Tana Capó.

Siendo madre y profesora a tiempo completo y hacedora de “cosas visuales” a tiempo parcial, más allá de estos tres ámbitos me cuesta describirme. Tampoco quiero que esto sea un rosario de méritos ni una letanía de frases ocurrentes. Resumiendo, que no quiero que parezca un currículum de LinkedIn ni una descripción de Tinder. También me gustaría advertir que puede que todo lo que cuente a continuación no sea muy cierto. Porque, para empezar, mi nombre no es Tana.

Debo de ser más valenciana que el garrofó, aunque no había reparado en ello hasta hace relativamente poco tiempo. Casi toda mi vida la he pasado aquí y tengo que reconocer que con esta ciudad me ha pasado un poco como con las Fallas; las adoraba de pequeña, las odiaba en mi juventud y me he reconciliado con ellas en la madurez. La gente dice que hay muchas Valencias, pero la que yo conozco me parece solo una, sólida, compacta, fácil, luminosa y cada vez más, pero no lo suficientemente aún, accesible y sostenible. Los que circulamos en bici a diario lo sabemos bien.

Me licencié en Bellas Artes, estudios de los cuales adquirí una formación visual más bien global. Creo que ahora la llaman holística. Porque la específica la obtuve en la antigua Escuela de Artes y Oficios de Valencia y ahora Escola d´Art i Superior de Disseny de València, donde me titulé en Fotografía y en la cual enseño desde hace ya 18 años, actividad que valoro como un colosal privilegio y una responsabilidad descomunal.

Es posible que la hiperresponsabilidad sea uno de los rasgos que más me defina. No sé si es algo bueno o malo. Soy una beligerante y entusiasta creyente y defensora de lo público y mi compromiso con la enseñanza es total. Enseño a disparar, revelar, positivar, editar, vender y, sobre todo, a “pensar fotografías”. Por eso siento que el privilegio es doble, por un lado puedo enseñar en mi escuela y, por otro, me encuentro vitalmente vinculada al mundo de la imagen. Me encanta ver crecer y desarrollar sus carreras a los que fueron mis alumnos. Siendo un poco épica diría que “sus éxitos son los míos”. Tengo muy buen olfato para saber hacia qué lugar llevar los trabajos de los demás y nefasto para hacer algo decente con los míos.

Confieso que soy una ilustradora frustrada y que intento compensar mi poca experiencia profesional previa a la docente haciendo un montón de cosas (esto es literal) que me colocan de soslayo en otros territorios: comisariado, dirección de arte, dirección de fotografía, ilustración, edición de proyectos… y últimamente estoy muy comprometida con La Habitación Roja, con los que colaboro desde hace ya un tiempo. Me dejan espacio para producir y eso me hace muy feliz.

No sé tocar ningún instrumento aunque pensaba que cantaba relativamente bien, pero en los últimos años feroces y enérgicas críticas han hecho que abandone dicha idea. Me gusta el orden, leer, dibujar y bailar. Estoy aprendiendo a no tomarme tan en serio, a callar y a escuchar más. Esto último está en proceso.

Y mi nombre es Catalina. Pero podéis llamarme Tana.

 

Una canción: I am the resurrection, de The Stone Roses (imprescindible) y cualquiera de The Smiths o The Cure. En casa suena últimamente mucho Metallica así que propondré un himno del heavy como Enter Sandman y, no teniendo nada que ver pero sí siendo un tema que me ha alegrado en muchos momentos la vida, There she goes, de The La´s. También me levanta el ánimo, y la memoria, Blister in the Sun, de Violent Femmes.

Una película: No sé por qué, pero las primeras que me vienen a la cabeza son clásicos de la comedia: Ser o no ser, de Lubitsch, y ¿Teléfono rojo? volamos hacia Moscú, de Kubrick están entre mis preferidas. Amanece, que no es poco, de Jose Luis Cuerda, me parece una obra maestra. Además, hay una película española que es mi debilidad y que es Arrebato, de Iván Zulueta. Yo la vinculo con infinitud de cosas relacionadas con la imagen en sí y con su registro llevado a un nivel poético y conceptual extraordinario. Y de David Lynch, cualquiera.

Un montaje escénico: No suelo ir al teatro y si en alguna ocasión lo hago es para ver conciertos y no producciones teatrales. Pero sí recuerdo perfectamente el viaje con mi familia a Madrid a ver Arte, una producción de Josep María Flotats a partir del libro de Yasmina Reza. Fue en 1998 en el Teatro Marquina. La recuerdo nítidamente. También recuerdo que mi padre se durmió, roncó y los asistentes le estuvieron chistando durante buena parte de la representación.

Una exposición: Podría liarme la manta a la cabeza y citar alguna de las que me he encargado, que han sido bastantes ya (cosas de la edad), pero en realidad no tendría mucho interés. Así que voy a citar no una exposición sino un evento que aúna dos de mis cosas favoritas: las exposiciones y la fotografía. Les Rencontres de la photographie d’Arles. Dentro de este evento anual y divertidísimo, que recomiendo a todo el mundo, las exposiciones comisariadas por Simon Baker son las que más me gustan y me encantó la que realizó del fotógrafo japonés Masahisa Fukase. En València he asistido a muchísimas y los dos lugares que nunca me fallan son el CCCC y Bombas Gens.

Un libro: No puedo elegir uno, ni diez, ni cien. Lo siento. Tampoco tengo una cronología biográfica establecida ni un orden por géneros o temas. Hay algunos libros de los que guardo muy buen recuerdo y otros tantos que sé que he leído pero de los que no recuerdo absolutamente nada.
Creo que lo primero que leí en serio, siendo muy jovencita, fue La historia interminable, El guardián entre el centeno y la Trilogía de Corfú. Y me reí un montón leyendo, en casa de mis padres siendo aún adolescente, La vida exagerada de Martín Romaña y El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, ambos de Bryce Echenique.

De mis más recientes lecturas recomiendo encarecidamente, en cuanto a novela, Años Luz, de James Salter y El mapa y el territorio, de Houellebecq (tengo especial predilección por este ser). Si hablamos de ensayo, Elogio de la transmisión, de Steiner y Ladjali y las Clases de literatura, de Julio Cortázar. Y toda Siri Hustvedt y Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de Foster Wallace. Y aprovechando este espacio (hueco) literario, una petición: Editores de Foster Wallace en castellano, por favor, utilizad un tamaño de letra más grande. No nos importa pagar más si así podemos leer sin marearnos.

Una serie: Twin Peaks. Twin Peaks. Twin Peaks. No tengo más que decir.

¿Quién te gustaría que te hiciese un retrato? Martin Parr me hizo una foto en Arlés hace años. Yo estaba contentísima. No me lo podía creer. Cuando bajé del subidón pensé que igual no era tan guay, teniendo en cuenta la ironía con la que se maneja este autor y los tipos sociales que fotografía. Quedó bastante claro que puede que no me dejase en un buen lugar. Nunca he visto esa imagen. Quizás sea mejor así. Pero en realidad me hubiese encantado que Richard Avedon me retratase. O Robert Mapplethorpe. O Sally Mann. Con ella puede que aún esté a tiempo.

Una comida: Cocino mucho y a diario. Vivo planeando menús semanales y preparándolos los fines de semana, pero en casa me dicen que cocino “como la Sección Femenina” (literal). A priori, que a una la vinculen con la Falange no es una cosa buena, pero en el fondo considero que malo del todo no es, porque el libro Manual de Cocina. Cocina tradicional española desde 1950 se encuentra en numerosas casa de este país y sí, en casa de mis padres y de mis abuelos también estaba. He aprendido a cocinar tal y como lo hace mi madre y como lo hacía mi abuela materna. Y lo sigue haciendo mi abuela paterna. Con casi 99 años sigue haciéndonos pelotas para el cocido según la receta de la Marina Alta, más concretamente de Benissa. Así que si después de todo este rollo, me tengo que quedar con una comida, me quedo con esa: putxero valenciano con pelotas. Y para que no se produzcan piques entre la familia Capó y la Moreno, sumo al plato del putxero el Dulce de claras de mi abuela Maruja. No he vuelto a probar nada igual en mi vida. Es la versión perfecta del maravilloso postre francés Ile flottante que queda recogido en la Enciclopedia Culinaria de Confitería y Repostería de la Marquesa de Parabere, el cual heredé de ella y que mi abuelo Eduardo le regaló en 1946 con la siguiente dedicatoria: “En nuestro tercer aniversario de relaciones, para que te vayas entrenado a endulzarnos la vida”. Ahí lo dejo.

Un bar de València: El confinamiento me ha pasado por encima y he perdido la costumbre de ir a bares, pero como vivo en El Carmen voy a nombrar tres: Sorbito Divino, Monterey y El Inmortal. Me alegra muchísimo que éste último se mantenga como último bastión del heavy en el barrio.

Una calle de València: No es una calle específica. Es la Valencia de Rafa Lahuerta en Noruega.

Un lugar de Valencia que ya no exista: Tranquilo Niebla, el bar que estaba en Cánovas, donde podemos decir que me crié musicalmente. Llegué de la mano de uno de mis mejores amigos con quince años y no salí de allí hasta que lo cerraron. De ahí, podría pasar a rememorar Arena Auditorium, con conciertos soberbios de Suede, Manic Street Preachers, Radiohead o Elastica, y su sala-buhardilla-almacén, que era Garage, donde pude ver a grupos como The Jesus and Mary Chain, Teenage Fanclub, EMF o a The Breeders. Creo recordar que fue cuando estas últimas empezaron a tocar «Cannonball» y todo el público a saltar, cuando nos desalojaron porque, literalmente, el suelo se hundía. Fue en el año 1994. Y, por supuesto, el concierto de presentación del disco Going Blank Again, de Ride.

Otro de los espacios que más me entristece haber perdido es la Sala Quatre. Era una sala fantástica, tanto acústica como arquitectónicamente. Era circular y una vez en ella, a la que se accedía por unas escaleras desde una puerta que daba directamente a la Plaza del Ayuntamiento, parecía que estuvieses dentro de una tarta nupcial. Los grupos tocaban a ras de suelo o casi. Allí pude ver a El Niño Gusano y a Live, un grupo estadounidense del que era fan total y que sorpresivamente vinieron a tocar a Valencia. Creo recordar que el concierto fue un sábado por la mañana.

Y el Instituto Francés, siempre. Pero sobre todo el de Pascal Letellier. En mi vida he conocido a nadie con tanto talento, generosidad, alegría y compromiso con la cultura. Fue su director, su alma y la de València por unos años, hasta 2013.

¿Con quién te tomarías un vermut? Pues, si me pongo en plan mitómana, con cualquiera de los y las ilustres citados en las preguntas anteriores y, no sé si un vermut o algo un pelín más fuerte, con Jacques Lacan. Lo recogería del número 5 de la Rue de Lille de París y me lo llevaría a cualquier lugar que nos ofreciese una mesa y dos sillas. Hablaría yo. Creo que con Lacan la cosa iba así. Pero observaría detenidamente sus gestos y, con un poco de suerte, escucharía algún monosílabo.

Si obvio el desplazamiento espacio temporal, tomaría ese vermut con Juan José Millás. No sabéis lo que este hombre me alegra los domingos desde las 9 de la mañana. Enganchada estoy a sus disgresiones en la Cadena Ser y le pediría a Javier del Pino que nos acompañase.