Foto: stockio.com.

Al Celtic de Glasgow, por conseguir ser campeón de Europa en 1967 con once jugadores que habían nacido en un radio de 50 kilómetros del estadio, Celtic Park, donde jugaban sus partidos

Al Athletic Club, por mantenerse más de un siglo en la élite española y europea, siendo fiel a sus principios de estar formado su plantel sólo por futbolistas del País Vasco y Navarra. Caso único mundial

A todos los jugadores que pertenecen al selecto club de “one club men” y, especialmente, a Matt Le Tissier, 16 temporadas en primera división inglesa con el Southampton, sin ningún título en su palmarés y que, pese a infinidad de ofertas recibidas por cambiar de club, prefirió jugar siempre para los “Saints”. En su legado, esta frase, que supera y de largo a muchos trofeos sin conquistar : “Jugar en los mejores clubes es un bonito reto, pero hay uno mucho más difícil: jugar contra ellos y ganarles. Yo me dedico a ello”.

 

Fundamentada en unos principios elitistas totalmente ajenos a la ética deportiva meritoria, la Superliga europea de fútbol fracasó en su intento de postularse como alternativa al monopolio de la UEFA. Pese a su evidente e intolerable inherente supremacismo, no obstante sí que acertó al señalar la progresiva decadencia en el interés por el fútbol en las nuevas generaciones y es que, en una sociedad donde prima, y preocupantemente cada vez más, la individualidad y la inmediatez, el fútbol-espectáculo como opción de ocio actual presenta debilidades, urgentemente a resolver, como, entre otras, podrían ser la excesiva cantidad de competiciones vigentes, la escasa interactividad con el espectador o la falta de identidad y de sentido de pertenencia respecto a los contendientes, a las que si se les añade, además, su propia casuística de guarismos bajos en los tanteos, resulta un panorama no excesivamente atractivo frente a las múltiples vías de entretenimiento online de las que se puede disfrutar .

El presente escenario en el fútbol, con el futbolista como epicentro, no es sino reflejo del culto al ídolo que se profesa en su entorno donde, paradójicamente en un deporte colectivo, priman y abruman los récords y premios singulares, sustituyendo, en consecuencia, el natural sentido de pertenencia del aficionado para con el grupo en un fanatismo de identidad unipersonal con el jugador, evolucionando hasta la fase final en que se pueda ser ya hasta más seguidor del futbolista que del propio equipo.

Y, como referencia, el mundo profesional traslada su modelo al deporte base, donde con frecuencia se encuentra a chavales de catorce años que ya han jugado en cuatro clubes diferentes y en el que la figura de captación y representación de jóvenes valores se realiza a una mayor temprana edad. Si al deporte se le considera de influencia vital en la formación del individuo, su reconocido valor en la creación de vínculos de amistad se irá perdiendo, pues, con tanto trasiego por diferentes equipos, ese lazo perdurable entre los compañeros se antoja sumamente improbable, quedándose simple y lastimosamente en el estadio de conocidos. Otro factor, este, que se esfuma justo ahora cuando la tiranía de los likes en las redes continúa estimulando exponencialmente el ego personal, antagónico a los valores de lealtad, solidaridad y tradición en que se sustenta el éxito del fútbol.

Y es que este deporte (favorecido en su práctica por la sencillez de su ejecución y de sus recursos necesarios) compensa el tedio derivado de su desarrollo (el ratio de goles frente al tiempo de juego es ínfimo) por esa fidelidad e identidad con el equipo, del que el aficionado se siente parte de él y de sus éxitos, subyaciendo el palmarés del equipo siempre muy por encima del individual de cada jugador. Es lógico deducir que, anulado ese nexo de unión del aficionado con su equipo, el interés del fútbol en sí como entretenimiento decae y, en consecuencia, deriva.

Es, por tanto, en ese sentido donde debería basar el fútbol su propia pervivencia y no en sus características intrínsecas como espectáculo, difíciles de encajar en el divertimento de la sociedad contemporánea, donde puede resultar anacrónica la escena común de observar sentado, frente al televisor, durante 90 minutos una secuencia de jugadas, la inmensa mayoría de ellas intranscendentes para la consecución del objetivo del gol, escaso por antonomasia, aunque, eso sí, fervientemente celebrado cuando se materializa siempre que, durante tan ansiada espera, el espectador lo desee y siente como algo personal.

No es realmente el fútbol un deporte que encaje en la actual cultura de la inmediatez en el ocio, donde cada vez más se enfoca a compartir el interés en diferentes focos de atención y de estar continuamente linkando, consecuencia de una hiperestimulación cerebral constante, situaciones resultantes antagónicas a lo que representa un visionado común de un partido de fútbol por televisión. Es por todo ello que quizás haya que desandar la vía elegida últimamente por el fútbol, basada en sustentar su futuro en un público global más que local y comenzar a invertirlo.

Quizás en otros deportes o en otras sociedades les sea compatible en su desarrollo una pléyade de equipos con jugadores que no son sino multinacionales en sí mismos, pero, como ya se comentó anteriormente, para el fútbol, aparte de su facilidad para poder practicarlo y comprenderlo, son justo la tradición y la lealtad a unos colores, características esenciales en su particularidad como fenómeno social y deportivo. Ese factor, adquirido a lo largo de muchas generaciones, debería considerarse como identidad primaria a mantener siempre inexcusablemente, definida como su conciencia, a la que recurrir en circunstancias de posibles dudas en su futura evolución, tal como ocurre en estos momentos por el desapego manifiesto en las jóvenes generaciones

En ese sentido, lo mismo que el boxeo, frente al crecimiento de su rival, la UFC (asimismo como resultado de que las aficiones humanas son cíclicas), ha definido líneas de actuación novedosas, como combates mixtos con campeones de la UFC o incluso con participación de influencers o youtubers, el fútbol debería trabajar combinando una mayor presencia en ambos mundos, en el universal inherente a las redes y en el próximo intrínseco a la fidelización.

Frente al desapego originado por la ley Bosman, las federaciones pueden paliarlo legislando en contraposición, como aquellas normas propuestas para su implantación y que finalmente quedaron relegadas al olvido de la buena intención, que consistían en limitar la presencia de jugadores foráneos en el terreno de juego. Con un respaldo de 155 votos a favor, 5 en contra y 40 abstenciones, el apoyo resultó pleno en la votación celebrada en la FIFA en 2008, con el horizonte gradual de implantación de, comenzando en 2009 con 4+ 7, tener implementado el 6 + 5 en 2011, que se traducía en que, en el once de todo club que disputara un encuentro oficial hubiera, como mínimo, 6 jugadores seleccionables por su país.

Por temor a posibles denuncias en la justicia por irregularidad al contravenir el libre movimiento de los trabajadores en el ámbito de la Unión Europea, no prosperó por la advertencia del Parlamento y de la Comisión Europea de que su aplicación supondría una discriminación directa por nacionalidad, contraria al Derecho Comunitario.

Posteriormente, en 2015, tanto en Italia como Alemania o en Inglaterra, dictaron normas encaminadas a fomentar la identidad regional o nacional de los clubes, así como el arraigo emocional de los aficionados para con ellos y el desarrollo del talento futbolístico local. Con ciertas particularidades, todas ellas se basan en delimitar el número total de jugadores a inscribir en su plantilla, estableciendo que, del orden de un tercio del total, deberán ser fichas correspondientes a futbolistas formados en clubes del país del club, durante un mínimo de normalmente 3 temporadas en el periodo de entre 15 y 21 años. Ahora, con el Brexit, la federación inglesa va a lanzar normas más estrictas en esa línea, a la vez que el jugador británico pierde su condición de libre circulación europea, pasando a formar parte del cupo de 3 extracomunitarios que puede tener cada club en su plantilla.

Adicionalmente a estas medidas, existe la posibilidad de conseguir fomentar la fidelidad local del aficionado por medio de facilitar su presencia en el propio estadio (cuando la situación sanitaria lo permita), dotando de carácter festivo y singular el evento del partido. Para ello, resulta imprescindible una reducción importante del precio de las entradas, prohibitivos para el público joven y adolescente en la actualidad.

Otra sería reducir, hasta casi dejarla como residual, la lejanía directa entre el seguidor y los jugadores. Totalmente bunkerizados los entrenamientos para evitar posibles espionajes del rival o un control absoluto sobre la disponibilidad a acudir a actos sociales o de comunicación, no son ambas sino medidas contraproducentes a conseguir la identidad para con su club local. Sería justo lo contrario lo que habría que promover en ese sentido. Como también lo sería poder ver en abierto más encuentros del equipo de su ciudad, muy limitados por la deriva unilateral al pago por visión.

En resumen, si lo que se pretende es conseguir que el fútbol perviva, probablemente enfocarlo a competir con los divertimentos actuales, con acciones fundamentadas únicamente en el espectáculo en sí mismo, con más número de partidos en ligas cerradas solo entre los grandes equipos, a su vez formados por los mejores jugadores del planeta, posiblemente produzca el efecto contrario, porque el fútbol como puro entretenimiento resulta posiblemente anacrónico y con muchos menos elementos atractivos en un puro enfrentamiento con las diferentes opciones de ocio presentes. Su futuro debería basarse en crecer en la globalidad desde la localidad, que es la garante de los principios fundamentales de su éxito, la tradición y la fidelidad. Que el seguidor continúe sintiendo como propios los éxitos y fracasos de su equipo. Que, con su apoyo en el estadio, pueda seguir influyendo en la consecución de las victorias. Que tenga mucho sentido el “soy de”. Que su condición legendaria sobrepase, por diferente, al resto de modernas distracciones con que disfrutar del asueto. Obviar esto sería un error irreparable.

PD.- Si bien aplicar esto suponga que la sostenibilidad del negocio deba repensarse y reajustarse a la baja, evidentemente. Y es que, tanto en esto como en la necesaria meritocracia, la esencia en origen del fútbol no es buena compañera de viaje de un pretencioso negocio elitista deportivo y económico.