Prosèrpina, de Mary Shelley, editada por Vincle, fue escrita en Italia en 1820. Dos siglos después llega a nuestras manos. La madre de Frankenstein se acerca al mito de Ceres y Proserpina desde una óptica feminista y tremendamente contemporánea. El libro, además del drama en dos actos del título, incluye una documentada y estupenda introducción de Carme Manuel (encargada también de la traducción) y una generosa bibliografía. Aitana Carrasco firma las ilustraciones y el diseño de la portada. Con ella hablamos del proceso de elaboración de la misma y otras cuantas cosas más.
¿Cómo surge la oportunidad de hacer la portada?
Ya había trabajado con la editorial, realizando la cubierta de Jo sóc així i això no és un problema, de Fani Grande. La experiencia fue muy buena para todas las partes implicadas, así que me volvieron a contactar desde Vincle para ilustrar Prosèrpina, una pequeña obra teatral de carácter mitológico escrita por Mary Shelley en 1820 y dirigida al público infantil.
Se trataba de realizar la cubierta y algunas ilustraciones para el interior, y en seguida dije que sí, ya que me parecía un proyecto muy apetecible por varios motivos: me interesa la mitología, me gusta Mary Shelley y me gusta la literatura infantil y juvenil.
¿Tuviste absoluta libertad para pensar la idea o la editorial te dieron indicaciones o sugerencias?
He de decir en este punto que Manolo Gil, el editor de Vincle, es uno de esos editores que participan en el proceso de la manera que a mí me gusta, es decir: dando su opinión, aportando conocimientos y detalles atractivos, pero sin imponer ni censurar nada ni estar encima a cada paso y, además, sin cerrar la puerta a ninguna posibilidad ni nuevo camino.
Por una parte, me dio total libertad a la hora de concebir las ilustraciones y, por otra, me dio algunas sugerencias que me parecieron muy interesantes: me sugirió, en primer lugar, que ilustrase el libro con mi técnica de collage. El collage es una técnica que uso muchas veces para resolver encargos, y además, para componer mis collages, uso siempre, como guiño al maestro Max Ernst, grabados del siglo XIX. En este caso la técnica estaba más que justificada, ya que el siglo XIX es el siglo en que Mary Shellley vivió, escribió y murió. Así que tenía una cosa clara, resolvería las ilustraciones por medio del collage.
En segundo lugar, me sugirió que, a pesar de que la trama es mitológica, no situase la obra en épocas remotas, sino en 1820, de manera que no estuviera hablando solamente de la Roma antigua, sino del siglo XIX, y no solamente de Ceres y Proserpina, sino de madres e hijas contemporáneas a la escritora, quizás incluso de las dos Marys, la madre y la hija, e incluso, me atrevería a decir, de las madres e hijas de hoy en día.
Además, Manolo me habló del enfoque innovador de Shelley, de su visión feminista del mito y de lo moderno del tratamiento de los temas abordados: la maternidad, la relación madre-hija o el poder de las mujeres en un mundo de hombres. Ahondar un poco en la vida de Shelley y en las ideas de sus padres me hizo apreciar la obra con muchos más matices y, a raíz de comentarlo, decidimos también de manera unánime que solamente aparecerían representadas mujeres en las ilustraciones, porque se trata sobre todo de una obra de mujeres y sobre mujeres.
¿Cómo fue el proceso creativo hasta que tuviste clara la idea?
En primer lugar leí el texto. Ese es siempre el primer paso. Se trata de una lectura a fondo, donde trato de leer lo que está escrito y lo que solamente está sugerido y se puede adivinar entre líneas. En este primer paso, voy subrayando palabras clave y apuntando en los márgenes ideas, incluso haciendo pequeñísimos bocetos, casi ininteligibles, de imágenes que llegan y cazo al vuelo. A veces, en lugar de subrayar, anoto en una libreta estas palabras, sensaciones e ideas, e incluso listados de personajes o pasajes que considero altamente ilustrables. En el caso de Prosèrpina tengo anotadas cosas como «cereales», «flores», «arcoíris», «Proserpina señala el sol», «ramas de castaños», «golondrina», «nubes», «granada», «cueva», «las estaciones», «primavera»,…
Luego hubo un proceso de documentación e investigación, donde creé una especie de base de datos con información sobre la autora, sus padres, su vida en general, sobre el mito de Proserpina y su versión griega de Perséfone, y también una base de imágenes, desde esculturas de Bernini hasta pinturas románticas que recrean el mito, pasando por la vestimenta de la época victoriana o imágenes de portadas y páginas de libros de la época para inspirarme en sus composiciones y diseños.
Por último, me dispuse a bocetar algunas de las imágenes que solamente había imaginado o insinuado en dos o tres líneas, descartando algunas por el camino. Me quedé con cuatro en el interior (dos por acto) y una para la portada y, por sugerencia de Manolo Gil y Carme Manuel (que es la traductora y también estuvo presente en el proceso), a las ilustraciones interiores les puse un marco y un pequeño fragmento de texto en la parte inferior, tal y como se hacía en las publicaciones de la época. Además, creé unos pequeños detalles para separar los actos, la introducción y para la portadilla, en la que vemos las distintas fases de una rosa: capullo, nacimiento y esplendor, haciendo referencia a las estaciones del año y a la evolución del propio personaje, que se hace mayor durante el relato. También como guiño a la época, dejamos las ilustraciones interiores en blanco y negro y solamente coloreé la ilustración de cubierta, al final de todo.
¿Cómo fue la realización de la portada?
De todas las imágenes que había creado, al principio creí que iba a usar la última, en la que vemos a Proserpina asomada en la cueva, mirando hacia fuera, a la primavera y el sol, pero luego me di cuenta de que era mejor hacer algo más pequeño, más sencillo y menos narrativo, más simbólico, a modo de imagen-resumen o metáfora visual. Lo decidí así por coherencia con el diseño y disposición de las ilustraciones interiores y también por hacer un guiño a las portadas de los libros victorianos, que eran más bien decorativas y raramente tenían una imagen elaborada que ocupara toda la portada, sino más bien un detalle.
¿Qué querías reflejar con esa ilustración?
La ilustración de la portada representa a Proserpina llegando desde el Inframundo, como cada año, a lomos de una golondrina, anunciando la primavera y con ella la luz, el sol, la fertilidad de la tierra y la eclosión de las flores. Lleva una granada porque en muchas ocasiones a Proserpina es representada con una granada en la mano (símbolo de la fertilidad y de la fidelidad). La granada es importante en el mito: Proserpina se alimenta solamente de granos de granada durante su estancia en el Averno, y come tantos granos como meses debe permanecer allí, tantos como duran el otoño y el invierno.
¿Tu trabajo fue más allá de la realización de la ilustración?
Sí, yo diseñé toda la cubierta: portada, contraportada, solapas e incluso la faja. Así mismo, diseñé la portadilla, las páginas de inicio de acto y el colofón. También elegí la tipografía de los títulos. Para todo ello, y como ya he dicho antes, me inspiré, aunque muy libremente, en las cubiertas y portadillas de las publicaciones de siglo XIX.
En cuanto al color, tampoco es casual: elegí el rosa porque es un color que se asocia con lo «femenino» de una manera muy mal entendida y que me da mucha rabia. El rosa es un color que me gusta mucho y que me encantaría que se dejase de asociar a lo cursi, lo ñoño o lo «romántico» (entendido como género de novela cursi de amor para chicas, no del romanticismo, que es justamente la época de Prosèrpina). Es por eso que usé el rosa. Por una parte, para reivindicarlo como color, un color que también puede ser feminista o lo que sea, y por otra para jugar a ese equívoco con el imaginario popular. Quiero pensar que, parte de la gente que vaya buscando algo cursi, rosa y «de chicas», se acercará al libro y lo comprará y lo leerá. Es como un rosa-trampa.
¿Satisfecha con el resultado final?
Muy satisfecha. El libro está editado, traducido, ilustrado e impreso con mimo, y eso se nota. Es siempre un placer trabajar con gente que ama los libros: no todas las editoriales aman los libros, muchas aman el dinero por encima de los libros e incluso de la literatura; no las culpo ni las juzgo, pero no da ni la mitad de gustito trabajar con ellas.
¿Qué crees que debe tener una cubierta para poder destacar en la locura de novedades que llegan cada semana a las librerías?
Lo de las novedades es un tema aparte. Necesitaríamos otra entrevista entera para hablar de la locura de novedades que se editan en un país donde ni siquiera hay consumidores suficientes para comprarlas, no digo ya leerlas. Podríamos hablar del sistema de mercado que obliga a muchas editoriales a publicar novedades sin parar y de la media de vida de los libros y de la calidad literaria de esas novedades y de los influencers escritores y de las modas y de las máquinas trituradoras de libros y del dinero que pagan algunas editoriales para que sus libros se exhiban de cara y no de perfil en las grandes superficies y de muchísimas cosas, pero centrémonos en las cubiertas. No sé qué debe tener una cubierta para poder destacar, supongo que depende mucho del tipo de lector que se quiera atraer. Yo, personalmente, me acerco a las cubiertas que me despiertan curiosidad, por innovadoras, por la calidad de su diseño y de su ilustración, por el color, a veces el color, por la tipografía incluso, pero eso es algo personal, y a cada uno nos atraerá aquello que nos resulte más bello o más rompedor o más fuera de lo común. Ahora bien: sí sé qué tiene que tener una cubierta para ser una buena cubierta: una buena cubierta es aquella que nos adelanta algo de lo que vamos leer sin llegar a hacer spoiler, aquella que nos empuja a abrir el libro o darle la vuelta sin revelarnos nada importante de lo que hay dentro. Una buena portada tiene que ser algo así como una invitación a abrir la puerta y una promesa de lo que vamos a encontrar en el interior.
¿Qué importancia puede llegar a tener a la hora de ilustrar una portada que a quien lo haga le interese el libro o la obra de quién lo haya escrito?
Creo que tiene una importancia crucial. Los ilustradores nos tenemos que enfrentar muchas veces a textos que no nos gustan o no nos parecen demasiado buenos ni nos despiertan gran interés. Evidentemente, si nos parecen pésimos, siempre podemos declinar la oferta, pero luego hay toda una serie de encargos de calidad mediocre, o que no están mal pero no nos interesan en absoluto por la temática o el tratamiento, y nos tenemos que enfrentar a ellos sí o sí, porque trabajamos muchas veces por encargo y porque esto es un trabajo mal remunerado y pocos se pueden permitir el lujo de aceptar solamente los encargos que les parezcan absolutamente fascinantes. En esas ocasiones en que aceptamos trabajos que no nos fascinan, ponerles imágenes es un proceso más duro de lo normal, en que uno ha de hacer malabarismos para tratar de buscar aquello destacable, algo sugerente, cualquier detalle sobresaliente y aferrarse a él para tratar de resolver con dignidad el encargo.
Sin embargo, cuando a uno le gustan los proyectos que le toca ilustrar (sean libros, portadas de discos, carteles de obras de teatro o lo que sea) la tarea es muchísimo más fácil, y enseguida acuden a la mente imágenes en tropel: algunas mejores y otras peores, algunas que descartamos nada más apuntarlas y otras que dejamos madurar, unas que funcionan de principio a fin y otras que solamente funcionan en la mente pero no en el papel… sea como fuere, son muchas las ideas que provocan los proyectos que nos fascinan, y es más bien una labor de selección y descarte. En ambas ocasiones podemos llegar a resultados válidos y dignos, pero creo que solamente cuando algo despierta en nosotros verdadero interés y realmente lo admiramos y nos entusiasma, es cuando somos capaces de crear imágenes y libros que transmitan esa admiración y ese entusiasmo y generen, a su vez, el interés del lector.