La experiencia y la documentación (con tantos puntos en común) son parte de la columna vertebral creativa de Desirée Belmonte, y por extensión de su compañía La Catrina. A lo largo de su trayectoria, el trabajo escénico ha partido de una historia, unos lugares, unos personajes, que existían también fuera de las representaciones. Con La Caja. Donde la realidad pierde sus límites (Sala Matilde Salvador, 21 y 22 de diciembre) vuelve a ocurrir.
La obra arranca cuando a alguien cercano a Belmonte le diagnostican una enfermedad mental. Aquello despertó en ella el interés por «indagar en el universo de la mente humana y en los obstáculos a los que se enfrentan las personas que perciben la realidad lejos de los parámetros aceptados por nuestra sociedad». Después de dos años de investigación decidió centrar La Caja en tres de esas personas.
Para conocer más sobre este montaje de Teatro de La Catrina, recorremos con Desirée Belmonte (autora del texto, directora e intérprete) el proceso creativo de la obra hasta su estreno, en tres actos:
Creación
La idea de La Caja. Donde la realidad pierde sus límites nace de la experiencia que viví cuando a una mujer muy importante para mí, le diagnosticaron una enfermedad mental. A raíz de aquello, decidimos crear juntas una obra de teatro documental para contar su historia. Pero durante el proceso de creación, esta persona se fue echando atrás, hasta que abandonó el proyecto por completo.
En un principio pensé que no tenía sentido continuar sin ella, pero aquella experiencia ya había despertado en mí la necesidad, social y poética, de seguir indagando en el universo de la mente y en los obstáculos a los que se enfrentan las personas que perciben la realidad lejos de los parámetros aceptados por nuestra sociedad. Fue entonces cuando aparecieron tres personas que, tanto como individuos, como por las particularidades de su relación con la locura, me motivaron a continuar y reorientar el proyecto.
Preparación
La Caja, a nivel escénico, propone dos viajes, uno poético y otro documental. Para la parte poética he contado con Carlos Molina y Sebastián López. Dos artistas a los que conocía desde hacía tiempo y que encajaban divinamente en este proyecto porque ambos son unos magos del juego de la percepción. Los tres juntos pasamos alrededor de un año indagando en los universos mentales de esas tres personas. Finalmente, Carlos y Sebas, sirviéndose de la iluminación y de objetos formados por materiales fotosensibles, como son espejos o cristales dicroicos, crearon una instalación escénica dedicada a cada uno de ellos.
Paralelamente a ese proceso de indagación, yo fui grabando distintas entrevistas con los nuevos protagonistas de la obra y, de manera muy natural, nos fuimos dando cuenta de qué cosas nos parecían más relevantes para compartir con el público.
Escribir, dirigir e interpretar fue una demanda de la propia propuesta. Una de las características de mis creaciones es el compartir con el público mi propio proceso de transformación y de aprendizaje durante el trabajo de investigación. Y eso es algo demasiado personal como para dejar cualquiera de esas áreas en manos de alguien ajeno. Además, disfruto mucho haciéndolo. De todas maneras, he contado con la mirada externa de Ángela Verdugo. Una artista a la que admiro y cuyo imaginario encaja muy bien en el proyecto.
La música también está creada especialmente para la obra. Pedro Acevedo, compositor y músico multinstrumentista, ha estado acompañándome durante todo el proceso de creación y ha hecho un trabajo precioso. Sebas, además de idear junto a Carlos las instalaciones escénicas, ha sido el creador de los vídeos fantásticos que acompañan cada una de las tres historias.
La obra
El resultado final es una obra de teatro documental autobiográfico que invita al público a transitar la frontera que separa a los “locos”, de las personas que percibimos la realidad dentro de los parámetros aceptados por nuestra sociedad, con un lenguaje escénico que cabalga entre la fantasía y el documento.
Me suele pasar, y en este espectáculo más aún, que hasta que no comparto con el público mi obra, no soy verdaderamente consciente de lo que tengo entre manos. La Caja trata un tema muy delicado desde una visión “poco ortodoxa” y yo temía que alguien se pudiera ofender. Pero ha sido al contrario. La respuesta general ha sido de agradecimiento por tratar el tema de la locura desde un lugar distinto al habitual. Me gustó mucho lo que me dijo una persona después de ver la obra: “si ahora me diagnosticaran una enfermedad mental, no me daría miedo”.