Victoria Salvador. Foto: Nick Rogers.

Me llamo Victoria Salvador y soy una actriz valenciana que también se dedica a la pedagogía teatral. Soy viuda y madre de tres hijos: Víctor, Iris y Teo, que no han querido saber nada del teatro y han optado por carreras científicas. Aunque me considero bastante urbanita, vivo en el campo desde hace muchos años.

Empecé mis andanzas teatrales cuando a los veinte años quise entrar en la Escuela de Arte Dramático de Valencia: yo iba para filóloga clásica (¡me encantaba el latín!) pero leí “El teatro y su doble” de Artaud y decidí apostar por una vena teatrera que tenía desde niña y que me llevaba a disfrazarme aún sin venir a cuento, a cantar frente al espejo envuelta en una toalla al salir de la ducha o a involucrar a mis compañeras del colegio Domus en diferentes funciones teatrales. Me subí por primera vez a un escenario en la tristemente clausurada Sala Escalante de la mano de Carles Alfaro, y poco después, de la de Rafa Calatayud. Mi deseo de profundizar mejor en el aprendizaje de este oficio me llevó a presentarme a las pruebas para entrar en la Scuola di Teatro dirigida por Giorgio Strehler en el Piccolo de Milano y después de estudiar allí tres años me diplomé en ella.

Pero decidí volver a València porque poco antes de irme a Italia conocí al hombre que sería mi marido y preferí quedarme con él en mi ciudad y trabajar en el teatro valenciano. Esto era a principios de los noventa y el Centre Dramàtic de la Generalitat estaba dando sus primeros pasos: me llamaron para hacer algún que otro papel. Y también participé en algunos montajes como ayudante de dirección de mis amigos Calatayud y Alfaro. Pero pronto interrumpí mi recién retomada carrera en València para dedicarme a la maternidad y me fui a vivir al campo. Me distancié bastante de la profesión, y cuando creí que igual ya nadie me llamaría nunca, apareció Joan Miquel Reig para proponerme la dirección de un montaje para Combinats. Y poco más tarde, Jerónimo Cornelles para actuar en “Construyendo a Verónica”. Y desde entonces no he parado: con mayor o menor fortuna he participado en montajes teatrales como actriz o directora o ayudante de dirección, he dado clase en casi todas las escuelas de teatro de València, he participado en papeles secundarios en alguna serie del viejo Canal 9 y de la nueva À Punt; incluso he sido protagonista de un largometraje valenciano “Una dona amb unas ales tremendes, que está ahora en Filmin y he pisado los escenarios madrileños con dos obras, una para el Teatro Español, “Sofía”, y otra para el Centro Dramático Nacional, “Los Gondra”.

A mis recién cumplidos sesenta años espero seguir disfrutando de mi oficio hasta que la memoria no me falle, porque realmente el escenario es uno de los lugares más mágicos y hermosos que hay en este mundo. Y me encanta poder mostrar esa magia y esa belleza a los jóvenes que quieren iniciarse en este oficio.

Un disco: Voy a decir cuatro que son uno muy largo: Canciones americanas interpretadas por Rod Stewart.

Una película: Intouchables, de Olivier Nakache y Éric Toledano.

Un montaje escénico: “La grande magia”, de Giorgio Strehler, que encendió aún más mi pasión por el teatro.

Una exposición: Una sobre Impresionismo que vi hace ya bastantes años en el Museo Thyssen.

Un libro: El corazón helado, de la gran Almudena Grandes.

Una serie: No soy muy de series, de hecho quedo excluida de muchas conversaciones por ello. Pero es que no tengo una buena conexión a Internet. Voy a decir una de la tele Señoras del (H)AMPA.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato? Hergé… me encantaría verme convertida en una figurilla de alguno de sus álbumes.

Una app: ¿Se puede tener alguna preferencia de eso? Me temo que me estoy quedando obsoleta…

Una comida: La sopa de cebolla gratinada que me enseñó a hacer mi padre (era un gran aficionado a la cocina) y que yo he enseñado a hacer a mi hijo pequeño aficionado también al arte culinario.

Un bar de Valencia: El Pikos en la calle Quart. Me pasaba en él mañanas enteras cuando hacía novillos en el colegio y esperaba allí a mi novio que estudiaba en Jesuitas. Y aún voy de vez en cuando por allí… ha cambiado de dueños, ha cambiado de decoración, pero sigue estando.

Una calle de Valencia: La calle Rumbau, un callejón estrecho entre la calle San Vicente y la de Músico Peydró. A esa calle daba la habitación donde dormía de niña.

Un lugar de València que ya no exista: El cine Price en la calle Cuenca, en la misma acera donde vivían mis abuelos maternos… recuerdo las fotos dentro de los cristales que hacían de escaparate: aquellas fotos en blanco y negro pero coloreadas burdamente por encima.

¿Con quién te tomarías un vermut? Con Rosa Montero. Sigo sus artículos en El País desde hace años y me gusta mucho su visión del mundo.