Alexander Lemus. Foto: Carme H.

Me llamo Alexander Lemus y soy medio guatemalteco, que no guatemalo. Mi carta de presentación, Alexander Lemus, latin lover. Se me da bien mover la cadera. El reggaeton te lo perreo hasta la muerte y a Juan Luis Guerra lo llevo en la sangre. Esto lo he sacado de la obra de teatro que estrenamos el 5 de octubre en la Sala Ultramar con la compañía de la que formo parte, Cia. L’Estepària, y que estará hasta el 15 de octubre en cartel. La pieza se llama Tecún Umán y trata sobre mi búsqueda de identidad guatemalteca, pero también sobre colonialismo y la huella española en Guatemala, sobre matar al padre y también sobre Pedro de Alvarado. Un melón, un melonazo. Soy yo, al desnudo, durante una hora y algo. Está siendo muy duro ser actor profesional, pero mi compañera, Mar Babuglia, y su mano derecha, Paula María Martínez, me dan caña y amor para sacar lo mejor de mí. Últimamente tengo la vertiente audiovisual un poco apartada, que no abandonada. Estoy trabajando en mi ópera prima, un largo documental muy personal sobre mi bisabuela madame de prostíbulo, y en un mes o dos me publican Oro, mi siguiente obra de teatro, a la que le he puesto mucho cariño y que trata sobre el exilio político, el extractivismo en Guatemala y sobre las leyes migratorias de mierda que hay en España. Así que se podría decir que soy director, dramaturgo y guionista, que al menos este año ha podido vivir de lo suyo (Chúpate esa, Jasper Jones) y que se muere por ir a Guatemala. ¿Una presentación muy monotemática? Puede, pero así soy yo, un auténtico papagayo.

 

Una canción:

Hacerme elegir algo es exponerme a la peor de las torturas. Me cuesta mucho elegir, me da una ansiedad terrible elegir la opción que quedará para la posteridad. Cuando me lo piden me bloqueo, no me sale nada, es como si nunca hubiera consumido ningún tipo de cultura. Me abruma, me quedo patitieso. Además, soy una persona que entra en rabbit holes constantes y dependiendo del mes puedo estar con Miguel de Molina, Janelle Monae o con Stephen Sondheim. Aunque sí que es verdad que al final del día, después de escuchar todo lo que he podido sin morir en el intento, vuelvo a la Yellow Magic Orchestra (YMO) o a Ryuichi Sakamoto, Haruomi Hosono y Yukihiro Takashi. Si tuviera que elegir creo que me quedaría con el tema «Mad Pierrot», del primer álbum de la YMO.

Una película:

Al cine muchas veces le pido que no me deje pensar demasiado. Hay películas para cada estado vital. Podría decir Mad Max: Furia en la carretera, fui testigo de aquella movida en 2015 y la vi como cincuenta veces, pero también me pasó con La tierra de los muertos vivientes, de George A. Romero, en 2005; con 2046, de Wong Kar Wai, en 2004, o con La máscara de la muerte roja, de Roger Corman, hace dos años, pero hay que elegir, ¿no? ¿Por qué? Igual podría decir todas las películas juntas y valdría como una.

Un montaje escénico:

Me gustó muchísimo la Comedia sin título (obra inacabada de Federico García Lorca porque lo mataron), de Marta Pazos, me petó la cabeza en un momento de mi vida muy creativo. O sea, la paleta de color, se me quedó en la retina. Ahora solo quiero en mi vida pantones de gradaciones del mismo color. Colorimetría, buena palabra esa. También me encantó el concepto de poder reimaginar lo que Lorca no escribió y jugar con todos los lenguajes posibles.

Una exposición:

La exposición de Bruce Conner, It’s All True. La vi en el MOMA con mi amigo y figura paterna de aquel momento, Ed Lachman. Creo que además de porque me encantó el trabajo de Conner, ayudó mucho el contexto. Era 2016, estaba viviendo en Nueva York en el loft de Ed en Manhattan. Era pobre, era afortunado y además estaba empezando a encontrar el norte en mi vida. ¿Qué quería hacer? ¿Qué quería contar? Luego vinieron muchos tropiezos, pero en ese momento me sentía King Kong en el edificio Chrysler. Bueno, es verdad que el bueno de Kong tenía aviones disparándole, pero si se los quitamos, es una imagen triunfal. La exposición en cuestión presentaba una serie de videocreaciones que había hecho Conner durante su carrera: Una mezcla de found footage y cosas rodadas en 16mm, un sueño. En concreto, se me quedó en la retina Breakaway de 1966. No lo he podido volver a ver íntegro, pero si lo subieran igual perdería la gracia. Zooms, grano y bailes sensuales. ¿Qué es el arte si no?

Un libro:

Digo dos de este año, estoy leyendo demasiado. Me encantó Dear Franklin, de Kurt Tong. No es una novela, ni un libro de arte, ni una novela gráfica, es la vida encapsulada de dos personas a través de sus cartas, es la historia de China durante la guerra sino japonesa, es una historia de amor desgarradora, brutal y preciosa. Otro que he leído este año y que recomiendo es Huaco Retrato, de Gabriela Wiener: familia, trauma, colonialismo y sexualidad. Los temas que me gustan con el sentido del humor que me gusta.

Una serie:

Star Trek: La serie original. Todo lo solucionan con diálogo, aunque nunca está de más ver a Kirk dándose unos buenos mamporros. Es kitsch, es tierna y es auténticamente de cartón piedra. Me encanta. Es uno de mis refugios junto con Frasier o Se ha escrito un crimen. Ojalá un crossover de todas las series en mi día más triste del año, pero me conformo con las dosis de felicidad que me aportan por separado.

Un podcast:

No soy muy de podcasts porque no les presto atención, pero el que más risa me da es el de Leyendas Legendarias. Un podcast donde cada semana José Antonio Badía y Mario López Capistrán te cuentan casos de crimen real o eventos paranormales que se ganaron el nombre de leyendas legendarias. Últimamente hay demasiado true crime, echo de menos más cosas paranormales. Me gusta lo paranormal, lo oculto, la idea de que en este mundo queda algo de magia. Mierda, ojalá fuera cierto, ojalá fuera todo cierto.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?

Me gustaría un retrato de David Lynch hecho con el móvil, eso sería lo más, pero me conformo con un retrato de mi tía Tere.

Una comida:

Tacos de carnitas.

Un bar de València:

La Vitti. Últimamente voy poquísimo porque no tengo tiempo, pero lo tengo al lado de casa. Hay buena música, cubatas medio vacíos y gente majísima. A uno de los camareros podéis pedirle que os enseñe a jugar al go. Es el hogar de mi secta, la Power Retro Karcher, y además hay una foto de Chispers, el perro asesino, mi perro.

Una calle de València:

Calle Pelayo, sin ninguna duda. No es por el trinquet, es por París Valencia, el Min Dou, el Frenazo y el supermercado Yuen Tong. Juro que este espacio no está patrocinado por empresarios chinos o por los propietarios de París Valencia. Es que me flipa esa calle, solo hace falta robarle a Convento Jerusalén Discos Chachachá y me mudo.

Un lugar de València que ya no exista:

El Loving Hut. Me lo descubrió mi pareja muy ilusionada. Solo fui una vez y la comida estaba fría, pero el hecho de que lo llevara una organización espiritual budista y vegana, que para nada puede considerarse secta, lo convierte en una pérdida inasumible para la ciudad. Me llevé una revista del lugar en la que la líder suprema sale en la ceremonia de los Oscar de 1999 con famosos de segunda. Increíble.

¿Con quién te tomarías un vermut?

Con John Carpenter. Parece un tipo supermajo y después de hablar de nuestras movidas, nos podríamos ir a echar unas partidas a la consola. Lo más cerca que estuve de él fue en su concierto en Sitges hace unos años. Tomé vermut, él estaba en el mismo espacio tiempo, ¿cuenta?