CHILDREN PLAYING FOOTBALL IN THE STREET
Del equipo titular de aquella eliminatoria de Copa sólo queda Iniesta en el Barcelona. En el banquillo del equipo culé aún no se había sentado Guardiola. El calendario se encontraba en la hoja de noviembre y era 2006. Un día entresemana, uno de esos partidos traicioneros que pueden marcar una temporada. Enfrente estaba el Badalona. Pero no hubo sorpresa. Cuando el 4-0 subió al marcador, Frank Rijkaard hizo llamar a uno de los jugadores que estaban calentando. Saviola, que había hecho doblete, abandonaba el campo entre tímidos aplausos de la grada. En su lugar, salía un chaval de dieciocho años, Jeffrén Suárez. Todo parecía indicar que aquellos escasos cinco minutos serían el prólogo de su gran historia. Así fue, aunque el argumento de la misma acabó variando y alejándose de las previsiones.

A pesar del aprecio y la, supuesta, confianza de Guardiola, Jeffrén acabó saliendo del Barcelona. No tuvo mejor suerte en el Sporting de Lisboa. El último día de enero del año que estamos a punto de abandonar, con la campana del cierre del mercado de invierno casi sonando, fichó por el Valladolid. Acababa de cumplir veintiseis años. Nadie utilizaba la palabra promesa para referirse a él. Con el fundado temor de que aquel destino fuera el primero que lo condenara a ser un trotamundos balompédico, tuvo la fortuna de cruzarse con un técnico de los buenos: Juan Ignacio Martínez.

Este fin de semana, su equipo (ya con otro entrenador) se medía al Barcelona B. Uno lucha por meterse en la promoción de ascenso, mientras el otro se agarra con todas sus fuerzas a la permanencia. El resultado final (locura de 6-6 entre Numancia y Lugo a un lado) fue la noticia de la jornada en la categoría de plata. El Valladolid ganaba 7-0. Jeffrén anotaba el quinto de tacón. No cerraba con ello ningún círculo, ni ninguna asignatura pendiente. Pero sí echaba sal a una herida que parece que nadie quiere reconocer. La cantera de los equipos españoles languidece y nadie busca soluciones. No es casualidad el rumbo atolondrado en el que está inmersa la selección nacional. Con la excusa de la evolución, el fútbol va camino de devorarse a sí mismo. La Ley Bosman le pegó el primer mordisco con sabor  a intermediarios insaciables. La locura de horarios, el acceso elitista a la televisión, la desaparición de una jornada con partidos al mismo tiempo, la bola creciendo con la complicidad de los medios de comunicación. Se seca la cantera, pero también la de futuros espectadores.

Basta una operación tan sencilla como efectiva para comprobar lo primero. Sólo un equipo de Primera tiene a su filial en Segunda. Se trata del ya mencionado Barcelona B, al que un punto separa del descenso directo. En el lado más alejado se encuentra el Eibar, que el verano del 2012 decidió finiquitar a su hermano pequeño. El resto cabalga entre una mayoría en Segunda B y tres equipos en Tercera. Del grupo más voluminoso, Espanyol B, Villarreal B, Athletic B, Castilla, Getafe B y Granada B mantienen viva la llama de jugar la promoción que les acerque a la división de sus mayores. Mientras, empiezan a lanzar SOS o notan la amenaza del descenso cerca, el Elche Ilicitano, At. Madrid B, Mestalla, Rayo B, R. Sociedad B, Sevilla At. y Córdoba B. Los filiales de Celta y Almería transitan por esa zona de nadie que acaba con la ambición de cualquiera tenga la edad que tenga. El At. Levante, Deportivo B y At. Malagueño llegan a fin de año con las esperanzas intactas de abandonar (para bien) la cuarta categoría nacional.

Es un drama, pero también la excusa perfecta para que los dirigentes se entreguen con los brazos abiertos a representantes tragaldabas, fichajes mediáticos, refuerzos con la etiqueta de figura en ciernes y todo lo que estamos viendo (con el altavoz de aquellos medios que actúan como voceros de los clubs) cuando un equipo pierde tres partidos seguidos y la afición puede pedir explicaciones. ¿Cómo van a confiar en jugadores que defienden los colores de equipos zombies en categorias cercanas al abismo? Se parece tanto a la táctica neoliberal de desmontar e inutilizar los servicios públicos, para acabar con ellos, que da miedo. En ambos casos, prima el interés económico y el negocio que pueda resultar de esa defenestración. Hace tanto tiempo que el fútbol huele a eso, que golazos como los de Jeffrén reconcilian a uno con este deporte. El problema es que se acaben convirtiendo en el último clavo del ataúd de la cantera. Que el último martillazo lo dé alguien que fue uno de los suyos sí que cerraría el círculo y de manera bien triste.