Pandemia, un taller online de dramaturgia, el argentino Rafael Spregelburd de profesor. Guadalupe Sáez no sabía cuando se apuntó que estaba naciendo La lengua incompleta (Sala Ultramar, del 8 al 11 de junio). Simplemente se puso a escribir para «intentar aprovechar un tiempo muerto en el que no podíamos hacer otra cosa».
Ella y su madre son las protagonistas. Merche Aguilar e Isabel Requena les dan vida en el escenario. No es la primera vez que se inspira en su propia realidad. En Para que no te me olvides (2012), por ejemplo, fue en su padre o en La confiança (2021) en su parto.
La lengua a la que hace referencia el título es el castúo. Su madre, nacida en un pequeño pueblo extremeño, lo hablaba y en ella le leía cuentos. Sáez se pregunta por qué, con el tiempo, dejó de hacerlo. Cree que al abandonar aquel idioma se perdió y se rompió algo, cierta complicidad, intimidad, «las cosas importantes que nos decíamos, el amor entre las dos no volvió a ser el mismo, desapareció, desaparecimos y aceptamos con esa ausencia nuestra rendición política».
La lengua incompleta es una coproducción entre el Teatre El Musical y la compañía La familia política, dirigida por Kika Galcerán, que cuenta con la participación de Pau Gregori / Jorge Valle y de la que hablamos a continuación con su autora.
¿Cómo surge la idea?
La verdad es que no recuerdo exactamente qué fue lo que hizo que surgiera porque en el taller escribíamos, pero tampoco tenía la sensación de pararme mucho a pensar de lo que estaba hablando. Sí que es cierto que hubo un momento en el que en una de las sesiones, no sé a raíz de qué, empezamos a hablar de idiomas y yo recordé que mi madre, que es extremeña, hablaba en estremeñu, en castúo, y que poco a poco dejó de hablarlo. Entonces empecé a plantearme por qué mi madre lo había dejado. Qué lengua era esa de la que yo tenía vagos recuerdos de palabras sueltas, de cosas que a veces aún dice y utiliza, pero que no acababa de entender muy bien qué quiere decir. Eso me llevó a pensar en las cosas que a lo mejor habíamos dejado de decirnos al perder la lengua materna, la lengua de la intimidad.
En La lengua incompleta vuelves a hablar de una experiencia propia, de tu familia, como en obras anteriores tuyas.
A mí el basarme en experiencias personales me sirve en tanto en cuanto me lanza preguntas que tengo, dudas, cosas que no se han llegado a hablar porque en las familias siempre hay como muchos secretos. El universo de la memoria familiar me interesa mucho desde hace tiempo. Y no, no me da demasiado pudor porque llega un punto en el que, aunque parta de la autoficción, entra la directora, las intérpretes, los escenógrafos, los músicos…de alguna forma ya deja de ser tuyo, deja de ser tu historia y pasa por muchas manos que hacen un trabajo que de repente ya no es algo que te pertenece, ya no eres tú encima de un escenario contando, son muchas personas encima de un escenario contando. No sé tampoco trabajar desde otro lado, creo mucho en el hecho de que las reflexiones importantes en realidad surgen de los sitios pequeños y los lugares pequeños, y ahí me parece que es donde hay una gran sabiduría. Porque lo grande se me escapa, es como demasiado.
Temas pequeños en su punto de partida, pero que acaban convirtiéndose en universales.
Sí, siempre he tenido la teoría de que todas las personas nos parecemos muchísimo y las cosas que nos pasan, o que nos preocupan, o que nos inquietan, al final nos conectan un montón. Entonces, claro, a poco que hables de algo personal te va a conectar. En La lengua incompleta hablamos del amor, de la maternidad, de las mentiras, de las derrotas políticas que se producen cuando pierdes una lengua, cuando dejas de hablar una lengua. A mí eso, en València, me conecta mucho con lo que pasa aquí con el valenciano. Hace tiempo que decidí escribir en valenciano, aunque esta obra está escrita en castellano porque no podía ser de otra forma. Si una persona de València oye hablar del estremeñu y ve como esa lengua ha ido desapareciendo, cómo poco a poco ha dejado de hablarse por vergüenza, eso al final te conecta con tu propia lengua y con la situación en la que tú vives.
Cuando te entrevistamos por tu obra L’alegria està ací dins te pedimos que nos contaras qué te hacía feliz en el teatro. Una de las cosas que apuntaste fue la capacidad de viajar, viajar en el sentido literal de la palabra y en el figurado. ¿Dónde se viaja con La lengua incompleta?
Se viaja a ese momento de la infancia en el que estabas segura, en el que tenías la sensación de que todo era posible. Viajo al pecho de mi madre cuando yo era pequeña y me acariciaba la cabeza o a la casa del pueblo a la que ibas los veranos. Se viaja a momentos pasados que intentamos entender para construir los presentes. Por la propuesta de dirección de Kika Garcelán, que es estupenda, se viaja mucho a sonidos, a cómo suenan las cosas, algo que creo que también es importante.
En tu pieza breve A mí nunca me cortó la cabeza (2013) ya aparecía la figura de tu madre.
Escribí Para que no te me olvides (2012) que era para mi padre, luego hice esa pieza breve sobre mi madre y, de alguna manera, sentía que quizás le debía una larga, por esta cosa de recuperar su memoria. Hay una figura que es la de las mujeres de la edad de mi madre, que sobre todo surgen de pueblos pequeños como en su caso es Almaraz del Tajo, en Extremadura, que hasta que montaron la central nuclear era un pueblo muy pobre con muy pocos habitantes, donde hay muchas historias que no acaban de contarse nunca y que, generalmente, son historias que pertenecen a las mujeres y, más concretamente, a la voz de mujeres de una determinada edad.
¿Se escribe distinto sobre una madre cuando se es madre?
Sí, ha influido mucho. En La lengua incompleta se habla de esto porque tanto el personaje de mi madre como el mío son madres e hijas a la vez, que además llevan sobre sus hombros toda una herencia familiar y todo lo que implica la maternidad. Mi madre me ha confesado cosas una vez he sido madre que creo que que si nunca hubiera tenido un hijo no me habría dicho y te das cuenta de que hay determinados temas en torno a esto que normalmente no se hablan o no se ponen sobre la mesa porque a las propias mujeres nos han enseñado que no son temas de los que se debe hablar o que no son importantes. Creo que cuando, de repente, empiezas a compartir eso con tu madre, entiendes más, te sinceras más, hablas más o por lo menos hablas mejor.
Has mencionado antes tu obra Para que no te me olvides, dedicada a la memoria de tu padre. ¿Interactúa de alguna manera con La lengua incompleta, que va sobre tu madre?
Sí, sí, claro, siento que de alguna manera con este texto he vuelto un poco a Para que no te me olvides, a A mí nunca me cortó la cabeza. He vuelto a ese territorio de lo familiar, del personaje anónimo, que de repente se pone encima de un escenario. Digamos que he dejado de hablar del nosotros, que quizás estuvo más en L’alegria està ací dins o Se’ns està quedant cos de postguerra, para volver más al yo, a lo identitario.
¿Cómo ha sido tu relación con Merche Aguilar e Isabel Requena que os dan vida en el escenario a ti y a tu madre respectivamente?
Llevo un par de montaje que me está gustando mucho la figura de la autora. Bueno, la autora que después está por detrás haciendo lo que haya que hacer de producción o de gestión, pero la autora que de repente entrega un texto y deja trabajar al equipo. Eso me lo enseñó Patricia Pardo a la que estaré eternamente agradecida porque es una mujer muy sabia. Sí que es verdad que Isabel Requena y Merche Aguilar me han hecho preguntas, y la propia Kika también, pero también es cierto que les he dejado mucha libertad, igual si les preguntas a ellas te dicen otra cosa (ríe). He visto algún pase y veía mi madre sentada, en esa mesa, en esa casa, veía a Isabel y veía cosas de mi madre, cosas de mi madre que al final también son cosas de la madre de Isabel, de la de Merche, de otras madres, porque hay cosas que nos conectan de una forma ilógica, racional, inconsciente… cuando las veo veo a mi madre, me veo a mí, pero sin haberles llevado a que hagan una imitación de nada, ellas han construido desde su universo propio, lo que pasa es que al final los universos de las personas son muy parecidos.
En la línea de lo que comentas, da la sensación que te has centrado en la escritura, descartando la dirección a pesar de que al principio de tu carrera hiciste alguna ayudantía.
Nunca dirigiré (ríe). La figura del director /directora es muy complicada y realmente muy pocas personas puedan hacer buenas direcciones y trabajarla desde un punto horizontal, un punto en el que entren los cuidados, el respeto, que dé seguridad pero que a la vez también se permita dudar, yo no tengo esas cualidades, no me veo ahí. Me he dado cuenta de que a mí lo que me gusta es escribir, me gusta mucho la soledad del proceso de escritura que muchas veces no lo es, me gusta mucho esa cosa de la introspección de poder permitirme las dudas de una forma constante, las inseguridades, porque no hay nadie que dependa ni de tu seguridad ni de tu confianza. Lo de dirigir para mí es como lo de actuar, tienes que tener muchas tablas para ponerte ahí.
En esta obra está presente una de las constantes de tu trayectoria, hablar de las pérdidas (de una lengua, de la intimidad, de las relaciones con tu madre…), ¿qué otras reconoces tú?
Sí, la pérdida está, es verdad. También la falta de memoria. Tengo mucha sensación de que no conservo una memoria familiar por ser la más pequeña de una familia de cuatro hijos, porque he llegado casi tarde a todo, y lo que conozco es porque me lo han contado. La memoria como tal, la memoria familiar, la identidad, son constantes en prácticamente todas mis obras. Es cierto que en los últimos textos sí que he notado, a raíz de ser madre, porque es inevitable, que ha entrado a jugar mucho el tema de la maternidad y el de los cuidados y del amor porque era algo que me ha ido obsesionando. Son un poco esas cosas, pero sobre todo si tuviera que elegir una constante que me ha obsesionado siempre diría la memoria, el intentar comprender la historia propia para conseguir entender la colectiva.