Me llamo Bel Carrasco. Además de leer y escribir, lo que más he hecho en esta vida ha sido caminar. Si de bebé me hubieran implantado un podómetro en la planta del pie, lo habría hecho explotar. Y también me gusta bailar y nadar, actividades que en plan suave todavía practico. Adoro a los gatos y a los animales en general incluidos algunos humanos, pero pocos. Soy misántropa y maniática, a mucha honra.
Al acabar Preu en las Teresianas no tenía muy claro qué estudiar y pasé un tiempo haciendo el ganso, aunque cuando eres joven todo ayuda a aprender. Dos cursos de Biológicas y la carrera de Ingeniero Técnico Agrícola que jamás ejercí excepto por plantar alguna maceta con maría. Gracias a la periodista Olga Real supe de la existencia de una tutoría de Ciencias de la Información y pensé que era una buena forma de ganarme la vida haciendo lo que me gustaba: Escribir. El primer curso ya empecé a trabajar en la delegación de Pueblo y luego en Las Provincias. Tuve un brillante debú en la página cinco de Opinión con un artículo sobre el Monstruo del Lago Ness. Allí conocí a poetas como Vicent Andrés Estellés o Ricardo Bellveser y empecé a intoxicarme con el veneno de la letra impresa.
El verano de 1976 tuve uno de esos golpes de suerte que solo se dan una vez en la vida. Sustituí unos días a Jaime Millás como corresponsal del recién nacido El País, y al poco me llamaron para formar parte de la redacción en Madrid. Allí estuve cinco años y otros tantos en Barcelona. Como este oficio quema mucho, abrí un parénteis, regresé a València y empecé otra vez de cero: Las Provincias, Cartelera Turia, las revistas de Juanjo Benlloch, Posdata de Levante…A finales de siglo XX me estrené como columnista en la delegación de El Mundo de València y allí he seguido hasta que el maldito virus nos mandó a casa. Ahora colaboro en Makma, competencia amable de Verlanga, y la histórica revista literaria Quimera. Me gustaría morir dándole a la tecla y en el mejor estado físico y mental posible.
Al llegar a la quinta década me dije que ya era hora de sentar el culo y la cabeza. Mi primera novela, El relojero de Real, está inspirada en personajes de mi familia y el pueblo de mis abuelos, Real de Montroi. Luego escribí dos novelas fantásticas, una policíaca ambientada en la València de los ochenta, y he participado en varios proyectos de Generación Bibliocafé con relatos diversos. Mi último libro, Especies urbanas, editado el pasado otoño por la Institució Alfons El Magnànim, es una selección de los posts que aparecieron en mi blog Zoocity de El Mundo.
Ahora acabo de terminar una novela juvenil, «Zach» que emprende el arduo camino en busca de editorial. Es la historia de un chico especial que inventa una máquina para reducir el tamaño de las personas y salvar así el mundo de la aniquilación total. Como soy optimista, espero volver por aquí cuando la publiquen y os contaré mejor de qué va. Hasta luego.
Un disco: Qué tiempo tan feliz (Those Were the days) cantado por Mary Hopkin, un single que me trajeron los Reyes Magos y al que de tanto oírlo se le borraron los surcos…y todavía me gusta y emociona.
Una película: Sesión doble: Fantasía, de Walt Disney/ Danzad, danzad, malditos, de Sidney Pollack, con Jane Fonda y Michael Sarrazin guapísimos.
Un montaje escénico: Mis minutos Warhol de gloria cuando aparecí en el escenario del Teatro Principal enfundada en un disfraz de gato blanco que me hizo mi abuela para bailar «Pedro y el lobo». Fue en uno de los Festivales de doña Olga Poliakoff y la ovación que recibí, unánime.
Una exposición: La del fotógrafo Ricardo Martín en La Nau, mi colega en El País cuando éramos jóvenes y guapos.
Un libro: Es la pregunta más difícil que me han hecho en la vida. Pero ahí va: Las minas del Rey Salomón, de H.Rider Haggard.
Una serie: Esa es súper fácil. ¡Juego de Tronos! Incluso escribí una secuela para corregir su nefasto desenlace que se publicó en la revista digital Agitadoras.
¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato? Uno que dominara técnicas similares a las que usó el retratista de Dorian Grey.
Una app: ¡¿Qué es eso?! No soy del PP ni pienso serlo.
Una comida: Tres naranjas, un plátano, yogur, ¡y chocolate!
Un bar de Valencia: El Bar-de-Bel y el de enfrente que se llama Bar-Lo-Vento.
Una calle de València: La Nau de antes con varias librerías de segunda lectura.
Un lugar de València que ya no exista: El Colegio de las Teresianas que estaba junto al Mercado Colón. Allí pasé 15 buenos años. No, la monjas no me traumatizaron. La mayoría eran buena gente y buenas profesoras. Monjas majas.
¿Con quién te tomarías un vermut? Con Luis García-Berlanga, naturalmente. Y en su ausencia (por rodaje), con Groucho Marx.