Loles León en «Una noche con ella». Foto: Daniel Rote.

Loles León (Barcelona, 1950) se sube al escenario con Una noche con ella (Teatro Olympia, del 20 al 30 de octubre) para contarnos su vida. O parte de ella. Porque el libreto que ha escrito Juan Luis Iborra (que también dirige el show) contiene, también, una dosis de ficción. El espectáculo es una buena excusa para repasar la carrera de la actriz catalana.

¿Cómo reaccionaste cuando Juan Luis Iborra te contó la idea de Una noche con ella

Ya me había escrito antes otras tres obras y le había dicho que no, que no me gustaban (ríe). Durante el confinamiento, Juan Luis quería escribir para entretenerse y un día me llamó y me contó que tenía cinco páginas de una obra nueva y quería ver si me gustaba, si le decía que sí seguía escribiendo, y si no, se ponía con otra cosa. Le pedí que me lo leyera y me emocioné mucho, me hizo mucha gracia, y le dije que siguiera adelante, que esta vez sí haríamos la obra. 

Cuando terminó había escrito una obra de tres horas y media. Le avisé de que quitara paja que yo no iba a estar tres horas y media encima de un escenario dale que te pego. Puedo estar una hora y media o una hora y cuarenta, pero más no. Nos pusimos a quitar cosas, la verdad es que nos reímos mucho mientras la montábamos

Aunque Iborra la escribió, ¿su creación fue un trabajo conjunto?

Sí, él me iba leyendo y yo le iba especificando si algo no era exactamente como él lo contaba. Aunque la obra también tiene ficción, que no todo es real. Al principio era un 20%, pero a medida que hemos ido haciendo representaciones, que llevamos ya casi dos años y medio, nos percatábamos que la gente se crearía la ficción y lo real no. Así que le dije a Juan Luis, “pon más ficción, cariño, que a la gente le va la marcha” (ríe).

¿Ves algún tipo de conexión entre Una noche con ella y aquel cabaret literario con el que llegaste a Madrid en los años 80, por aquello que tiene de enfrentarte (casi) sola al público?

Sí, sí, sí, está, está aquello, no es tan atrevido, tan fuerte, como yo lo hacía en aquellos tiempos, porque entonces interactuaba muchísimo con el público y lo utilizaba mucho para el espectáculo, porque estaba sola con mi pianista. Era un show muy gracioso en el que sacaba gente al escenario. Aunque aquí no saco a nadie, sí que tiene que ver porque les cuento toda una serie de historias como entonces. Y sobre todo en los pasajes en los que rememoro mis días en El Paralelo todo es más pícaro, más fuerte. Explico que allí podías estar tranquila pero que la gente te decía cosas muy gruesas. Entonces, como en Una noche con ella tocamos desde que era pequeña hasta ahora, aparece esa parte del cabaret literario, donde yo mezclaba autores más intelectuales con lo más popular. 

Es curioso que al final de aquel cabaret literario trascendiera más la parte frívola cuando como dices mezclabas piezas más intelectuales como monólogos de Cocteau o poemas de Lorca con otros contenidos más populares como cuplés o canciones de Raquel Meller.

Así es, había de todo. Este ha sido siempre, un poquito, mi sello, y lo sigo haciendo de alguna manera. En esta obra se puede ver. Mostramos toda aquella época trasladada a los momentos y al espectáculo de ahora, porque estoy acompañada de dos actores, bailarines, cantantes, maravillosos, Fran del Pino y Óscar González, que también tienen su cometido y están estupendísimos. Y también cuento en el escenario con el pianista Yeyo Bayeyo.

Lo de combinar propuestas más populares con otras más artísticas los sigues haciendo. Trabajas en películas como la segunda y tercera parte de Padre no hay más que uno o en la serie La que se avecina, pero también en cortometrajes de cineastas que están empezando.

Me gusta mucho mezclar, en la Barceloneta le decimos la barreja (ríe). Hago cosas más sesudas o intelectualoides y luego otras más populares. Me gusta hacer trabajos de todo tipo porque me gusta muchísimo mi trabajo, disfruto mucho haciéndolo y ahora mismo es con lo que más me divierto y con lo que más me comunico con el público. Porque se puede pensar que no hay comunicación cuando haces una película o una serie, pero salgo a la calle y soy la abuela del cine español y los niños me dicen “¡abuela, abuela!” (ríe). O por La que se avecina me gritan “¡Tanqueta, Tanqueta!” (ríe).

Juan Luis Iborra (junto a Yolanda García Serrano) fue precisamente quien te dirigió en el que ha sido tu único papel protagonista en el cine, Amor de hombre (1997). ¿Cómo recuerdas la experiencia?

Cuando terminé la película dije que no quería hacer más protagonistas (ríe). No puedo con ello, yo soy actriz supporting y yo te supporting todo, pero lo que no puedo es con los protagonistas que son muy pesados. Fue una experiencia que me gustó, pero si te digo la verdad, a mí me gusta más hacer papeles secundarios porque lo disfruto más. Hacer un protagonista es estar todo el rato ahí saliendo en la película y con mucha responsabilidad para que funcione. Estás ahí retorciéndote para que todo vaya bien, pero luego montan y esa responsabilidad final ya no es tuya porque no estás en ese momento, pueden hacer contigo lo que les da la gana (ríe). No, no, no, yo no quiero protagonismos, de hecho me han ofrecido más y les he dicho que no, ponía como excusa que estaba liada con la serie (ríe).

Tu carrera cinematográfica se asocia mucho con Almodóvar, aunque has trabajado en el mismo número de películas, por ejemplo, con Aranda o con el dueto Sabroso y Ayaso. También has repetido con otros cineastas ¿Por qué crees que los directores vuelven a trabajar contigo?

Repetimos porque nos entendemos muy bien, todo el mundo que trabaja conmigo quiere repetir. Soy muy resolutiva y rápida, tengo mucha disciplina, me gusta muchísimo que me dirijan. Tengo una relación con los directores y con el equipo muy buena de colaboración. Facilito el trabajo a todos, al que lleva la cámara, al de sonido, al director de luces… a todos.

Para mí, cuando rodamos una película o una serie, es como si fuéramos una familia de 50, 60 ó 70 personas. Lo hacemos entre todos. Somos trabajadores que estamos a favor de obra. Eso me gusta, por eso me relaciono mucho con todo el equipo técnico y les facilito su trabajo y ellos también me lo facilitan a mí. 

Por otro lado, la relación que entablo con el director es muy buena, de admiración mutua y respeto. Siempre que he querido trabajar con algún director se lo he dicho, cosa que no hace casi nadie. No le llamo para pedir dinero, sino para que me dé un papel en su película (ríe), porque me gusta mucho él o ella. Hay gente que lo ve mal, yo no, somos trabajadores del espectáculo o del cine y nos tenemos que relacionar todos. Siempre lo he visto normal y muy natural. Si a mí me gusta un director, ¿por qué me voy a quedar sin trabajar con él?. Mira, a J. A. Bayona, no paro de pedírselo, le he dicho que me dé aunque sea un dinosaurio pequeño y viejo y no hay manera. Y eso que le encanto y empezó conmigo. Empezó poniéndome las marcas en los pies (ríe) en la serie ¿Para qué sirve un marido?, que la dirigió Rosa Vergés. Me lo contó él cuando coincidimos en el estreno de Un monstruo viene a verme. No me acordaba y le pregunté que si era uno que llevaba el pelo rubio platino en los rodajes, al que se lo tocaba y le decía que se parecía al de Marilyn (ríe). Me contestó que sí, que era él. “¿Has empezado conmigo y no me das nada?” le dije. Y no, no me da nada (ríe).

Mencionábamos antes de Almodóvar y resulta imposible no preguntarte por la secuencia del baile de Átame (1989). 

Fue muy compleja de rodar… había algunas cosillas ahí…que no las voy a nombrar ni nada. Le dedicamos un día y una noche entera. Es muy bonita la secuencia. Esa escena bailando con el gran Paco Rabal, en silla de ruedas, a mí me encanta. De esa época, Átame, para mí, es el gran recuerdo de Paco Rabal, la gran conexión, lo bien que nos entendíamos, los poemas que me dedicaba con Asunción Balaguer allí (ríe), Paco me pedía que me sentara en sus piernas y yo miraba a Asunción y ella me decía que sí, que me sentara, que no pasaba nada (ríe). Esa relación con el gran Paco Rabal tan maravilloso es el mejor recuerdo que tengo de ese baile, que está rodado de una manera muy bonita.

Siendo una actriz que encajaba tan bien en el universo berlanguiano, ¿cómo fue que nunca trabajaste con él?


Él me dijo un día que era tan buena que no me iba a dar nunca ningún papel, que le gustaba mucho pero que no. Luego me enteré, porque me lo dijo su hijo, que no trabajaba con gente que había trabajado con Almodóvar. Son estas cosas de viejos ya, de cascarrabias (ríe). Cada uno tiene sus manías. Y Berlanga también las tenía. 

Con Vicente Aranda rodaste dos películas seguidas, El amante bilingüe (1993) y La pasión turca (1994).

Sí, y luego vino Libertarias (1996) más adelante. El amante bilingüe me encantó. Con Aranda rodaba muy a gusto, no ensayábamos, él te dejaba y si tenías alguna duda te la aclaraba. Antes de rodar hablaba mucho y de todo con los actores, de todo, aprendías muchísimo de él. Le echo mucho de menos porque le quiero muchísimo y echo mucho de menos su cine. Aranda, para mí, es el que mejor ha contado historias cinematográficamente, tiene unas imágenes bellísimas y de una sabiduría de cineasta increíble. Y le echo de menos. Y me gustaría seguir rodando con él. Con esos berrinches que se pillaba (ríe)

Antes hablábamos de que sigues trabajando en cortos. El año pasado lo hiciste en Un chico cualquiera. Rosario Sólo hay una, el debut como director del actor Àlex Monner. ¿Qué es lo que te lleva a participar en ellos con una agenda tan apretada como la tuya con proyectos de cine, televisión y teatro?

Saco tiempo porque me encantan los cortos. Me gustan mucho porque es un poco, también, como empezamos todos, con esa ilusión buscando una oportunidad. Y siempre que puedo ayudo. Y del corto que mencionas, Àlex y yo no nos conocíamos, habíamos coincidido un par de veces creo, pero sin profundizar. Se puso en contacto conmigo, me explicó la historia, le dije que sí y allí que fui (ríe). Fue un rodaje estupendo. Era muy experimental, pero todo lo que me pedía Àlex me parecía bien y lo hacía. Y Emilio Palacios, el chico que actúa conmigo, es que me encanta. 

Volviendo a Una noche con ella, ¿influye la reacción que vais captando del público en las representaciones a la hora de introducir algún cambio en la obra?

El último director es el público, es el que te dirige. Si ves que no se ríen con algo, lo quitas. Hay que estar atentos por si algo no les gusta, no les emociona, por si decae la obra o si están mucho rato abajo. Si les oigo hablar o los caramelos…, todo fuera, a mí me gusta montar así con el director. Lo hablamos y hacemos modificaciones, cambiamos de sitio algunas escenas o Juan Luis mientras va en el tren hacia a l’Alfàs del Pi me escribe algo nuevo. La obra ha ido evolucionando. Hemos ido quitando algunas cosas como más serias y hemos puesto otras más graciosas. La idea es que vaya siempre in crescendo hasta el final, con muchas anécdotas y muchas risas. También hay momentos emotivos pero están muy marcados, de hecho antes había más y hemos quitado algunos para que el show no se estanque y vaya para arriba.