Rafael Camarasa (València, 1963) escribe en verso y en prosa. Su último libro es Sin noticias de Liliput. XXXII Premio Poesía Barcarola. Treinta y tres poemas de títulos casi más largos que los propios poemas. Lo dice él. Razón no le falta. Hablan de vidas secretas, de té azul, de una casa en Mojacar y unos crucigramas blancos, de lo que le sucedió a un hombre en la playa de La Malvarrosa, de un bonsái que se marchita, de Sinatra y de Cohen, y de hormigas, y de negar la verdad hasta tres veces, también de un túnel de lavado,… hablan de la vida. Una vida que parece soplarte al corazón. Como el título del único disco de aquel grupo que aparece citado en las primeras páginas de libro.
Sin noticias de Liliput se abre con unos versos de la canción El mapa de Family. ¿Hay que entenderlo como una declaración de intenciones?
Sí. Family fue un descubrimiento tardío para mí. No los escuché en su momento y, no hace relativamente mucho, alguien me los aconsejó y quedé atrapado. Comprendí a muchos grupos posteriores que había seguido como, por ejemplo, La Buena Vida, y cuyo sonido entiendo mejor después de oír a Family. Creo que el llamado sonido San Sebastián les debe mucho. Además, es un pop cercano a lo que yo quiero conseguir en la literatura, especialmente en la poesía. Sencillez y ligereza aparente. Una ligereza que, como en el caso de Family, es todo lo contrario a lo superfluo y banal. Paradójicamente, una ligereza con peso.
Esos versos de la canción mencionada hacen referencia a un viaje. ¿Tiene, también, el libro algo de viaje?
Efectivamente. Esa era mi intención y me gusta que eso se capte, como veo por tu pregunta. Es el recorrido de alguien, que puede ser el autor, o sea yo, pero que también podría ser cualquiera. Un hombre que se detiene en mitad de su viaje, echa un vistazo a su espalda y luego al frente, y hace una especie de balance de lo que ha sido su vida y algunos apuntes de hacia dónde va. Como dice la cita que he tomado de la canción de Family, el viaje no es el que el protagonista hubiera esperado, si alguna vez esperó algo, pero tampoco su relato trata de ser un lamento. Si acaso, un inventario de pérdidas. Pero sin amargura ni depresión.
¿Qué procedencia tiene los poemas incluidos? ¿Ya los tenías, han sido escritos adrede,…?
A veces, cuando termino un libro, tengo la impresión de que lo he escrito en poco tiempo. Quizá eso se deba a que algunos de sus poemas son recientes y a que, en ocasiones, se publica cercano a la escritura de estos últimos. Sin embargo, en este libro hay poemas que se publicaron en alguna revista en 2008. Teniendo en cuenta que fue premiado en 2017 y se publicó en 2019, es fácil ver que es mucho tiempo. Un libro, sobre todo de poemas, es una caja donde van entrando textos que enriquecen el conjunto inicial y lo afinan. Este poemario surge alrededor de una noción unitaria y, en un principio, llevaba por título “La vida secreta”. La vida secreta hace referencia a ese espacio donde se es uno mismo y que cada vez, con el paso del tiempo y la dificultad creciente de mostrarnos tal y como somos, se vuelve más clandestino y ocupa más parte de nosotros. Ese concepto de impostura superviviente a la que nos obliga el mundanal ruido, por llamarla de algún modo, está en Sin noticias de Liliput, pero conforme avanzó la escritura, aun siendo importante, dejó de ser el eje central para convertirse solo en un brazo del viaje vital del que habla el libro.
¿Hubo algo de reescritura para que, dada la diferencia temporal en cuanto a su escritura, guardaran la coherencia estilística que tiene el conjunto?
Es algo que viene dado por estar todo concebido en torno a una referencia y escrito en un tiempo donde en tu cabeza no hay otra cosa, literariamente hablando. Aunque, evidentemente, siempre hay un pulido final, en cuanto a detalles, que unifican el resultado.
El día a día, la cotidianeidad, el mirar alrededor, parecen las principales fuentes de inspiración y de temática en los poemas.
Sí. Mis poemas vienen de la observación de la vida cotidiana, de ese transcurrir diario que casi todos tenemos, lejano a las grandes aventuras épicas, y del encaje de mi propia existencia en él. Estoy convencido de que por las cosas más pequeñas, por los actos aparentemente más livianos e insignificantes, puedes conocer el interior de una persona. Como digo en uno de los poemas de libro, el poeta es un detective de los demás y de sí mismo. En mi día a día y en mi literatura, menos es más. Y la vida urbana, sobre todo, el líquido amniótico del que me nutro.
Aún manteniendo eso que indicamos en la pregunta anterior, sí que hay algunos de ellos («Sobre escudos, corazas,…», «Pequeños trucos y rutinas…»,…) en los que optas por una escritura, digamos más metáfórica y menos «costumbrista».
Estoy de acuerdo. Un poemario es una casa que se sustenta en unos cimientos uniformes que son como la columna vertebral, pero también que se va amueblando de matices. Mi escritura es muy mestiza. Se mueve en una delgada línea que separa lo prosaico y el poema, y hay veces que se balancea hacia un lado y otras hacia otro. De hecho, tengo libros que han ganado premios de poesía, escritos en prosa y alejados del concepto tópico de poema. Creo que lo que le da uniformidad a lo que escribo es lo poético, la poesía de lo que cuento, independientemente de que lo haga de una manera más narrativa para acercarme al relato de lo cotidiano, o más cercana a lo que todos entendemos como poema.
A lo largo de todo el libro se desprende cierto aire de nostalgia, como de desencanto por haber perdido algo, como un estado anímico de desilusión, pero al mismo tiempo nada depresivo, sino todo lo contrario.
En el libro estoy yo y en él se puede ver lo que soy: un pesimista alegre. Soy escéptico y, como muchos que ya tenemos una edad, arrastro cierto desencanto, pero no me hundo en la depresión ni la autocompasión. Trato de sacar el humor a casi todo y me río de casi todo, incluso de mí, algo que en este mundo tan ordenado y políticamente correcto a veces me trae problemas. Pero es mi manera de sobrellevar el sinsentido de muchas cosas. Aunque también tengo mis momentos de luz. Pero no creo que ni en mí ni en mi literatura haya, por decirlo así, negra amargura o resentimiento. Creo que, más que nada, soy realista, y la realidad no es que te dé muchas alegrías. Quizá por eso odie tanto las frases rosas de los sobrecitos de azúcar.
¿Qué importancia tiene para ti el humor, la ironía, también muy presentes en Sin noticias de Liliput, cuando escribes?
Creo que te he contestado a esta pregunta en la anterior. Todo ese viaje vital del que se habla en el libro, lleno de pérdidas, fracaso, desencanto y efímeras ráfagas luminosas, por otra parte, como el de cualquier persona, creo que, en mi caso, no habría sido posible sin el humor y la ironía. Son mi bálsamo para las rozaduras.
¿Cómo hay que entender el Liliput del título?
Como curiosidad diré que Liliput, aparte de en el título, solo aparece en el encabezamiento de un poema. No se nombra en ningún sitio más. Liliput, en este libro, tiene varios significados. Además del principal, que es el de paraíso perdido,infancia, amor, juventud…, también es una referencia a lo pequeño. A las cosas minúsculas y casi invisibles que, por ello, nos parecen triviales, pero que suelen ser las más importantes. También, a esas huellas mínimas, casi imperceptibles, que asoman del iceberg que somos y que, como he dicho antes, muchas veces nos vemos obligados a esconder para sobrevivir en la selva diaria.
Cada poema va encabezado por un título bastante largo que cumple una función explicativa, pero que a su vez son pequeñas piezas literarias.
Es algo que se ha utilizado en muchos libros como, por ejemplo, El Quijote. Títulos que te ponen en antecedentes de lo que vas a leer en el capítulo. Fue una forma de hilvanar todos los poemas y también de hacer un pequeño guiño metaliterario. Algunos títulos son como haikus salpicados de la ironía de la que antes has hablado, que te anticipan el poema y que, en sí, casi son ya un verso. En cierto modo, como en un guion, son las acotaciones iniciales de las escenas de una película.
El libro ganó el XXXII Premio Poesía Barcarola. ¿Qué importancia tienen para ti los premios y este en particular?
Este es un premio importante, por la trayectoria que la revista Barcarola ha tenido en la poesía española y las firmas que participan en ella. No hace falta nada más que leer los nombres de los miembros del jurado. Dicho esto, mi relación con los premios, a pesar de haber ganado unos cuantos, es agridulce. Si das con un premio que se preocupa del libro, que es el producto final, lo distribuye y le da la importancia que tiene, estupendo, pero la experiencia me dice que muchos no son así, y que todo termina con el fasto de la entrega del premio en la entidad convocante que corresponda. Para mí, que me mantengo alejado de los círculos literarios, y ante la dificultad de adentrarse en el mundo de las grandes editoriales de poesía, esto daría para un debate, los premios son una forma de publicar y de que lo que hago vea la luz. Afortunadamente, gracias sobre todo a la editorial valenciana Contrabando, que confía en lo que hago, en los últimos tiempos, tanto en poesía como en prosa, publico por el método tradicional de enviar el manuscrito al editor.
Para acabar, nos gustaría hacer un viaje en el tiempo, a la València de finales de los 80, a la editorial La Línea de Sombra, que montaste con Fernando Garcín y que en cinco años publicastéis catorce referencias. ¿Cómo fue aquello y cómo lo recuerdas hoy?
Aquello fue un aprendizaje, una pequeña “movida madrileña en el Barrio del Carmen de Valencia”. Un periodo de ebullición, creativo a más no poder. Me sirvió para conocer a un montón de gente, poetas y músicos con los que hoy todavía sigo teniendo contacto, y para crecer como escritor y como persona. Aquella época me despertó por dentro. Precisamente Fernando Garcín fue una de las personas con la me inicié en el mundo de la escritura y con el que llevé aquel proyecto. Recuerdo que Fernando tenía más vocación de editor que yo, aquella no era su primera experiencia, y fue algo que, aunque no he vuelto a repetir, me enriqueció. Nos costaba un dineral hacer aquellos pequeños libritos con grapa que ahora cualquiera de nosotros haría con un ordenador en su casa. Una locura ruinosa que hicimos con una ilusión desbordante, que me proporciono muchos buenos momentos, y que forma parte del camino que me trajo hasta Sin noticias de Liliput.