar ese instante. No sabíamos cómo iban a reaccionar, pero era muy importante estar preparadas. No teníamos más tiempo. Todo salió superbién. Fue un momento muy chulo para todas. Se pusieron a hablar entre ellas. No hizo falta preguntarles nada. Tenían mucha curiosidad por la vida de las demás. Fue increíble escucharlas. Me llamó mucho la atención la pregunta que le hizo Baraá a Rima, la niña que vive en Haifa. Le preguntó cómo era el mar. Fue uno de los momentos del rodaje que más me entristeció. No importó la edad ni la condición social, las diferencias entre ellas, marcadas principalmente por el lugar de residencia de cada una, se fue transformando, de forma natural, en un sentimiento de identidad común muy potente que era y es que las tres, son palestinas y que Palestina es su tierra

¿Cómo fue la labor de post-producción?

La post-producción fue larga. Tuvimos varios problemas con las traducciones, nos llevó más de un año encontrar a alguien que nos subtitulara todos los brutos que habíamos grabado. Hasta que no tuvimos esto no pudimos empezar a montar. Una vez traducido y los subtítulos incrustados fue todo más rápido.

¿Cómo mantuvisteis el espíritu para no abandonar un proyecto que se dilató tanto?

Creo que el compromiso de contar lo que habíamos visto y lo que nos habían contado las tres niñas fue el motor de empuje en los momentos que estábamos desbordadas. No podíamos abandonar. Teníamos que acabarlo. Como me dijo una vez una mujer palestina: “permanecer es resistir”.

¿Pensastéis en algún momento incluir el testimonio de algún menor judío o ese sería otro documental distinto del que queríais hacer?

En ningún momento se me pasó por la cabeza. Sí que nos hubiera gustado que participara un niño o niña gazatí, pero para entrar en Gaza necesitas permisos y teníamos claro que no nos los iban a dar.

Es un documental que se ha grabado sin ningún tipo de subvención

Desde el primer momento fue un documental basado en la confianza y la horizontalidad. Pensamos en pedir alguna subvención. Buscamos vías, pocas, pero siempre encontramos impedimentos. Lo importante no era el dinero, lo íbamos a hacer costara lo que costase. Así que poco a poco fuimos consiguiendo apoyos. Montamos un concierto con grupos de amigos e hicimos una rifa con discos de un montón de bandas a los que estamos infinitamente agradecidas. En Palestina contamos con la colaboración de ASECOP, que fue imprescindible y para la traducción, Sapuetxe, un centro social ocupado de Durango, nos dio la inyección que nos faltaba. Personalmente estoy muy contenta de que haya salido así. Creo que el dinero no tiene que convertirse en un impedimento para construir o crear algo. Hay mil formas. Vivimos en una sociedad capitalista e individualista, en la que gastar más dinero equivale a calidad. Romper con esta afirmación y hacer posible algo autogestionado se opone a cualquier sistema social basado en una estructura jerárquica. No teníamos que rendir cuentas a nadie. Nadie nos tenía que decir cómo hacer, o que poner o no poner. Fuimos un equipo de cuatro personas más todas las que confiaron y quisieron colaborar a dar voz y visibilidad al pueblo palestino.

Una vez se estrene en la Mostra, ¿qué recorrido le espera al documental?

El objetivo del documental es llegar a mucha gente. Contar una parte de la historia del pueblo palestino. Nos hemos inscrito en varios festivales de cine y queremos presentarlo en todos los sitios que podamos. Es difícil entrar en los festivales más reconocidos y circuitos oficiales, pero tenemos muchas ideas y estoy segura de que Jalas se va a poder ver en muchos sitios.