Majo Siscar Banyuls trabajó durante ocho años como periodista en América Latina. Allí conoció a María Herrera, una mujer mexicana que busca a sus cuatro hijos desaparecidos sin más ayuda que «su instinto, unas formaciones básicas en antropología forense y unas varillas de hierro». También a Yakiri Rubí Rubio, quien en ese mismo país, mató a su violador en defensa propia y acabó pasando de víctima a culpable, con juicios paralelos y denigrantes en los medios de comunicación. Visitó a Alejandra en un pueblecito del sur de México en el que sobrevive gracias al cultivo de la amapola para la producción de heroína, con el miedo en el cuerpo por lo que pueda pasar. O vivió unos días con Deysi Bermudez, en El Salvador, en una casa donde no hay agua, mientras en las zonas residenciales y campos de golf cercanos les sobra.
Son cuatro de las protagonistas de Tremendas, el libro que Majo ha publicado en la editorial valenciana Barlin (una versión anterior salió en valenciano con Pruna Llibres), en el que recoge las historias de varias mujeres (en los países mencionados y Colombia, Bolivia y Honduras) en torno a la lucha libre mexicana, la erradicación de la práctica de la ablación, la transexualidad o la esclavitud sexual. Periodismo del bueno, del que reportea (grandioso verbo), del que cuenta para entender mejor el mundo en el que vivimos, del que pone todo al servicio del relato sin galimatías literarios ni exhibiciones en primera persona que desenfocan. Crónicas tremendas por lo que cuentan y cómo lo cuentan.
Diez crónicas y las diez protagonizadas por mujeres.
Fue totalmente intencional. Aunque sí hay un punto de casualidad. Cuando surgió la oportunidad de hacer un libro, buscando un hilo conductor de mi trabajo durante ocho años, vi que había muchos temas de violencia, pero no me interesaba porque hubiera sido un libro muy muy dramático. Entonces, me di cuenta que, poco a poco, había ido poniendo el foco en las mujeres y que podía articular un relato en torno a esta fuerza femenina que cambia las cosas. Y es intencional porque en el libro se habla de problemas universales, pero que además en América Latina son bastante transversales, como son la mal llamada guerra contra las drogas en México, la violencia, las desapariciones forzadas, la lucha por los derechos LGTBI, las disputas por los recursos naturales,… Y esos temas universales me he esforzado en contarlos desde el punto de vista de las mujeres porque durante siglos parece que las mujeres no hemos contado la historia. Y en el periodismo internacional, que es un periodismo históricamente hecho por hombres, todavía menos. Siempre se ha caracterizado por ser hombres explicando como otros hombres se pelean en la política, en la guerra,… Yo, como mujer periodista que hace información internacional, quería contar desde el punto de vista de las mujeres porque las problemáticas no están completas si no damos todos los puntos de vista. Esto que digo, por ejemplo, es muy claro en la historia de las aguadoras, que si no tienes en cuenta su voz, no acabas de entender cómo afecta el hecho de no tener un grifo en tu casa. Porque un hombre te puede contar que no tiene un grifo para lavarse la cara, para bañarse, pero lo interesante es ver como eso sobrecarga todo el trabajo de cuidado de la familia que, en esas comunidades, suele seguir recayendo en las mujeres. Verlo desde su punto de vista es entender las horas de más que le dedican por ir a lavar al río, recoger el agua, cargar con ella…
¿Qué diferencias hay entre esta edición en Barlin en castellano de la que se publicó en valenciano en Pruna?
Cada vez que revisas un texto, lo editas. Para un periodista ningún texto sería definitivo nunca. Pero tenemos un plazo de entrega y los tenemos que cerrar, no podemos darles vueltas infinitas. Pero siempre que lo revisas, lo pulirías un poquito más. Y esa puede ser la diferencia de esta versión en castellano, que está más pulida que la anterior.
Las diez crónicas son historias personales de mujeres anónimas, pero que también se pueden leer en clave política y universal.
Totalmente. Mi interés al hacer este periodismo de historias en profundidad, más largo y calmado, también a la hora de escribir, es que sean historias universales. Que más allá del problema que cuenten, puedan interpelar a cualquier otra persona en cualquier momento porque se desprende algo de humanidad. Y justo el hecho de que sean mujeres anónimas, en tanto que no son las líderes de ningún movimiento y no son las típicas que todo el mundo entrevista, favorece la capacidad de empatía del lector. Eso tiene una intención política en el sentido de que todas tienen, aunque son historias muy duras, un punto de esperanza porque son mujeres que intentan cambiar su realidad. Y esa realidad la intenta cambiar, la mayoría, organizándonse con otros colectivos, con otras mujeres, con su comunidad, y eso sí tiene una intención política porque significa que cada una de nosotras tenemos herramientas para cambiar las cosas. Si estas Tremendas del libro no desisten, ¿cómo carajo vamos a desistir nosotras que somos una privilegiadas aquí?
Como dices, son historias muy duras, pero que destilan esperanza. ¿Fue tu intención al darle el enfoque o respondía más a la realidad de esas mujeres que, pesar de lo que están viviendo, tienen esa expectativa de que las cosas mejorarán?
Es una intención, es una búsqueda personal mía. Mis años en México coincidieron con un periodo de mucha violencia y me harté de cubrir muertos descabezados, colgados, historias horribles, que me fueron empapando, amargando. Que al final me sentía hasta un buitre porque dependiendo del número de muertos me compraban aquí la crónica o no. Porque las rutinas de los medios con la información internacional es así, tiene que haber un gran desastre para que importe. Necesitaba buscar la esperanza. Y decidí que quería contar historias que defiendan la vida, aunque sea en contextos duros. Me esfuerzo, cuando estoy reporteando, en encontrar dónde está la expectativa de mejora de la protagonista, aquello por lo que lucha y sueña. Si no lo hago tengo la sensación de que al lector le transmito un sentimiento de impotencia. Tenemos que mostrar que por muy jodida que esté la cosa, siempre hay maneras de cambiarlo porque si no el lector se aturde de leer tanto sobre violencia y para, se anestesia y no le hace caso.
¿Cómo trabajaste las crónicas?
Todo relato tiene una parte de reconstrucción de la realidad subjetiva y autoficción finalmente. Por otro lado, no me interesa ser la protagonista del relato para nada. En las crónicas hay varias capas de trabajo. Si bien creo que no hago un periodismo maniqueo, sí hay una posición política a la hora de elegir los temas. Me interesa, especialmente, esa gente que está fuera de los focos. El periodismo de poner el micro a los poderosos si hay que hacerlo se hace en función de lo que requiera el texto. Me interesa cómo afectan los problemas a la gente de abajo, a la gente de a pie. Ahí hay un trabajo en la selección del tema y en cómo acercarme a él. Viajas y duermes de manera precaria, comes y bebes cosas que no hubieras pensado hacer, pero al hacerlo entiendes también su vida. Trabajo la confianza, comiendo con ellas, yendo a lavar al río, pasando muchas horas y volviendo en días diferentes, durmiendo allí. En esos momentos, en los que ya se ha acabado la entrevista, aparecen situaciones que reflejan la personalidad de la gente. En la convivencia, en los gestos, en cómo tratan a las personas que tienen alrededor. Y eso solo es posible dedicando tiempo. Pero es un tiempo que no está pagado. No hay ningún medio que pueda pagar la dedicación que requiere una crónica como yo la entiendo.
¿Cómo te «protegiste» para que esa relación que establecías con ellas no afectara al relato, a la verdad?
Cuando estoy conviviendo con ellas, me aparto lo más que puedo, para sentirme como una mera observadora. Porque hay un dilema. Los periodistas conseguimos ganarnos la confianza de la gente para que se sinceren y nos cuenten la información necesaria para ir más allá de la primera capa. Trabajo con personas con las que estableces una relación de confianza y un vínculo que traspasa, a veces, lo profesional y generas lazos. ¿Cómo protegerte de eso? No hay una fórmula. Esto puede generar varias dificultades. Ahí ya entra la integridad profesional. Una persona puede estar contándote algo gracias a esa confianza, pero sin darse cuenta de que el móvil sigue grabando la conversación. Si es algo que afecta mucho al relato le pregunto antes si lo puedo incluir o no. Por otro lado, me pongo en la piel de ellas y me pregunto si me gustaría verme expuesta sobre determinados temas.
De las crónicas llama la atención tu habilidad para los primeros párrafos. No solo presentan, prácticamente en todas, a las protagonistas, sino que despiertas en el lector el interés por lo que le vas a contar.
Para mí, los primeros párrafos son muy importantes. He ido a varios talleres de crónicas y una de las máximas es que el primer párrafo es el que atrapa al lector. Yo le estoy ofreciendo textos largos y si me lo quiero ganar en cada uno de los capítulos tengo que convencerle de que lo que va a leer es interesante. Por eso me esfuerzo tanto en los primeros párrafos. Tiene que mostrar una escena que intuyas de qué va, que refleje un poco al personaje y que te llame la atención. Los trabajo mucho. Puedo estar un día y medio o dos sin escribir nada, con todo el reporteo hecho, la estructura y las lecturas aparte que en ocasiones hago, pero hasta que no tengo ese primer párrafo no me siento con fuerza para seguir la historia. La estética es una apuesta ética. Si yo hago que mi texto sea estéticamente atractivo voy a conseguir que el lector lo lea, y estoy cumpliendo con mi trabajo periodístico de que le importe la historia.
Desde el punto de vista periodístico, a la hora de elaborar las crónicas, ¿qué es con lo que más disfutas?
Lo que disfruto es el trabajo de campo. Compartir la vida con ellas y … con ellos cuando ocurre. En el caso de Tremendas fueron todo mujeres. Pero, por ejemplo, tengo una crónica que no está en el libro, sobre un equipo de desminadores que quita minas antipersona en Colombia y conviví con ellos. Ese trabajo en el terreno es el que más me gusta.
¿Y lo que más te cuesta?
A veces me cuesta mucho escribir. Es un proceso doloroso, de qué elijo, qué quito, cómo lo cuento,…Suelo hacer un trabajo muy importante de documentación. Intento siempre contextualizar la historia, que la explique, que la universalice.
¿Reescribes mucho?
Sí, reescribo mucho, el primer párrafo y, sobre todo, el contexto. Es lo más engorroso. Contar escenas es agradecido, los diálogos si tienes personajes con chispa pueden ser muy bonitos, pero meter los datos duros, porque al final es un trabajo periodístico, sin aburrir al lector y que deje de leer, es lo complicado.
A lo largo del libro hay varios episodios de violencia, física o no, y un ambiente de peligro en el aire constante. ¿Tuviste esa sensación cuándo estuviste ejerciendo el periodismo allí?
Sí. Hay situaciones en las que te expones mucho, pero claro, como la gente de allí. Hay momentos de miedo y de decir dónde coño me he metido, no sé si voy a salir de aquí.
¿Te acostumbraste a vivir con ello?
Por desgracia, los seres humanos nos acostumbramos a todo. Lo vas relativizando. Lo triste es que empiezas a ver como normales situaciones de mierda, peligrosas y de vulnerabilidad. Y eso es feo. Yo sentí que necesitaba salir de allí porque había normalizado algunas cosas que al hacerlo me relajaba y provocaba que me pusiera más en peligro. Hay lugares en los que no puedes bajar la guardia.
¿Cómo se combate ese miedo?
Con la colectividad. Es un camino que intento subrayar en el libro. La vacuna contra el miedo es saber que no estás sola en eso, reapropiarse colectivamente del espacio público, tener redes con nuestros vecinos o comunidad más cercana para sentirte acompañada. Y asumir que somos vulnerables y no pasa nada por ello y hay que compartirlo. Y, periodísticamente, incorporar algunos mecanismos como intentar ir compañada, comunicar dónde vas a estar y qué vas a hacer, pero siempre hay un margen de imprevistos que no puedes controlar.
¿Desapareció por completo al volver a España?
Yo ahora siento que vivo en una burbuja de color rosa. No toda España es así, pero no estoy yendo a barrios marginales ni nada similar y miedo no tengo. Y la sensación de vulnerabilidad que pude tener allí desapareció, pero sí te queda cierta prudencia. También, creo, que el dejar de sentirte intocable está bien, saber que el mundo es hostil y te pueden pasar cosas. Recuerdo que hace años, un compañero periodista con más experiencia que yo, que era muy jovencita, me preguntó si yo tenía miedo. Le contesté que no y le pregunté que miedo a qué. En los ocho años que estuve allí fui teniéndolo.
¿De alguna manera estas crónicas recogen los temas que cuando estabas como corresponsal no te «compraban» los medios españoles?
Sí y no. Todavía hay medios de periodismo en profundidad que publican crónicas como estas del libro. No es lo común en diarios por una cuestión de espacio y tiempo. Y es lo que decía antes, aquí lo que vende de la información internacional es el sang i fetge, el morbo, la violencia, …El tema del agua sería algo impensable de publicar en España porque no importa. ¿Qué nos llega de El Salvador? Violencia de pandillas. Hay muchos más temas, pero es lo único que se compra aquí. A los medios les cuesta salir del titular fácil, del clickbait, de llamar la atención,…y apostar por las historias largas. Solo hay que ver los suplementos de los periódicos. Yo recuerdo en los 90, cuando tenía unos quince años, ver en el Magazine una historia que se me grabó, de una niña a la que le practicaban la ablación, en la que se había invertido muchísimo tiempo y trabajo, y eso ya no se encuentra. Ahora todo son temas softs. Aunque es cierto que tengo la suerte de trabajar con medios como 5W que apuestan por un periodismo con el que me siento más cómoda.
¿Tiene el libro algo de inventario personal sobre una etapa profesional en tu vida o hay más de homenaje a esas mujeres anónimas o ambas cosas?
Son un poco las dos cosas. Es una especie de inventario personal, claro que si fuera solo eso metería muchas otras cosas. Pero sí me hacía especial ilusión que estuvieran reunidas en un libro, sobre todo en esta época en que todo está tan perdido en el ciberespacio. Tener en un formato físico este trabajo que recopila diferentes momentos de mis ocho años como periodista en América Latina. Pero, también, al ponerlas juntas, es un homenaje a estas mujeres que salen en el libro y a tantas otras que intentan cambiar las cosas y salen adelante, a muchas mujeres tremendas anónimas de allá y de aquí, de nuestro lado.
¿Se están convirtiendo los libros en refugio del mejor periodismo ante la desidia de la prensa diaria?
El libro te permite cosas que la prensa diaria no. Ahora tengo en marcha otro, también periodístico, pero de una sola historia, y realmente es una gozada poder pensar en contarla para ese formato y no para un diario. Lo que pasa es que al final no sabes qué impacto tiene porque la prensa sigue llegando a mucha más gente. Como autora, sí, los libros son un refugio. Pero desde el punto de vista periodístico, a mí me gusta que se lea y que la gente comente. Y los libros, ahora que somos tantos los que publicamos, tienen un impacto más pequeño. Aunque yo estoy muy contenta con el que está teniendo Tremendas.