Revista Estampa. 13 de junio de 1931. En su página 24 preguntan si debe implantarse el divorcio en España. Conchita Piquer responde (también lo hacen Azaña o Miguel Maura) que sí, que se haga con urgencia. «A nuestros hombres de leyes les sobran recursos y galantería… para legislar sobre un asunto, en el que no saldríamos perjudicadas las mujeres».
Revista Estampa. 29 de agosto de 1931. En su página 7 se lee el titular: Las artistas de varietés se sindican y declaran la lucha de clases. Conchita Piquer y Carmelita Sevilla responden las preguntas del periodista entre citas a Marx, la plusvalía o un proletarios del mundo, uníos, bien alto. Hablan de defender su derecho frente al capitalismo al que tildan de agotado, piden que cese la explotación y que se instaure un régimen de justicia social, denuncian las prácticas abusivas de algunos empresarios.
Son solo dos ejemplos del compromiso y la modernidad que acompañaron a la Piquer a lo largo de su trayectoria. Una mujer que se negó a cantarle «Ojos verdes» a Franco en una cacería porque iba a merendar, instándole a ir al teatro si quería escucharla. Una profesional adelantada a su tiempo que tuvo compañía propia. En su vida cuesta separar la vertiente profesional de la sentimental y la personal (con algunos episodios muy duros) porque acabaron retroalimentándose entre ellas como si así se generara la gasolina necesaria para despegar una y otra vez.
La exposición Doña Concha. Una exploración alrededor de la copla y Conchita Piquer (Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de València, hasta el 10 de septiembre) rescata su figura, aún, parece mentira, vinculada en algunos imaginarios con lo rancio y el franquismo. Y lo hace yendo más allá de la mera biografía (absolutamente adictiva, por otra parte), articulada a partir del magnífico cómic Doña Concha. La rosa y la espina, de Carla Berrocal. La novela gráfica (con dibujos originales presentes en la muestra) es el eje central de este recorrido por el universo Piquer, estableciendo puntos de anclaje entre pasado y presente, reforzando la vigencia que tiene su repertorio, indagando en el ayer para reivindicarla en la actualidad.
«Es posible que no fuera una mujer feminista, pero tanto su comportamiento respecto a cuestiones de género, a la homosexualidad y a su valía como profesional, teniendo en cuenta en todo momento su condición de mujer, se merecen esta exposición, apasionada como ella». Son palabras de Cristina Chumillas, comisaria de una muestra absolutamente necesaria para que deje de ser una desconocida en la ciudad que la vio nacer.
A lo largo del recorrido se suceden carteles, fotografías, programas de mano, indumentaria, partituras… alternando pared (y diálogo) con las viñetas en proceso de creación de Berrocal. También hay una minisalita donde ver su participación en una cinta que llevaba su nombre, una película sonora que protagonizó en 1923. Tendrían que pasar cuatro años para que se estrenara El cantor de jazz (Alan Crosland), film (ahora habrá que decir supuestamente) considerado como la primera película sonora de la historia del cine.
Y la exposición también se escucha. Para ello hay habilitados varios puntos en los que se puede disfrutar, con cascos, de «Tatuaje», o de la mencionada «Ojos verdes», o de «Romance de la otra» (con ese arranque «¿Por qué se viste de negro, ay de negro / si no se le ha muerto nadie?»). Y darle la razón a la propia Carla Berrocal cuando, en el imprescindible catálogo, escribe que «la Piquer es también la voz del dolor patrio, la rabia sufriente que grita, desgarra y vive las letras hasta que sangra».