Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Nombre: Jordi Núñez Navarro
Edad: 24 años.
Lugar de nacimiento: Valencia.
Lugar de residencia: Entre Valencia y Madrid
¿Cómo definirías tu actividad? Hago películas para contar cosas que me preocupan y que me emocionan.

Las vocaciones no se pueden controlar. Cuando aparecen lo mejor es tirar hacia adelante. Eso es lo que pensó Jordi Núñez, que desde pequeño tenía la necesidad de contar historias con imágenes. Con dos cortometrajes a sus espaldas («Píxeles» y «Amor de Dios») ya ha empezado a hacerlo. En el horizonte, nuevos proyectos en todos los formatos: largometraje, webserie, serie y cortos.

¿Cómo y cuándo surge tu interés por el cine como espectador?

Diría que ese interés me nace antes como director que como espectador. De pequeño, durante el verano, hacía películas con mis primos con la cámara de mi tío, una miniDV y así empezó todo. Era como un juego. Al principio fue como un modo de contar historias y ahora se ha convertido en algo más personal, en mi medio de expresión.



¿Qué películas te impactaron entonces?



Desde muy pequeño iba al cine, pero ser consciente de ver una película y decir “quiero hacer esto” me ocurrió, por primera vez, con “Volver” (Pedro Almodóvar, 2006).

¿Qué importancia crees que tiene la formación para ser director de cine?



Yo estudié Comunicación Audiovisual en la Universidad de Valencia y luego hice el Master de Dirección de Cine en la Escuela TAI. En mi caso, diría que un 50% es intuición y el otro 50% de formación académica. Sin la intuición, o si se prefiere llamar vocación, no me hubiera lanzado a hacer cine y aprender por mí mismo, y eso no te lo enseñan en ninguna escuela. Pero a la vez, sin la formación académica no tendría una noción de contexto de lo que estoy haciendo o determinados conocimientos sobre el lenguaje cinematográfico.

Durante tu estancia en la Escuela TAI, ¿hubo algún profesor, alguna conferencia o master class que recuerdes como determinante en tu aprendizaje?



Las clases de Jonás Trueba, que era además mi tutor del Máster. Me abrió los ojos a otro tipo de cine, a ese que se llama de la frustración, a hacer cine más pequeño con cualquier cosa. Y eso se refleja en mi cine, como en el prólogo del corto “Amor de Dios” que son vídeos grabados con móvil. Era algo que yo quería hacer incluso antes del Máster, pero no sabía cómo llevar a cabo y si debía incluirlo.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Tu primer corto fue “Píxeles”.



Es mi proyecto de final de Máster de la TAI. Es un melodrama, quizás algo más clásico que mi siguiente corto, “Amor de Dios”, que narra la historia de desintegración de una pareja y utilizo, como vehículo para mostrar eso, los vídeos que la pareja se van grabando con el móvil desde que se mudan a vivir juntos. Cada vez me interesa más el cine como un modo de terapia personal, de utilizarlo como exorcismo. Generar un espejo de la realidad sobre el que mirarme y luego mejorarlo. Ahora puedo ver “Píxeles” y decir “ese era yo hace dos años” y me alegra ya no serlo, haber evolucionado. Pero ese fragmento de vida está capturado para siempre. Eso no quiere decir que yo haya pasado por la historia que cuento en “Píxeles”. Hay que coger la realidad y someterla a unas pautas narrativas y a unas convenciones de género, no tomar la realidad tal cual.

¿También te ocurre eso con tu segundo corto, “Amor de Dios”?



Sí. Escribí el corto hace ya año y medio. Acabé el Máster y tuve que tomar la decisión de quedarme en Madrid o volver a Valencia. Y decidí quedarme allí con un proyecto de largometraje de un compañero de la escuela. Sin saber si iba a salir adelante y teniendo toda mi vida aquí. Recuerdo que la primera semana, yo solo en el piso, fue terrible. Recibí la visita de una amiga y, básicamente, estuvimos conviviendo un fin de semana, pero salí muy fortalecido. En el corto quise contar eso, la sensación de una relación que puede parecer muy ambigua. En “Píxeles” me importaba más la idea final y en “Amor de Dios” disfrutar el viaje, compartir cada cambio que experimentan durante ese tiempo.

Ambos cortos comparten algunos rasgos identificativos en tu manera de hacer cine, como el recurso de las grabaciones hechas con móvil o ciertos toques de humor.

Lo del móvil surge a raíz de un ejercicio en clase con Jonás Trueba. Teníamos que hacer un diario fílmico con lo que tuviéramos a mano y yo elegí el móvil. Y es algo que sigo haciendo. Como proyecto personal, voy guardando y montando vídeos que grabo con el teléfono. La idea es, por ejemplo, dentro de 20 años verlos todo y comprobar cómo he cambiado, no solo por lo que salga en las imágenes, sino por detalles como el ritmo de montaje.

Respecto al humor responde a un pulso interno que tengo conmigo mismo. Siempre quiero hacer una comedia, pero me sale un melodrama. Si en mis cortos no hubiera humor, serían muy pesados, muy difíciles de ver. Me ayuda a no caer en el sentimentalismo, es algo que me preocupa mucho.

¿Qué es lo que más te atrae del trabajo de director? ¿Y lo que menos?

Todo, me interesa todo. Pero lo que más el trabajo con actores. Me parece algo muy delicado porque se trabaja con emociones. Cuando el actor entiende lo que le pides es muy gratificante. Disfruto mucho la pre-producción, intercambiando películas o imágenes con los directores de Fotografía y Arte.

¿Qué referentes cinematográficos tienes?

El melodrama clásico me gusta mucho. Por ejemplo, Douglas Sirk. Y de Hitchcock, películas como “Marnie la ladrona” o “Vértigo” y su tratamiento de la subjetividad de los personajes y también me interesa cómo trabaja el melodrama, más que el suspense o el terror. También el cine François Ozon, que a nivel estético y de puesta en escena hace un cine algo parecido a lo que me gustaría hacer. Y películas recientes como “Carol” de Todd Haynes o “Cegados por el sol” de Luca Guadagnino, que estoy seguro de que usaré como referencia en el futuro. “Los paraguas de Cherburgo”, de Jacques Demy, me impactó mucho, me parece muy romántica, muy melancólica, me emociona mucho.

En cada corto trabajé con referencias distintas. Por ejemplo, en “Amor de Dios” pensaba en “Hola, ¿estas sola?” de Icíar Bollaín, “Frances Ha” de Noah Baumbach y en películas que, según criterios académicos no son buenas, como “Algo casi perfecto” con Rupert Everett y Madonna, que la vi mucho de pequeño y tenía su tono grabado y quería transmitir algo así. Incluso una cinta como “La graduada”, de Mariano Ozores, cuyo audio incluso aparece en el corto.

Sus cortos: