Zarigüeya

Seguramente, Rajoy no conoce a Wes Anderson. Menos aún a Roald Dahl. Al fin y al cabo, ninguno sale en las páginas del Marca. Dando, pues, por sentado esos supuestos, no habrá visto «Fantástico Sr. Fox». Nadie lo diría. Su estrategia es clavada a la de la zarigüeya cuando se queda paralizada con espirales en los ojos. El miércoles pasado dijo: «Lo mejor que puedo hacer es estar callado». Nada nuevo bajo el sol. Lleva así los últimos doscientos cincuenta años. El que sí que ha hablado ha sido Francisco Correa. Dijo que Génova era como su casa, reconoció pagos a cargos del PP e irregularidades en la financiación de dicho partido en Valencia. Villegas, de Ciudadanos, puso ojos de zarigüeya para decir que todo eso ya se sabía. Su pacto anticorrupción con el PP le miraba desde una esquina, muerto de risa, levantando una copa de coñac. Escribe Fernando Baeta, en El Español, que «está el partido en el patíbulo pero no su presidente». Rajoy con cara de zarigüeya y más vidas (políticas) que un gato. «Insensato sin escrúpulos» llamó El País a Pedro Sánchez por no permitir la investidura de Rajoy. Que nadie se sorprenda. Su director, Antonio Caño, en una entrevista en Jot Down, reconoció el derecho de Rajoy a callar cuando lo estime oportuno. También dijo que el debate de las ruedas de prensa sin preguntas le parecía absurdo. Imposible no querer ser zarigüeya y olvidarse de toda esta tropa.