La Mostra de València homenajea al cineasta valenciano Toni Canet (1953-2018) con la proyección de algunos de sus trabajos para cine y televisión (el certamen se inauguró con el estreno de su obra póstuma Calç blanca, negro carbón), con un concierto a cargo de Free Town (Carles Salvador + Jesús Salvador «Chapi») y con la publicación del estupendo libro Toni Canet, el hijo del calero, escrito por Carlos Aimeur. Con él, recordamos su figura y hablamos de los males del cine valenciano, entre otras cosas.
¿Ha cambiado en algo tu opinión sobre Canet después de escribir el libro?
Sinceramente, en nada. Cuando el codirector técnico de la Mostra, Eduardo Guillot, me comentó que estaba pensando en escribir una biografía para el homenaje a Canet, me faltó tiempo para ofrecerme a colaborar. Siempre le tuve aprecio, desde que lo conocí cuando presentaba La camisa de la serp, a mediados de los años noventa. Me parecía un buen tipo y una persona con talento, con una visión propia del mundo, algo que muchas veces se soslaya al hablar de él. Recuerdo que titulé mi crítica sobre La camisa de la serp: «Así, sí». A mí no me extrañó su éxito con Las alas de la vida. A mí lo que siempre me extrañó es que no se le apoyara más, que no hiciera más películas, que no le encargaran series. Escribir el libro me ha servido para conocer en persona a gente que sabía que era muy importante en su vida, ya que nuestro trato fue siempre cordial pero profesional. Quizá alguna anécdota, como que el padre Alfons Roig le enseñó a amar la poesía, que me parece una coincidencia genial. Pero sobre todo para confirmar que todas mis impresiones sobre él eran correctas. En este sentido, no ha habido arco dramático: desde el principio sabía que me estaba enfrentando a un tipo excepcional, y todo lo que he oído no ha hecho más que corroborármelo.
¿Era, y es, necesario reivindicar tanto su figura como su obra? ¿Por qué no había ocurrido hasta hora?
Más que necesario; justo. Es increíble que pudiera hacer cine en las condiciones que tuvo que hacerlo, sin apoyos, sin medios, sólo con su tesón y el cariño de todos los que le conocían. En eso fue un poco un líder guerrillero, conquistando cimas imposibles con sus amigos. Si lo comparo con alguien, sería como uno de esos personajes de las películas americanas que reúne en torno a sí a un grupo de genios para hacer cosas increíbles. Si no se le había reivindicado hasta ahora era porque aún estaba en activo, como algunos de sus mejores amigos de generación como Carles Pastor, Vicente Tamarit…, que siguen al pie del cañón. Él tenía proyectos pendientes y alguno a punto de fructificar. La muerte se lo ha llevado antes de tiempo, y eso es lo que ha puesto al descubierto el poco apoyo institucional que tuvo en su tierra durante las dos décadas que gobernó el PP, un tiempo perdido.
Entre las cosas que llaman la atención de la lectura del libro es el tesón de Canet por hacer cine o televisión, a pesar de las condiciones adversas con las que se enfrentaba la mayoría de las veces y su lucha porque se construyeran las bases de una industria audiovisual valenciana.
Es un ejemplo de su generosidad. Siendo como era un referente internacional en el campo del cine documental, sobre todo tras Las alas de la vida, que le llevó por todo el mundo, él siempre fue un defensor de apoyar la ficción como algo perentorio si se quería hacer una industria. Era un artista, pero no perdía nunca de vista la realidad, tenía los pies apegados a la tierra. Buena prueba de ello son sus dos producciones centrales de los años noventa, la serie Benifotrem y La camisa de la serp… Si unes las dos, piensas en L’Alqueria Blanca. No es casualidad. Él abrió caminos que después han recorrido otros. Se acercó a los pueblos antes que nadie, y lo hizo desde la nostalgia y desde el presente. Creía en esta tierra y en el talento de su gente más de lo que nunca creerán la mayoría de los gobernantes, amaba a esta tierra y lo hacía sin localismos simplones, desde una mirada humanista, global, en la que la persona es tratada con dignidad. Era un poeta en el sentido más lírico del término, y asumió, como pedía otro poeta, la voz del pueblo. Pero era consciente de que para ello debía existir un entramado industrial y comercial que se dirigiera a la gente, que se acercara a sus intereses. Se crió viendo westerns con su padre y amó el cine desde una butaca de una sala de pueblo. Era un artista, pero de verdad, sin egos ni ínfulas, puro, auténtico.
«Intentar la superviviencia nos jodió la creatividad» dice un compañero de Canet en el libro. El propio Canet habla de islas para definir al cine valenciano. ¿En qué medida esa frase define a la generación de Canet?
Es muy certera y si la destaqué fue porque me pareció una síntesis de lo que le ha sucedido a los cineastas de esos años. La cortedad de miras de algunas instituciones, unidas a intereses espurios, y la visión cortoplacista de la inmensa mayoría de los empresarios privados, hizo de la industria audiovisual valenciana una pasarela de oportunidades perdidas y malgastadas, de islas sueltas que no podían unirse. No se han dado las condiciones necesarias para que los profesionales pudieran hacer bien su trabajo; sin dinero se les ha exigido resultados imposibles de alcanzar. No se les han facilitado las herramientas porque no existía, ni creo que exista, un conocimiento verdadero del potencial de la Comunidad Valenciana en la industria audiovisual, con unas condiciones climáticas privilegiadas y una variedad de paisajes considerables. Eso ha creado una precariedad que ha hecho de la industria una economía de supervivencia, en la base de la pirámide de Maslow. Y en esas condiciones el I+D que supondría un cine más arriesgado, económica o artísticamente hablando, ni se plantea.
¿Y crees que aún hoy en día pervive esa sensación entre los cineastas valencianos actuales?
Y la de que hay que emigrar. Su hija Montse lo comentó en la presentación que se lo decía muchas veces a su padre: «Xe, Toni, vete ya de València, que esa gente no te merece». Pero él no lo hizo por compromiso con su gente. Lamentablemente, si un joven quiere desarrollarse en la industria audiovisual, debe emigrar. Aquí apenas podrá sobrevivir. No hay inversores privados y el dinero prefiere dedicarse a otras cuestiones. Se va más rentabilidad en levantar un hotel de 50 alturas, plantar caquis o hacer azulejos que en albergar y crear productos audiovisuales. Con el dinero que cuesta levantar un hotel, Canet podría haber hecho toda su filmografía completa que habría generado varias veces el dinero invertido. En ese aspecto, somos una sociedad analfabeta audiovisualmente, dependiente, incapaz de ofrecer un relato propio ni siquiera sobre nuestros propios asuntos. Una tendencia que seguirá; sólo hay que ver la mezquindad con la que se trata todo lo que supone invertir dinero en la televisión pública. Si a eso le unes la escasa convicción política, los formalismos burocráticos y la rigidez administrativa, que en lugar de alentar sólo hace que poner trabas, y los dirigismos partidistas, tienes la conjunción perfecta para no conseguir nada. Con todo, creo que no es exclusivo de la industria audiovisual, sino de todas las industrias artísticas, pero que en el audiovisual se percibe más porque tiene una mayor dependencia económica.
Al margen de las dificultades para poner en pie sus películas, y aunque no tuviera nada que ver con la realización de más o menos películas, ¿le pesaba a esa generación, de alguna forma, la sombra de Berlanga?
No creo que sea algo achacable a Berlanga. Más bien creo que él les mostró que debían salir de València si querían hacer cine, pero ellos fueron más valientes y decidieron quedarse. A Berlanga le admiraban como cineasta, pero no era su única influencia. Después de Berlanga ha habido otros cineastas valencianos de éxito, con premios internacionales, como Daniel Monzón, Sigfrid Monleón, Alberto Morais, Pilar Pérez Solano, Fernando Bovaira o Paco Plaza, por citar algunos, pero si te fijas todos tienen en común que han salido de aquí, que han hecho sus carreras fuera, aunque en algunos casos sus películas se filmaran en València. De hecho, a algunos de ellos se les identifica por su lugar de nacimiento, cuando han vivido y se sienten de aquí. Cada vez que alguien dice que Monzón es mallorquín, en Rocafort muere un gatito. Y de Morais se dice que es vallisoletano cuando su padre tiene una calle dedicada en Nazaret. Ser valenciano no significa nada en el audiovisual. Berlanga quiso corregir esta tendencia con su idea de crear la Ciudad del Cine en Sagunto, pero de lo que él propuso a lo que se hizo media un abismo, y el resultado fue un desastre espantoso.
Canet consigue lo más difícil que es despertar el interés del público con la serie Benifotrem, La camisa de la serp o Las alas de la vida, pero eso no se tradujo después en facilidades, sino que cada nuevo proyecto era como empezar casi de cero.
Efectivamente. Es desalentador. Es como el mito de Sísifo. Cada vez que había llegado a la cima, la piedra volvía a caer ladera abajo. Pero él nunca se rindió. En eso me parece ejemplar. Ahora a los coachers de turno se les llena la boca con la palabra resiliencia. Canet era resiliencia en estado puro.
El libro no solo recorre su filmografía, sino que hace parada en aquellos proyectos que no salieron adelante. ¿Crees que de haberse realizado hubieran apuntalado definitivamente una carrera que ahora, al conocerlos, puede pensarse que se queda un pelín coja?
Estoy completamente convencido. De Canet apenas vemos la punta del iceberg. Los proyectos irrealizados son habituales en el mundo del cine. Kubrick mismo se quedó sin hacer su Napoleón. Samuel Fuller tenía un montón de guiones inéditos. Pero es que en el caso de Canet son algunos tan increíbles como su película sobre el accidente del metro. Cuando el año pasado vi a El reino llevarse todos los Goyas, me decía a mí mismo que la película de Canet se hubiera adelantado contando una década antes ese mismo tema, la podredumbre y la corrupción en la política española, pero además en un marco tan desgarrador como el del accidente del metro. Por eso incluí esos proyectos y fue una cosa que tuve siempre claro que iba a pedirle a su viuda, Loreto Primo. Iba sobre seguro. Canet era una persona muy accesible y siempre atendía al teléfono y era diáfano. Recuerdo haber hablado de alguno de esos proyectos cuando nos encontrábamos. Pero también me interesaba hablar de la intrahistoria de los que se habían hecho. La última entrevista que le hice, que fue por un reportaje sobre el cine ABC… Park, estuvimos hablando de todo lo que rodeó a su primera película, la fallida Amanece como puedas, y recuerdo que le mencioné Vespres de sang. Estaba siempre latente. Todo el amor que les había dedicado a esos proyectos debía ser recordado de alguna manera. Me parecía de justicia.
¿Cómo te organizaste el trabajo (entrevistas, documentación,…)?
El libro tuvo dos fases que fueron paralelas: una de compilación, y otra de búsqueda de información. Además de mi material propio, rastreé en la Hemeroteca, y tuve la ayuda inestimable de los servicios de documentación de la Filmoteca y de À Punt. Estos últimos me proporcionaron material de la extinta RTVV y de su propio archivo, con los brutos de entrevistas muy buenas. Al mismo tiempo me entrevisté con sus familiares y algunos de sus allegados más próximos, hablé con ex compañeros, amigos, productores, actores… Su muerte estaba muy próxima y fue duro emocionalmente, pero cada emoción me corroboraba su dimensión. Conforme iba cerrando lagunas, pasaba de un año a otro. A veces con una sola fuente, si era de fiar, me bastaba; en otras, tuve que contrastar las historias porque tenía hasta dos o tres versiones diferentes, en las que lo único que coincidía es que al final Canet había resuelto el entuerto o el problema. El principal inconveniente que tuvimos era el calendario ya que los plazos que marca la nueva legislación obligaron a concluir el libro en un tiempo récord.
Una vez reunida la información, ¿tuviste claro, desde el principio, el enfoque que querías darle?
Desde el principio tuve claro que estaba al servicio de su memoria, así que aposté por un tono informativo, divulgativo, periodístico, y que fuera lo más completo posible, no sólo el aspecto personal sino también el profesional y el artístico. Hablamos de sus producciones, pero también de sus influencias, sus inquietudes, sus referencias. El libro se ha publicado en edición no venal porque lo que la Mostra ha querido desde el principio es difundir su figura, que la gente sepa de su talento y de su trabajo. Si tuviera que describirlo, diría que hemos hecho un documental sobre su vida, reconstruyéndola con los fragmentos de memoria. Ha habido algunos hallazgos en su infancia que nos han permitido cerrar el círculo con el final de su vida, y hemos podido construir un discurso unitario porque él era esa unidad. Le envié las galeradas a su hija y me dijo que le había gustado porque podría enseñárselo a su hijo y decirle: «El abuelo hacía esto». Esa era la idea. En este sentido, me he sentido más un cronista, un testigo.
¿Qué crees que hubiera dicho Canet del libro y del homenaje brindado por la Mostra?
Espero que le hubiera gustado. Yo se lo habría dado antes de publicarlo para que corrigiera los errores, que siempre se cuela alguno. Y del homenaje, seguramente, tras alguna chanza descreída, habría dicho que muy bien, pero que había que seguir haciendo cosas. Y creo que se habría puesto a inventar algo.