Si el 2020 no hubiera sido el 2020, Rebeca Valls podría despedirlo, satisfecha, brindando. Ganó el Premio de las Artes Escénicas Valencianas a Mejor Actriz por su Solvey en Dinamarca, papel por el que fue, también, finalista en los MAX (junto a Verónica Forqué, que lo ganó, e Irene Escolar). Además, lo finaliza (y arranca el siguiente) compaginando varias obras sobre el escenario. Pero el teatro, la cultura, la vida, no debería nunca medirse como si fueran operaciones matemáticas o simples datos de un informe. Y más, ahora, que la incertidumbre puede sustituir el cartel de entradas agotadas por el de función suspendida.
Lo explica muy bien ella en la siguiente entrevista. Los primeros en caer y los últimos en salir. A Rebeca Valls se le paró la vida profesional en marzo. Como a mucha más gente. Los teatros cerraron y las obras bajaron el telón. Los proyectos, el futuro, se esfumó. No existía. El presente ya era una suerte. Solo se podía esperar y nadie nos había enseñado a ensayar para ello. La luz, ahora, es tenue pero ilumina y es segura. Los aplausos han vuelto. Más merecidos y compartidos que nunca.
La conversación telefónica con Rebeca se extiende casi una hora. En sus palabras, en su tono, en sus pausas, en sus suspiros, en sus risas, se respira pasión por su trabajo, adicción por el teatro, y mucho respeto por la profesión escénica.
Burundanga del 9 de diciembre al 14 de enero en el Olympia, El método Grönholm del 23 de diciembre al 24 de enero en el Talia, Dinamarca del 15 al 31 de enero en el Rialto. En tiempos de covid, ¿es un lujo tener la agenda así?
Sí, en tiempos de pandemia es una suerte. Estuve desde marzo parada y desde el 20 de septiembre ya no se me ha suspendido nada. Empecé con Valenciana en el Rialto y sigo, sigo, sigo, y de momento tengo cerrado hasta febrero. Luego tengo bolos sueltos y no sé lo que pasará, la incertidumbre la tenemos todos.
¿Cómo lo vas a compaginar?
Me voy desdoblando. En diciembre, estoy con Burundanga en el Olympia y como es la misma productora que El método Grönholm, me pidieron que deje aquella obra el día 23 para el estreno de esta en el Talia. Hago la primera semana y vuelvo a Burundanga. Y la dejaré para irme a Dinamarca, que teníamos la reposición programada desde hace mucho tiempo. Cuando me llamaron del Olympia di las fechas en que no podría estar. Son solo dos semanas pero quiero hacerlo porque es de Rodolf y Josep Lluis, porque ha significado mucho para mí, porque es un trabajo muy bonito que quiero volver a hacer.
Cuando cambiáis con esa facilidad de una obra a otra, es como si vuestro cerebro fuera un disco duro y abrís y cerráis carpetas según vuestra necesidad.
Es tal cual, como si fueran carpetas en un disco duro, te lo juro. Te prometo que es así, por lo menos en mi caso, que tengo la carpeta de Burundanga, la de El método…, la de Dinamarca… De momento, con mi edad, no tengo ningún problema. Espera a que me venga la vejez y ya veremos la memoria (risas).
La memoria es como un músculo y también se ejercita y te acostumbras a memorizar texto. También es cierto, que en este caso ya hay trabajo hecho, sería diferente si tuviera que ensayar varias obra a la vez porque tendría que dedicarle un tiempo a la creación. Eso ya lo tengo hecho ahora, lo he parido, lo he creado, tiene una forma concreta. Ese trabajo lo tienes tanto en el disco duro de la memoria como en el personaje que sabes donde está, cómo respira, cómo anda, cómo habla… Y es una maravilla, lo sacas del disco duro, ah, vale, hoy esto. Aún así, es cierto, que muchas cosas en un mes es un poco lío y te tienes que centrar. El domingo que acabe en Burundanga, para centrarme en El método… repasaré el texto, miraré el video del estreno, aunque lo tengo fresco porque he hecho algún bolo.
Peor es cuando es un clásico y es en verso. Porque en Burundanga o El método… si no me acuerdo de una frase puedo improvisar y decir algo parecido porque sé la idea de lo que se quiere contar. Pero en un texto clásico es fatal, eso no lo puedo hacer, es complicadísimo medir la métrica y la rima, horrible.
En 2012, ganaste con Burundanga el premio a la Mejor Actriz Revelación de la Unión de Actores de Madrid.
Es una obra a la que le tengo un especial cariño, sobre todo, porque está dirigida por Gabriel Olivares, un director madrileño con el que he coincidido varias veces, que trabaja siempre desde el actor. Tiene la peculiaridad de hacer teatro comercial, pero muy bien hecho. El texto es de Jordi Galcerán y es, también, muy bueno. La gente viene a pasárselo bien y al mismo tiempo sabe que es un trabajo muy cuidado. Como actor es de agradecer porque te lo pasas en grande con tus compañeros.
Es una obra especial para mí, y no solo por el premio. He hecho los dos personajes femeninos, he cambiado de uno a otro, indistintamente, dependiendo de dónde me haya necesitado Gabriel. He estado yendo y volviendo a la obra
Que ahora venga a València y con un equipo valenciano, me hace especial ilusión porque tengo ganas de que mi familia y amigos puedan disfrutarla así. Es una obra que no deja indiferente a nadie, la gente se parte. El otro día, en Torrent, tuvimos que parar varias veces hasta que dejaron de reírse y de aplaudir en mitad de la obra.
Se trata de una versión “valencianizada” de Burundanga.
No puedo adelantar mucho (risas). Pero está presente nuestra identidad, nuestro sentir fallero y valenciano (risas). El texto no cambia excesivamente, pero si Jordi Galcerán sitúa la comedia en Barcelona, y eso en los pases en Madrid se seguía respetando, ahora la acción se traslada a València. Cambian algunas cosas del texto, pero son mínimas. Pero sí está muy presente nuestra forma de decir las cosas, al haberla ensayado aquí se ha impregnado de nuestra identidad. La gente se va a ver reflejada.
En este caso, que ya conoces la obra desde hace tiempo (de hecho el año pasado estuviste con Eloy Arenas en el mismo Olympia), pero se introducen algunos cambios como ahora, y lo que hablábamos antes de las carpetas del disco duro del cerebro se ve afectado, ¿cómo lo gestionas? ¿Juega a favor o en contra tener tan interiorizada la obra?
Justo eso es un problema, justo ahí le has dado. Es verdad que cuando pones el piloto automático te salta lo que estás diciendo tú, es decir lo que ya tienes años interiorizado en esa carpeta del disco duro. Tengo que estar muy muy muy atenta, no me puedo distraer nada, porque en ciertos momentos, que ya sé cuáles son, no puedo poner el piloto automático. Eso me hace estar mucho más presente y más viva. Así que, en realidad, todo juega a favor.
En El método Grönholm repites con un texto de Jordi Galcerán. ¿Qué te atrae de sus creaciones?
Destacaría que son comedias que funcionan como un reloj, muy bien escritas, que conectan con el público, pero que a la vez que te estás riendo piensas, “ostras, ¿de qué me estoy riendo?”. Eso hace que, al final, el espectador lo haya pasado muy bien, igual que los actores, pero se lleva a casa un mensaje. Te llevas un mensaje o has curado algo dentro de ti. Por ejemplo, en Burundanga hay cosas sobre el terrorismo que ha ocurrido en este país que han sido tabú, de las que no se había podido hablar nunca y Jordi Galcerán se atreve a hacerlo encima de un escenario. Eso es muy saludable porque al final se sanan cosas por medio del teatro y a través de la comedia. Es bueno, incluso, para el sistema inmune. Y con El método… pasa lo mismo, te pasas hora y media riendo, pero luego, a la salida, te das cuenta de que hay cosas muy mal hechas en esta sociedad.
A la obra le afectó de pleno el coronavirus porque tenía dos meses programados en el Talia a partir de abril.
Afortunadamente ya la habíamos estrenado. La estrenamos en Catarroja, luego hicimos otro bolo a la semana siguiente y ya nos confinaron. Nos dio justo para ensayarla y estrenarla. Al final, ahora, hemos perdido uno de los meses que teníamos entonces programados. Todos nos reencontramos haciéndonos las pruebas de PCR. Porque los actores nos las hacemos casi todas las semanas para poder trabajar. Para que luego digan que la cultura no es segura (risas).
En El método Gronholm no solo formas parte del reparto, sino que también codiriges con Gemma Miralles. ¿Cómo conviven las dos Rebecas?
Dirigir y actuar lo llevo regular. Por ahora no sé desdoblarme y estar dentro y fuera a la vez (risas). Primero me centro en la dirección, en el montaje, la música, la escenografía, el vestuario… Cuando todo eso ya está resuelto, entonces me puedo centrar en la creación de mi personaje. Eso significa, que como actriz llegué un poco más tarde en esta obra, mis compañeros tuvieron que esperarme un poquito (risas), pero he llegado y me lo estoy disfrutando a lo grande.
¿Qué te interesa de estar detrás del escenario?
Me atrae que me siento cada vez más capaz de ayudar a mis compañeros. Ser actriz o actor no es sencillo sobre todo cuando hay algunos directores que no los dirigen tanto, sino que se centran más en la obra, en la puesta en escena y en que cada uno desde su creación haga un poco lo que quiera. Cuando los actores ven un trabajo actoral profundo, donde pueden hacer un viaje, lo agradecen y eso se nota en el resultado. Por ejemplo, en obras de Carles Alfaro, de Alberola, de Rafa Calatayud… y de muchos más creadores valencianos. Al ser actriz creo que puedo ayudar a mis compañeros en ese sentido. Y como mi forma de trabajar como actriz es dando vida y alma a los personajes, me gusta ayudar así desde la dirección, para que sientan que pueden hacer algo diferente y grande. Cada vez estoy más enamorada de la dirección. Y cada vez tengo más confianza. Sobre todo me la ha dado Diego Braguinsky, que es con quien he trabajado casi siempre desde la dirección, además de con mi tío Edison Valls.
Has codirigido El método Grönholm con Gemma Miralles o Plagi y Trio con Edison Valls. ¿No hacerlo es solitario es porque aún no te ves preparada?
Sí. No me sentía preparada para dirigir sola. Pero, ahora mismo, sí me siento capaz y con ganas de hacerlo. Me encanta dirigir. Y codirigir, que me lo he pasado bomba con Gemma y con Edison.
Volviendo a El método Gronholm, el hecho de exista una película de 2005, dirigida por Marcelo Piñeyro, que tuvo cierta repercusión en su día, ¿beneficia o perjudica tu trabajo como actriz? ¿Crees que puede predisponer a algo al público?
No lo sé. A mí me pasó una cosa curiosa. Cuando vi la película y después leí la obra de teatro me di cuenta que no tenían nada que ver, pero nada, nada, nada. Indagué y encontré una entrevista a Jordi Galcerán en la que explicaba que no estaba contento con la adaptación porque él había escrito una comedia para pasárselo bien con su grupo de teatro amateur y en la película eso se había distorsionado, transformándolo en una especie de thriller. Ni mejor ni peor, la película está muy bien, simplemente que no corresponde con el objetivo de Galcerán al escribirla. Si lees la obra de teatro compruebas que tiene toda la razón. Quien venga al teatro buscando la película no lo va a encontrar, solo hay una mínima esencia, es pura comedia con solo cuatro personajes.
¿Es Dinamarca una de las obras que más satisfacciones personales y profesionales te ha dado en los últimos años, llegando a convertirse en una de las obras clave de tu carrera?
Sí. Desde luego, sería una de ellas junto a Hamlet, El milagro de Ana Sullivan y El tío Vania. Hay cuatro obras en mi carrera que me han marcado y siempre son personajes que recordaré. Para mí es una suerte volver a reencarnar a Solvey en Dinamarca. Siempre los actores nos quedamos con espinitas, mira que me han dado el premio Artes Escénicas Valencianas, me nominaron a los MAX y estoy muy contenta con todo lo que me está pasando con la obra, pero siempre tienes la espinita de ahora, en la reposición, querer hacerlo mejor. Y todavía más por los premios y nominaciones. Me siento responsable de hacerlo cada día un poco mejor. Es un personaje que, además, no te lo acabas. Voy de sus 25 años a los 36, pasa de aspirante a actriz, a diva, drogadicta, con un trauma importante con su padre respecto al sexo, tiene una relación con una mujer…es un abanico enorme, inabarcable, todo lo que diga de ella es poco. Y no solo porque la haya escrito Rodolf y sea un homenaje a Josep Lluis, sino porque como actriz estoy segura que después de mí vendrán otras, dentro de unos años, cuando se vuelva a montar, y les pasará lo mismo, no se acabarán a Solvey. Es de esos personajes que nos gustan hacer a las actrices, como Ofelia, Lady Macbeth… de crear un alma y viajar cada noche en el escenario con el público.
Por todo lo que has comentado, especialmente por lo de Rodolf y Josep Lluis Sirera, es una obra muy especial para ti. ¿Intentas aislarte de ello o lo incorporas a tu trabajo?
Por un lado, intento aislarme en el día a día, pero hay otra parte que no puede dejar de saber que eso es un regalo, que espiritual y energéticamente ahí está pasando algo que está unido a mí, a mi padre, a mi tío, a mis entrañas. Y al ser algo tan importante, quieras o no, por algún sitio tiene que calar. Personalmente creo en el duende del teatro, no creo en dios, pero sí que hay algo místico y trascendente ahí arriba y, obviamente, en el día a día, en el trabajo de mesa, más formal, intento olvidarlo, pero en el momento de la función sé que hay algo que vuela en el que me acompañan más personas.
¿Ser miembro de una saga familiar escénica importante significó que lo tuvieras más fácil en tus inicios?
Al empezar puede que te sea más fácil, pero en cuanto haces los primeros personajes ya se sabe si vales o no vales. Si no vales, vengas de la familia que vengas, ahí te quedas, adiós y muy buenas. Con cierta edad te das cuenta de que la danza y la escritura de mi padre ya no tienen nada que ver con que yo sea buena actriz o no y que me sigan llamando. Esto es una carrera de fondo. Dudo que pase muchas veces que te llamen puntualmente para algo por ser hija de. Esta profesión se hace con el trabajo, el esfuerzo y la constancia del día a día.
¿Te ha pesado alguna vez la responsabilidad de llevar en la mochila la saga familiar escénica a la que perteneces?
No lo he vivido nunca así porque creo que nunca me ha hecho falta. Ellos me han enseñado el suficiente respeto, amor y libertad por este oficio como para no tener que plantearme que eso pueda pesarme de algún modo, como si tuviera que dar ejemplo. Hay una parte que ya llevo incorporada en mi educación. Si ellos no estuvieran cargaría con el mismo peso en mi espalda (risas).
¿Cuándo, por ejemplo, te nominan a los MAX, sientes que de alguna manera estás representando a las artes escénicas valencianas y que tu reconocimiento es el de ellas?
Sí, completamente, me siento así. Incluso cuando yo no estoy nominada, pero otros compañeros valencianos sí, me siento totalmente representada. Es como una visibilización de nuestro trabajo. Me siento tanto representante como representada. Los MAX son un escenario de las artes escénicas a nivel nacional y es importante el reconocimiento. Y así me lo han hecho saber los medios cuando he estado allí, que te llaman, por ejemplo, del Telediario. Es un regalo para todos.
Cuando recogiste el premio que mencionaba antes por Burundanga, señalaste la difícil situación que vivía entonces el sector en València, hablamos de 2012, por la pésima o nula gestión cultural del PP durante años. ¿Crees que es comparable al efecto que ha provocado el coronavirus o, de alguna manera, parte de la situación actual es heredada de la precariedad que se impuso entonces?
En cualquier crisis, lo primero perjudicado es, siempre, la cultura. Siempre ha pasado. En la Comunidad Valenciana llevábamos mucho retraso por los más de veinte años del PP que nos situaron como en la Edad Media. No hubo ninguna apuesta ni voluntad pública por mejorar. Y la pandemia llega mientras estábamos intentando sobrellevar ese desierto heredado. Porque, ahora, desde el IVC, y en cultura en general en la Comunidad Valenciana, se está apostando desde las instituciones. Que se haya programado a Rodolf Sirera, tantos años después en un teatro público, o el trabajo que está realizando Roberto García en el Rialto, o Abel Guarinos con las artes escénicas… hay un intento de apostar por la cultura firmemente. Y espero que esto siga así, y que, por ejemplo, creen repertorio que todavía no han hecho. Pero no hay que olvidar que partieron de un desierto. Ese desierto, en unos años, se ha podido sobrellevar, estábamos subiendo escaleras y cuando llevábamos los primeros peldaños ha llegado una pandemia. Y como suele pasar los primeros afectados fuimos nosotros. Los primeros afectados y los últimos que saldremos de ella.
¿Recuerdas algún momento concreto en el que te sentiste actriz por primera vez?
Hay dos momentos importantes. Uno, cuando a los quince años hice una obra en el Principal que se llamaba Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca, que hablaba sobre el absolutismo de Fernando VII y de unas mujeres que las encerraron en una especie de cárcel. Entonces no era actriz, estudiaba en la Escuela del Actor y quería serlo, pero tenía quince años y no tenía ni idea. Me cogieron en una prueba que hicimos unas cuantas chicas recitando unos poemas. Llegué al ensayo y vi actrices enormes como Teresa Lozano, Carmen Benlloch, Consol Soler, estaba también Carles Sanjaime. Que no es que los admirara porque ni los conocía, yo solo tenía quince años. Cuando me vi en medio de ellos algo dentro de mí hizo un click y me dije “es el momento, o lo haces o no lo haces, déjate de chorradas”. Y me tiré al vacío y encarné mi personaje, que entraba en escena con los huesos de la mano rotos, llorando, diciendo que no había bordado la bandera de la libertad, era un inicio de escena muy complicado y más para mí, que no sabía nada. Me fui a casa, fatal, sin hablar con nadie, porque soy de callarme las cosas, y al día siguiente fui al ensayo y no sé cómo, lo hice. Te juro que no sé cómo, pero lo hice. Mejor o peor, no sé cómo salió, pero el caso es que el director y los compañeros me aplaudieron. Y desde ese día supe que quería ser actriz.
Y el otro momento fue en El milagro de Ana Sullivan, una obra de La Pavana, que dirigió Rafa Calatayud. La hice con veinte años y daba vida a una niña ciega, sorda y muda. Emitía sonidos guturales, pero solo al final de la obra descubre que puede hablar. Para mí fue un antes y un después esta obra. Llegaba un poco antes que el resto de actores al escenario e improvisaba con los sentidos, con el tacto, supuso mucho para mí con veinte años, aprender el lenguaje dactilológico. La manera de acercarme a saber hacer un personaje como este desde su alma fue acercarme a personas invidentes o con problemas para comunicarse y que lo tienen que hacer de otras maneras. Me acerqué desde tal respeto y profundidad que cambió, con veinte años, mi manera de sentir la profesión.