«Lucas» (Álex Montoya).

Lucas acaba de perder a su padre y todo a su alrededor empieza a desmoronarse. Un día le aborda Álvaro que le ofrece dinero a cambio de inocentes fotos suyas. Álvaro las quiere usar para crear perfiles falsos en redes sociales y hablar “solo hablar”, insiste, con chicas jóvenes. Desesperado por su situación, Lucas acepta.

Este es el argumento de Lucas, segundo largometraje del cineasta Alex Montoya, que llega a los cines el 25 de junio. El film ganó, dentro de la sección ZonaZine del Festival de Málaga, la Biznaga de Plata a la Mejor Película Española, el Premio del Público y el de Mejor Interpretación Masculina para Jorge Motos, que hizo doblete en el Festival de Alicante con la Tesela de Plata. Premios más que merecidos. La cinta, además, ha protagonizado una de las proyecciones especiales de Cinema Jove. Hablamos con Montoya, por teléfono, minutos antes de que se marche al preestreno en Madrid.

Lucas fue antes, en 2012, un cortometraje, aunque ya entonces estaba pensado como un largo.

En el momento de rodar el corto tenía un tratamiento de 50 páginas de todo el largo. El corto era como el primer acto. Cambió mucho durante estos años. El corto era más thriller y el personaje de Álvaro, el fotógrafo, era bastante más peligroso. Y prácticamente fue así hasta quince días antes de rodar la película que hice una reescritura bastante profunda de todo y lo hice más realista, más drama y un poco más esperpéntico se podría decir, más que un thriller.

Aunque sigue siendo un thriller, ¿no?

Sí. Pero en la versión anterior, Álvaro moría al final en una pelea épica con los campos de arroz de L’Albufera ardiendo al fondo, y había otra muerte, también, de una cría a mitad de película. Era más thriller. Pero por presupuesto y porque podría ser demasiado truculento, acabamos haciendo esta versión que podría decirse que es más drama, tirando casi al drama costumbrista.

Lucas es Jorge Motos. El actor ha visto premiado su brillante trabajo en la película en los festivales de Málaga y Alicante.

Lo de Motos fue un hallazgo. Estuvimos buscando chavales de 15 ó 16 años, pero era muy complicado por los tiempos que manejábamos de rodaje, no teníamos tiempo para ensayos y no nos podíamos permitir repetir mucho. Necesitábamos alguien con mucha experiencia. Motos tenía entonces 19 años y ya tenía experiencia y tiene mucho talento. Se le lee muy bien, transmite mucho con su mirada. Al final, el personaje lo acaba esculpiendo un poquito él, ese chico introvertido, dolido, pero a la vez capaz de tomar las riendas de su vida y marcharse de casa. Tenemos muchas esperanzas puestas en Motos de cara a la temporada de premios.

En el corto, Eva Llorach daba vida a la madre de Lucas, y Luis Callejo interpretaba a Álvaro. Ninguno de los dos repite en la película, siendo sustituidos, magníficamente, por Irene Anula y Jorge Cabrera.

A Eva Llorach la conocía desde hace muchos años. Pero entre el corto y el largo su carrera pegó un subidón impresionante. Y como el papel de la madre no era muy grande, tiene poco tiempo en pantalla, me dio un poco de reparo ofrecérselo. Aunque luego lo hablé con ella y me dijo que no hubiera habido ningún problema.

Y Callejo no pudo hacerlo. Llevaba todo el año rodando fuera y, como tenía un hijo pequeño, me dijo que no podía estar otro mes y pico lejos de casa. Se lo ofrecí a Jorge Cabrera, que había hecho mi corto anterior, Vampiro, y es un gran actor y, además, una estupenda persona, que es algo que siempre es un aliciente para un director porque estás más cómodo en el rodaje. Creo que fue una buena elección. El personaje de Callejo en el corto era como más peligroso, al Álvaro del largo le ves cierta tristeza de fondo y de alguna manera trasluce la bondad innata del actor, porque Cabrera es una de las personas más bonachonas que conozco. Y eso provoca que resulte fácil empatizar con su personaje a pesar de sus inclinaciones.

La película está rodada entre València, L’Albufera y el Palmar. ¿Qué importancia tiene que sea en esos lugares concretos y reconocibles?

La concreción, lo específico, creo que siempre es amigo de la narración. Nos centra en un lugar y unas gentes concretas en las películas y no se queda todo en una especie de limbo, neutro y estandarizado, lleno de clichés y estereotipos. Son unas casas con una tipología concreta, un paisaje que cuando los campos están inundados es difícil de navegar y de salir de ahí si no conoces lo caminos. Y eso ayuda a la película. No cambiamos el nombre del pueblo, El Palmar, adrede. Hay un plano aéreo, que no rodamos nosotros por presupuesto y que es de librería, en el que es perfectamente reconocible la zona. Se respeta mucho la geografía propia, incluso, en el trayecto que hacen los personajes hacia la casa.

La fotografía acaba siendo casi un protagonista más de la historia.

Jon D. Domínguez, el director de fotografía, y yo tenemos una relación de muchos años y ya sabe lo que me gusta. Hablamos siempre de que fuera lo más naturalista posible, lo que pasa es que al final siempre acabas estilizando un poco. Vas buscando el contraluz, las sombras, no quería que fuera muy plana ni rellenada en la parte oscura. L’Albufera es un sitio magnífico. En cuanto eliges bien las horas para rodar, en exteriores, la cosa sale prácticamente sola. Lo que no buscamos fue embellecer demasiado, porque en L’Albufera puedes sacar fotos preciosas, pero se trata de unos campos inundados que tienen un grosor de agua de veinte centímetros, si intentas caminar por allí es un lodazal. De hecho nos metimos a rodar la parte del sueño que aparece en la película y aquello fue terrorífico. Tiene sus destellos de belleza, pero también puede ser un lugar inhóspito.

En algunos momentos optaste por rodar cámara en mano.

La intención era que tuviera cierto aire semidocumental, que la cámara pudiera moverse libremente 360 grados. Pero empiezas con esta idea y luego te sale la vena planificadora y acabas eligiendo planos, y al elegir planos acabas embelleciendo. Nuestra idea era que fuera casi un super 16 anamórfico, semidocumental, que es un formato muy extraño, pero la textura final que buscábamos era esa.

Rodastéis dos versiones de la película, una en castellano y otra en valenciano.

Sí. Dependía de los personajes. Por ejemplo, Álvaro no habla valenciano, pero el resto sí. Entonces cuando hablan entre ellos los rodábamos primero en valenciano y cuando teníamos una toma buena, pasábamos al castellano. Hay dos montajes de la película. No solo hay que hacerlos, luego si cortas de uno tienes que cortar del otro. Ha sido una pesadilla, en mi casa con el ordenador, durante más de un año. El montaje valenciano es para À Punt y el castellano es el que se va a distribuir.

Ya que hablamos del montaje, ¿dónde disfrutas más, en el montaje o en el rodaje?

No disfruto en ninguna de las fases. He acabado muy quemado después de Asamblea, que también hice el montaje yo, y de Lucas. Pero cuando era persona, lo más divertido para mí es escribir, porque ahí las posibilidades son todas y te sorprendes a ti mismo con ideas que te van surgiendo como de la nada. El rodaje es siempre muy complicado porque por lo menos, hasta ahora, lo he hecho con tiempos muy apurados, es un sufrimiento constante, no hay manera de esquivarlo. Y después de estas dos películas estoy viendo cómo optimizar los procesos en general para no toparme en otra de estas.

Alex Montoya.

En tus películas, la violencia no está presente de una manera explícita, pero se percibe.

La violencia verbal me interesa mucho y muchas veces hace más daño. En Asamblea había un momento muy violento entre Marta Belenguer y Jordi Aguilar que no podía evitar disfrutarlo, que es cuando él quería hacer huelga de hambre y ella intentaba convencerle de que no podía hacerla, y entraban en una discusión absurda que ponía un poco los nervios de punta. Y en Lucas no hay mucha. La puedo ver, por ejemplo, en escenas como cuando se encuentran Manu (pareja actual de la madre del protagonista) y Lucas en el baño, Manu acaba de tener relaciones sexuales con su madre y le dice que pase a mear, pero lo hace con gracejo y esa especie de naturalidad me interesa.

Tus dos primeros largomentrajes, Asamblea y ahora Lucas, se han estrenado en tiempos de pandemia. ¿Cómo ha podido afectar eso a las películas?

No tengo ni idea. Son dos películas muy pequeñas. Hemos tenido año y medio con mucho hueco de estreno de películas porque hay grandes producciones que necesitan pasar por el cine para ser rentabilizadas y las distribuidoras se las han guardado sabiamente y nos han dejado espacio a las más pequeñas. No hay nada más que ver las premiadas en los Oscar este año. En ese sentido creo que nos ha dado un hueco para la visibilidad. De hecho hemos adelantado el estreno de Lucas a estas fechas porque nos tememos que en agosto y septiembre la cosa se va a poner muy complicada para películas de este tamaño, no solo por salas, que también, sino por visibilidad en medios. Así que supongo que nos ha beneficiado.

Lucas llega a su estreno precedida de sus premios en Málaga, en Alicante y de un pase en Cinema Jove. ¿El reconocimiento recibido refuerza tu seguridad sobre el trabajo realizado?

Totalmente. Cuando sé que la película se va a estrenar me entra el miedo. Miedo a hacer el ridículo. Llevo dos años encerrado con esta película, y no sé si he hecho una mierda, mis amigos dicen que no, pero fíate de ellos. Me relajé mucho después de los premios de la crítica y el público de Málaga. El del público lo daba un jurado popular constituido por gente bastante joven. Y eso me interesaba mucho, saber si lo que había hecho, una especie de relato de crecimiento de un adolescente, era algo con lo que podían empatizar o simplemente era la visión de un cuarentón sobre lo que es ser adolescente. Me tranquilizó mucho. Y las críticas fueron buenas. También tenía miedo por el tema que trata la película, estaba convencido de que alguien o alguna critica se iba a centrar en las partes más escabrosas, pero por suerte se ha comprendido muy bien lo que cuenta y no se tiene la tentación o necesidad de inventar lo que no cuenta.

Tu próximo proyecto es La casa, la adaptación del cómic de Paco Roca. Una película que se intuye difícil porque es una historia con la que se tiende a buscar conexiones propias, a volcar cada cual sus recuerdos y experiencias, a identificarse con lo que cuenta.

Es muy complicado. Porque si mantienes el tempo y lo contemplativo que tiene el cómic, la duda es si eso va a prolongar el interés del espectador, con este ritmo y falta de conflicto, en un largometraje. Y es con lo que llevo peleándome conmigo mismo desde hace un tiempo. Estoy reescribiendo y creo que estoy solucionando bastante el pase al código cinematográfico sin traicionar el espíritu que es el que dices, que no sea algo muy dramatizado, sino algo con lo que podamos empatizar todos. En ese sentido, hay una referencia muy clara, Tres dies amb la familia, de Mar Coll, que mantiene muy bien el equilibrio entre conflicto y realismo y costumbrismo y es fácil identificarse con lo que pasa en pantalla. Ese es el tono que estoy buscando. Porque para la imagen real no tenemos el recurso que tiene Paco Roca, la sencillez de sus líneas, sus colores, ves el cómic y ya te da un placer que no es fácil de recrear en imagen real. Queremos rodar algo ya este año. Hay dos partes muy diferenciadas, los flashbacks y las partes en la casa y queremos organizarlo para optimizar procesos y no morir en el tiempo, aprovechando que tendré un presupuesto más grande.

Aprovechando tu experiencia y los años que llevas en el mundo audiovisual, ¿cómo ves la situación actual del cine valenciano?

Lo veo bien. Van saliendo películas como La innocència (Lucia Alemany, 2019), o ahora la de Chema García Ibarra, hay intentos comerciales como El desentierro (Nacho Ruipérez, 2018) y hay mucha coproducción que está funcionando muy bien por las ayudas del IVC. Aunque no sean directores valencianos, tienen parte importante de equipo técnico, jefes de equipo funcionando a un nivel muy alto. Quizás nos falta la película, la película que gane a los críticos y gane en taquilla, por parte de un director y un equipo valenciano, eso es lo complicado. La innocència debería haberlo hecho porque era muy buena película, pero la taquilla se le resistió bastante. Tener una 7 vírgenes (Alberto Rodríguez, 2005), que sea buena, que funcione en taquilla y crítica, que destape el talento que hay aquí. Es complicado. Hay avances y me da la sensación de que pronto llegará esta peli.

A ver si es La casa.

La casa podría ser. Yo lo intento cada vez (se ríe), me gustaría ser yo quien hiciera esa película desde luego. Pero si es otra persona, no habría ningún problema. Hay una de terror, de Alberto Evangelio, que va a distribuir Filmax, igual es esa, aunque el terror no suele gozar mucho del favor de la crítica. Antes o después va a salir.

 

Photocall Festival de Málaga. Foto: Ana Belén Fernández.