Ana Torrent (Madrid, 1966) quería una comedia y acabó haciendo un drama bien intenso, Las criadas (Teatro Olympia, del 20 al 23 de mayo), el clásico de Genet. «Trabajé con Luis Luque en la obra “Todas las noches de un día” y fue muy bien, estuvimos muy a gusto y nos quedamos con ganas de volver a trabajar. Yo le había dicho varias veces que quería hacer una comedia y menos mal que me hizo caso (risas). Hará dos años, o año y medio, me mandó un mensaje diciéndome “¿y si lo siguiente no es una comedia?”, yo pensé, a ver por dónde me sale, y me dijo “Las criadas” (risas). Le contesté que sí. No tuve ninguna duda».
Empezaron a ensayar el 1 de marzo del año pasado. Diez días después pararon por la pandemia. No pudieron retomarlo hasta septiembre. Para entonces, María Pujalte (que hacía de hermana de Ana Torrent) fue sustituida por Alicia Borrachero. Jorge Calvo siguió en su papel de la señora. Y Luis Luque dirigiendo. Las criadas del título son las hermanas Claire y Solange Lemercier, que trabajan para una dama de la alta burguesía francesa. Todas las noches inician una ceremonia perversa, un ritual donde la realidad y la ficción se mezclan en un juego mortal de cambio de identidades. Ana Torrent es Claire y quien responde nuestras preguntas.
¿Cómo se afronta el trabajo cuando existen tantas referencias de las versiones anteriores de la obra?
“Las criadas” es lo que es, es un referente que la gente va a ver, como los Shakespeare, el público la ha podido ver tres veces con distinto montaje e intérpretes y no le importa. Que se haya hecho tantas veces es una constatación más de que es una obra importante. Mi última referencia sobre ella, sin haberla podido ver, es la que hicieron Isabelle Huppert y Cate Blanchett, para mí son dos monstruos, yo decía, madre mía qué habrán hecho.
Pero depende totalmente de la propuesta y de la versión del director. Esta es una función que se ha hecho de muchas maneras. El juego que propone Genet está abierto a diferentes formas de interpretarlo. Por ejemplo, muchas veces se ha puesto en escena de una manera muy realista, con el tocador, la señora, las joyas, los trajes… La de Luis no tiene nada que ver. Es un espacio en blanco, es casi como un lugar de la cabeza, de la imaginación. Solo hay una tela y unas flores en el escenario. Coloca la función en otro lugar.
¿Cómo se aborda un personaje como el de Claire? ¿Intentando entender más que empatizar? ¿Dónde te agarras para interpretar a alguien con ese estado mental?
No te puedes agarrar, como puede pasar con otros personajes, a una realidad, a un razonamiento, a unos sentimientos, a un pensamiento lógico… Ella pasa de una cosa a otra en cuestión de fracciones de segundos. Lo mismo se están riendo que se giran y dan un grito. De hecho, parte de los ensayos era jugar a eso. Por ejemplo, estábamos gritando y Luis nos decía “¡Ya!” y cambiábamos bruscamente a otro registro totalmente distinto, para que no pensáramos, porque como digo no hay un razonamiento lógico, muchas veces, en lo que están haciendo. Genet es Genet, su cabeza va por otro lado, es muy complicado. No puedes abordar el personaje como si estuvieras haciendo un Chejov, te pierdes (risas), es un tirarse a la piscina, dejarse llevar. Aunque luego, claro, como actriz, lo trabajas en casa, te preguntas quién es tu personaje, por qué le pasa lo que le pasa, qué le hace actuar como actúa.
¿Cómo te planteas la convivencia con un personaje así cuando sabes que vas a pasar mucho tiempo con él?
Todos los actores intentamos huir de la rutina. En teatro si vas a estar un año o dos con un personaje, este tiene que estar muy vivo siempre. Yo, de todas formas, ni me lo planteo. Me da igual si voy a hacer un personaje dos meses o dos años. Intento que cada día sea un día distinto. Eso es lo que me gusta del teatro, es algo muy bonito. Hay una parte de la obra que la marca dirección, otra que la moldea el espectador y otra que la moldea la actriz estando viva y abierta en cada función.
Cuando “Todas las noches de un día” estuvo en València, Carmelo Gómez afirmó que era muy fácil trabajar contigo, destacando que nunca había estado con alguien tan a gusto en un escenario. ¿Qué importancia le das a que se cree un buen clima de trabajo frente a esas direcciones que apuestan por la tensión, por el conflicto, por pensar que así se obtienen mejores interpretaciones?
Creo que la figura del director que maltrata a los actores es un poco antiguo ya. Reconozco que he tenido algunas experiencias con directores que si las volviera a tener ahora, optaría por dejar ese trabajo en concreto. Pero eso te lo da la edad, la experiencia, la seguridad y, sobre todo, el saber bien lo que quieres y lo que no quieres. Y a mí, un director que trate mal…perdona, pero no. Yo voy a trabajar, solo me faltaba tener que aguantar eso. No funciono así. Al revés, me bloqueo si me están tratando mal. Que he sacado trabajos no sintiéndome en el mejor clima, sí, pero hoy por hoy lo evito. Esto es un trabajo de equipo, incluso los actores nos tenemos que olvidar de nuestras cosas, no somos el centro de nada, todos tenemos que navegar en la misma dirección, así se consiguen los mejores resultados.
Eso no significa que un día, un director que te conozca bien, no te pueda dar un toque. Es más, nos viene muy bien de vez en cuando. Con Luis lo tuve en “Las criadas”. Eran unos ensayos muy delicados, estábamos nerviosos, era la vuelta del confinamiento, con mascarillas, no sabíamos si estrenábamos a la semana siguiente porque dependíamos de la curva de contagios y de los aforos… y hubo tensión en algunos momentos. Agradezco que Luis en algún momento me dijera “a ver, Ana, vamos a hablar. Por aquí sí, por allí no, vamos a hacer esto, confía aquí, confía allá…”, no me importa que me den toques y me corrijan si se me está yendo el personaje, pero siempre con respeto y cariño.
¿Qué destacarías de tus compañeros de escenario, Alicia Borrachero y Jorge Calvo?
Son completamente diferentes en la forma de trabajar. Si destacara algo que ha conseguido Luis con los tres es que arriesguemos, que salgamos de nuestra zona de confort, que probemos cosas más al límite, que no pensáramos en ciertas cosas, que confiáramos en él, que nos lanzáramos a zonas más desconocidas. Había que lanzarse en esta obra. Yo creo que lo he hecho y lo he visto claramente en Alicia y Jorge. Ha sido muy fácil trabajar con ellos. Ha habido juego, hay mucha complicidad para llevarnos los unos a los otros a lo largo de la función.
Está siendo un montaje muy potente en muchos sentidos. Creo que no se nos olvidará a los que estamos participando en él, porque además de la obra que es impresionante, es lo que nos ha tocado vivir. La propia pandemia nos ha hecho entender cosas de la función, un ambiente de encerramiento con una necesidad de salir sin saber muy bien hacia donde. Y, por otra parte, está la reacción del público, que está siendo muy emocionante. Hay funciones que no voy a olvidar nunca. Teatros al 30%, la gente separada, con mascarillas, y el calor con el que nos han recibido. A mí me impresionó muchísimo un día, al poco de estrenar en Madrid, al acabar se puso el público en pie a aplaudir y de pronto alguien empezó a gritar ¡Gracias! y se unieron muchos otros, ¡Gracias! ¡Gracias! Nos emocionamos los tres. Todo eso es imposible olvidar.
Ya lo has comentado antes, la obra cuenta con una escenografía muy potente de Mónica Boromello. ¿Cómo os ayuda con vuestros personajes?
Al principio nos chocó un poco y le decíamos a Luis, ¿no tenemos un algo para hacer que me maquillo, o algo de ropa…? «No, nada», nos contestaba (risas). Es un espacio completamente en blanco, hay unas flores y un trozo de tela con el que jugamos un rato de la función. Te sientes, literalmente, desnuda. Pero esa falta de todo es muy bonito en la obra, coloca en el sitio al espectador, lo lleva a ese lugar de la mente que buscaba Luis. Todo está centrado en lo que pasa, en los actores, en ese mundo que no se sabe de dónde ha salido, se potencia mucho más lo que ocurre, lo que cuenta la obra.
Y la comedia, ¿llegará pronto?
Yo no me voy a cansar de luchar (risas). He hecho poca comedia, pero no voy a parar hasta conseguirlo algún día. Tengo muchas ganas. Primero, porque la comedia me parece muy difícil, para mí es un reto. Y luego, porque creo sinceramente que lo haría muy bien (risas). Lo que pasa es que a los actores nos ven en un registro y se creen que solo puedes hacer eso. A ver, que puedo hacer comedia, que puedo. Ana en comedia no, ¿qué pasa? Ana en comedia sí (risas). Es que veo un montón de comedias donde digo “eso lo podría hacer yo, perfectamente” (risas). Pero, por ahora, son otras cosas las que hago, todo comedias ligeras (risas).