Magüi Mira.

Magüi Mira vuelve a ser Molly Bloom del 11 al 21 de noviembre en el Teatre Talia. En esta ocasión le da vida desde el escenario, pero también se ocupa de ella detrás del mismo, firmando con Marta Torres la adaptación y la dirección. El personaje de Joyce articula, de alguna manera su carrera. Con ella, con Molly, empezó todo.

1980. La noche de Molly Bloom. Adaptada y dirigida por José Sanchis Sinisterra. Tu debut profesional.

Así es, fue la primera vez que alguien pagó dinero por verme (ríe). Yo era una inconsciente, tenía esa fuerza que te da la inconsciencia en la que nada te da vértigo. Ha sido una suerte haber sido algo inconsciente en mi vida porque muchas cosas si las hubiera pensado no las habría hecho. Pero tengo ese punto de locura y aquí estoy. Cuando llegué a Madrid decidí buscar un teatro público para que me dejaran una sala para hacer mi Molly Bloom. Se me ocurrió ir al Centro Cultural de la Villa. El director de entonces, que aún se acuerda de esto, me preguntó qué curriculum tenía, «pero si es lo primero que hago cómo voy a tener curriculum», le dije yo (ríe). Lo que digo, una inconsciente. Pero se quedó tan sorprendido que me dio la sala pequeña (ríe).

Estamos hablando de hace 40 años. Ha llovido mucho. Ahora versionar texto narrativo en la escena es algo muy habitual, hay mucha libertad a la hora de llevar historias al escenario sea cual sea su origen. En su día se cuestionó mucho lo de llevar una novela al teatro. Hubo unos debates sobre la teatralidad que no te quiero ni contar. Tuvimos muy buenas críticas, sobre todo una de Haro Tecglen. Era un momento en el que apenas se hacían monólogos, ahora tiene una potencia bestial. Todo esto hizo que sorprendiera mucho. Y encima hecho por una desconocida.

1986. Sergi Schaaf hace una adaptación de La noche de Molly Bloom para televisión.

Entonces ya había triunfado con la obra. En Madrid llegué a hacerlo en el María Guerrero. Pero siempre me acordaré de la primera función en el Centro Cultural de la Villa. Cuando Molly Bloom, es decir yo, que empezaba la obra dormida, abrió los ojos en el escenario, solo vio doce personas en las butacas. Pensé que se acababa mi futuro como actriz, pero una semana después se llenaba y tuvieron que poner hasta sillitas auxiliares para que cupiera más gente. Debido a ese éxito, Sergi Schaaf grabó en un plató una versión para televisión.

2006. Magüi Mira es Molly Bloom, más de 25 años después de su estreno vuelves con la versión que hizo Sanchis Sinisterra.

Se empeñó César Antonio Molina, que entonces dirigía el Círculo de Bellas Artes, en que la hiciéramos para conmemorar no recuerdo qué aniversario. Me convenció. Yo tenía 60 años entonces y me pareció que podía defender la sexualidad de una mujer de mi edad, que parece que seamos invisibles para el sexo, y  no, es posible en la madurez. Vi que lo podía defender, que cabía para una mujer madura. Y acabamos haciendo una gira por toda España.

2021. Regresas al personaje de Joyce con con Magüi Mira Molly Bloom, una nueva adaptación que además codiriges.

El último capítulo del Ulises, de Joyce, que es el monólogo de Molly Bloom, tiene 24.000 palabras. De esas, yo decía 7.500 en la dramaturgia de Sanchis Sinisterra. Ahora digo 7.233. Algunas son las mismas, otras no. He puesto en el foco en algo que me parece muy interesante, es teatro contemporáneo, no tiene que ver con lo que hice, es otra mirada. El viaje del pensamiento es distinto, pero todo lo que digo está en Joyce. La Molly de verdad tenía 34 años y en esa época victoriana empezaba a ser vieja. Quería darle el punto de ironía de una mujer de mi edad, 77 cumplidos, que ha vivido mucho, y tiene esa capacidad de reflexión y humor y de detectar donde seguimos estando y lo que hay que cambiar. Denunciar ciertas cosas que ahora sé, pero hace 40 años no lo sabía, yo vivía en ese caldo en el que vivíamos las mujeres de este país entonces. Es muy distinto. Se suman dos lecturas. Yo no soy la misma y no vivo en el mismo caldo profesional, social o político. He hecho un viaje de 40 años, mi mente no es la misma, veo otro paisaje, la vida ha cambiado muchísimo. Pongo el foco en dónde estamos las mujeres en estos momentos. No es una propuesta realista, que antes lo era al 100%, pero eso no quiere decir que no sea verdad. Sigo comunicándome y expresándome con el espectador con el corazón en la mano, lo más honesta que puedo y el pensamiento abierto, como hace Joyce.

En esta nueva versión cuentas con la colaboración de Marta Torres en la adaptación y la dirección.

Este es un proyecto que llevo queriendo hacer desde hace tres o cuatro años, porque es mi libro de cabecera, lo tengo en mis huesos. Lo hicimos hasta el 2007. Me pareció que la propuesta necesitaba una mirada externa, aunque la dirección ya la tenía toda organizada. Invité a Marta a que colaborara conmigo. Ha sido una ayuda fantástica, he sido muy generosa porque el proyecto ya estaba en marcha, hemos tenido muy buen feedback.

¿Cómo se llevan la Magüi Mira actriz y la Magüi Mira directora?

Me he sorprendido. Me he dado a mí misma mucho más de lo que me esperaba que me podía dar, en confianza, en fuerza interior, porque esto es un atrevimiento, es un texto de hace prácticamente cien años.

Cuando hemos hablado con actores o actrices a los que has dirigido (Gabino Diego en Los mojigatos, María Galiana en El abrazo), han destacado la importancia de que tú fuera, además, actriz. ¿Crees, también, que es importante?

Evidentemente. A mí me ha dirigido cada director, que bueno, bueno… Yo he tenido que soportar hasta insultos. ¿Por qué no te vas? Porque tienes que comer. Pero he vivido faltas de respeto, de gente que no sabe lo que tiene delante y que las actrices y los actores son lo más importante. Puedes tener unas ideas estupendas o un texto fascinante como el de Joyce, pero si no tienes una actriz que se comprometa, que quiera hacer el viaje contigo, que se enamore del texto y de la propuesta escénica, que ese es mi derecho como directora, ¿dónde voy? No tengo nada. Muchas veces parece que dirigir es más que actuar, se establece como una pirámide jerárquica. Esto viene de algo que sucedía antes, y aún hoy pero con menos frecuencia, de que el director era el productor y tenía el poder. Si le llevas la contraria no te contrata más (ríe). Y que quede claro que para mí no hay un buen trabajo si no hay un buen productor, me parece imprescindible. Y, curiosamente, esa figura del director siempre era un hombre. Ahora sí hay una generación de dramaturgas, pero hace 40 años no. ¿Quién hay de mi generación?

¿Qué relación estableces con las obras que diriges una vez se estrenan y empiezan a girar?

Es mi compromiso. Sigo cerca de las actrices y los actores que las defienden todo lo que puedo. Y eso es gracias, en el caso de las dos últimas obras que has nombrado antes, a un productor como Jesús Simarro, porque es un gasto económico y lo tiene que propiciar quien lo produce. Hay que entender el hecho teatral como algo vivo. El público cambia cada día y yo estoy ahí al quite. Lo considero parte de mi trabajo.

Tienes un ritmo de trabajo considerable, ¿se ha visto afectado por el coronavirus?

En esta pandemia he levantado cuatro proyectos, sin contagiarme. Los mojigatos, El abrazo, Penélope y Adios, dueño mío. Y ahora Vuelvo con Molly. Sin olvidar que estrené Naufragios de Álvar Nuñez, en febrero de 2020, el Centro Dramático Nacional, con texto de Sanchis Sinisterra, y se cortó porque nos confinaron.

En apenas siete días has recibido el Premi Pont del Mediterrani que entrega Mostra Viva y has ganado el Premio a la Mejor Dirección Teatral de los Premis a les Arts Escèniques Valencianes 2021 por tu trabajo en la obra Adiós, dueño mío. ¿Qué importancia tienen los galardones para ti?

Al principio me importaban un pimiento, pero cada vez me importan más (ríe). Son reconocimientos de gente que te ve, que te tiene en cuenta, que establece lazos contigo, que aunque puedan ser invisibles existen. Eso ya es un valor. Es una cuestión de energía que para mí tiene un valor en sí mismo. Y luego es una manera de reforzar tu existencia. Y si encima valoran un trabajo al que te dedicas y del que aprendes, y que es parte de tu vida, tiene un valor muy grande. Es muy emocionante.El de Mostra Viva, además, me lo entregaron en la capilla de la universidad donde yo estudié y donde me casé.